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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 451 - 7 de Febrero de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

¿Cómo le gustaría a Jesús que yo  actuara?
 

  

Lucía, de nueve años de edad, había aprendido con sus papás que, al despertar, debía hacer una oración agradeciendo a Jesús por el nuevo día y pidiendo amparo para actuar bien siempre con todos.
 

Así, Lucía hizo su oración y, confiada, se levantó con la seguridad de que todo iría bien ese día. Se sentía feliz y de buen humor. Se arregló, tomó su desayuno y se despidió de su mamá. Pero al salir se acordó que necesitaba llevar los diez reales que su profesora había pedido para pagar el transporte del paseo que harían la próxima semana.

La mamá le dio un billete de diez reales y dijo:

- Hija mía, no vayas por la calle con el dinero en la mano. Guárdalo en tu mochila.

- Quédate tranquila, mamá, lo  voy a guardar -. Y con

una sonrisa cruzó la puerta en dirección a la escuela.  

Lucía caminaba por la calle feliz. Al pasar por un árbol, vio a un hombre recostado en ella y se dio cuenta de que la miraba con interés. Él vio el billete de diez reales que ella aún tenía en su mano y avanzó con la mano extendida, le arrancó el billete y salió corriendo.

Asustada, la niña se puso a gritar. Las personas que pasaban por ahí se detuvieron, preguntando qué había pasado. Entre lágrimas, señaló hacia el hombre que corría.

Un hombre que venía en sentido contrario vio al hombre andrajoso que corría hacia él y, al mismo tiempo, más atrás, vio a la niña que lloraba. No lo dudó. Sujetó al miserable con fuerza y se puso a gritar:

- ¡Policía! ¡Policía! ¡Venga rápido! ¡Ladrón!... – Y arrastraba al hombre en dirección hacia la niña que lloraba. Un carro de policía que pasaba se detuvo para ver lo que sucedía. El hombre que sujetaba al ladrón dijo:

- ¡Él le robó a esa niña!
 

Los policías bajaron de carro y preguntaron a la pequeña si era verdad lo que el caballero decía. Lucía, roja por llorar, miró al ladrón y vio mucho miedo en su mirada, como si le suplicara silencio. Entonces ella se acordó de Jesús y pensó: “Si yo estuviera en el lugar de él, ¿cómo me gustaría que actuaran conmigo?”

Su corazón se llenó de piedad por aquel pobre hombre andrajoso, que parecía hambriento y que tal vez había robado para comer. De repente, Lucía sed dio cuenta que aún no había contestado a la pregunta de los policías y ellos

esperaban. Entonces miró al ladrón, después a los policías y dijo:

- Fui yo quien le dio los diez reales.

- ¡Pero tú estabas llorando!... – exclamó el caballero que sujetaba al andrajoso.

- Yo estaba llorando porque me caí y sentía dolor.

Los policías no estaban convencidos, pero soltaron al andrajoso que salió corriendo.

Lucía fue a la escuela y se justificó ante la profesora diciendo que se había olvidado el dinero y que lo traería al día siguiente. Ella se sentía en paz con su conciencia.

Una semana después, un hombre tocó el timbre de la casa de Lucía. La mamá atendió:

- Me gustaría hablar con su hija, señora.

La mamá lo invitó a entrar y sentarse. Después llamó a Lucía, diciéndole que un hombre deseaba hablar con ella. Al verlo, la niña no lo reconoció. Él explicó:

- ¿No te acuerdas de mí? Fui yo quien te robó el billete de diez reales el otro día.

- ¡Ah! No lo reconocí. ¡Se ve tan diferente, señor!
 

- Es verdad. En ese momento, yo estaba desesperado, sin empleo, no tenía dinero y necesitaba comprar comida y medicina para mi hijita que estaba enferma. Al ver el billete de diez reales en tu mano, no resistí y lo robé – esclareció el hombre, lleno de vergüenza.

La mamá de Lucía agrandó los ojos, asustada. Ignoraba lo que había sucedido. Su hija le había dicho que había perdido el dinero. El hombre lloraba, emocionado al ver que hasta la mamá ignoraba lo que había sucedido.

Entonces le contó, terminando por afirmar:  

- Gracias a su hija, no fui detenido. Consciente de haberme equivocado, empecé a actuar de forma diferente. Volví a casa, tomé un baño, me puse ropa limpia y salí a buscar trabajo. Dios me ayudó y pronto estaba trabajando. Entonces, vine a devolver lo que su hija me dio.

Sacó un billete de diez reales de su bolsillo y se lo entregó a la muchachita:

- Gracias, niña. Me diste una gran lección, y la necesitaba. Fue Jesús quien me ayudó a través de tus manos, pues no sería de esa manera que yo iba a resolver mis problemas. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí.

Él se levantó y la abrazó, emocionado, diciendo que le gustaría que fueran amigos. Lucía sonrió y estuvo de acuerdo:

- Jesús también me ayudó. Al despertar, le había pedido a Él que yo pudiera hacer lo mejor ese día. ¡En verdad, Jesús nos ayudó a los dos!

Se volvieron grandes amigos y siempre contaban a los demás cómo se habían conocido, afirmando que Jesús siempre nos socorre, pero es necesario que sepamos entender su voluntad.

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 28/09/2015.)


 

                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita