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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 407 - 29 de Marzo de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El vendedor de verduras
 

  

Rosa iba caminando por la acera cuando vio a un muchacho que venía en sentido contrario cargando una canasta llena de verduras.

Al ver a la niña, el muchacho se detuvo y, pasando un pañuelo por su rostro sudoroso, le preguntó:
 

- Oye niña, ¿será que tu madre necesita verduras?

Rosa miró las verduras, medio marchitas bajo el fuerte sol, y respondió:

- No sé. Voy camino a la escuela y no puedo volver a casa. Vaya a mi casa y hable con mi mamá. ¡Queda aquí muy cerca! – Y le dio la dirección.

- Bueno, no sé si sirva de algo ir para allá… - consideró después de mirar las verduras.

- ¿Y por qué?- preguntó el joven, con los ojos desorbitados.

- ¡Vea cómo están! ¡Están marchitas, feas!

El joven escuchó a la niña y bajó la cabeza, desanimado.

- Lo sé. Estoy tratando venderlas desde temprano, bajo este sol, sin resultado. Pero, ¿qué puedo hacer? ¡Necesito dinero!

- Ahora tengo que ir a la escuela – dijo Rosa, despidiéndose agitando su mano.

El muchacho se sentó en la acera, dudando. ¡Después decidió ir a la casa de la niña!

Tomó su canasta y siguió el rumbo que le habían indicado. Al llegar, vio una casa bonita, con un lindo jardín y se quedó sin valor para tocar. Al final tocó la campanita; una señora con rostro simpático fue a atender.

- Estoy vendiendo verduras, señora. ¿Quisiera comprar?

La señora de la casa miró al jovencito, que transpiraba mucho. Miró la canasta, después las manos, que el joven escondía, y percibió que estaban heridas. El muchacho esperaba, con la cabeza gacha. Con una sonrisa ella dijo, animada:

- ¡Pues voy a comprar todas tus verduras!

El muchacho levantó la cabeza, con los ojos desorbitados y balbuceó:

- Tal vez usted no lo haya notado, pero están un poco marchitas…

- No te preocupes, hijo mío. ¡Es sólo colocarlas en agua y ellas volverán a estar bonitas! – respondió, gentil, la señora de la casa.

- ¡Ah! ¡Qué bueno! Estoy feliz, pues no me gustaría que la señora se perjudicara con la compra – dijo él, aliviado.

Mirándolo con piedad, ella dijo:

- ¡Pareces ser un buen muchacho! ¿Quieres entrar y comer algo, tomar un jugo o agua? ¡Debes haber estado caminando mucho tiempo bajo el sol!

Él agradeció, aceptando el ofrecimiento de la señora tan buena. Poco después, estaba sentado en la cocina conversando con ella, que ya sabía que su nombre era Toninho, y quería saber más sobre su vida.

- Mi nombre es Irene, Toninho. ¿Por qué estás vendiendo verduras con una canasta tan pesada?

- Doña Irene, somos pobres. Mi madre planta verduras en el huerto de casa: coles, lechuga, achicoria y muchas otras. Pero no puede venderlas, pues tengo hermanos pequeños: uno de dos años y otro de seis meses. Mi padre era albañil y murió hace algún tiempo. ¡Entonces tenemos que conseguir dinero para vivir!...

Irene estaba conmovida con la historia de Toninho. Disfrazando su emoción, salió de la cocina y volvió poco después con una caja de primeros auxilios. Le lavó las manos, se las secó bien, y las curó envolviéndolas con una venda, para que no les entrara la suciedad y  sanaran pronto.

Después, le dio un emparedado y un vaso de juego bien heladito. Toninho comió y bebió en un instante. ¡Estaba con mucha hambre! Se sentía mucho mejor ahora.

Irene le preguntó si la casa donde vivían era de ellos, pero Toninho respondió:

- No, doña Irene. Mi papá era albañil, pero nuestra casa es alquilada. Ahora, el dueño quiere sacarnos por falta de pago del alquiler atrasado. ¡No sé  qué vamos a hacer!
 

- No te preocupes, Toninho. ¡Vamos a solucionarlo! – dijo Irene con el corazón apretado de compasión, tranquilizándolo.

Tuvo una idea, y la señora decidió conocer a la mamá de Toninho. Tomando la canasta, fueron en carro hasta la casa del muchacho. Allá, la mamá de Toninho se quedó soprendida al verlo llegar con una señora tan distinguida y, como él tenía las manos envueltas en vendajes, se asustó, pero Irene la calmó diciendo:

- No se preocupe, Lucía. ¡Mucho gusto! Soy Irene. Toninho está bien. Él se lastimó las manos al cargar la canasta, y vine a traerlo.

Lucía la invitó a sentarse y, acomodadas, Irene explicó:

- Supe de su situación por Toninho. ¿Aceptaría trabajar con nosotros? Tenemos una casa al fondo, donde pueden vivir. Así, estará cerca de sus hijos, especialmente del bebé. ¡Nuestra familia es pequeña, sólo tenemos una hija y la casa es muy grande para nosotros tres!...

Al oír la propuesta, Lucía comenzó a llorar de emoción.

- Doña Irene, ¡pero claro que acepto!... ¡Fue Dios quien la trajo aquí! ¡Que Dios la ampare siempre!... Usted quitó un peso de mis hombros. He orado mucho a Jesús pidiendo que me abriera un camino, pues estaba angustiada con nuestra situación.

Los niños estaban felices y Toninho lloraba de alegría y alivio. Los pequeños no sabían lo que estaba sucediendo pero, al ver a su madre feliz, sonreían también.

Así, cuando Rosa llegó de la escuela, ¡sorpresa!, se enteró de la decisión de su madre. Se sintió aliviada, pues durante la tarde no pudo olvidarse del vendedor de verduras y la manera como lo había tratado.

Rosa recibió a Toninho y su familia con los brazos abiertos, agradeciendo a Jesús, que sin duda había guiado a su madre para ayudarlos.

MEIMEI

(Recibido por Célia X. de Camargo, el 18/08/2014.)



                                                                                   



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