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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 370 6 de Julio de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

La receta del abuelo
  

  

Olavo, de doce años, era un chico que estaba siempre mal con la vida. Protestaba de todo y siempre encontraba problemas en las más pequeñas cosas.
 

Si el día estaba nublado, protestaba por la falta del sol. Si él se caía y se golpeaba, culpaba la calzada o lo que estuviera al frente. Si la madre hacía pollo para el almuerzo, protestaba que no había hecho macarrones, y así por delante.

Olavo, a pesar de tener una buena vida, de no faltarle de nada, estaba siempre irritado, deseando que todo fuese diferente.
 

Cierto día, él comenzó a sentir debilidad, malestar, además de dolores por el cuerpo. Preocupados, los padres lo llevaron al médico que, después de examinarlo, dijo:

— Los síntomas que Olavo presenta pueden tener varios orígenes. Él debe tomar una medicación para el dolor y quedarse en la cama. Puede ser que alguna enfermedad vaya a surgir.

El médico entregó la receta, avisando que volvierán si hubiera algún cambio en el estado del niño. El padre agradeció, y ellos volvieron para casa, preocupados.

Olavo se acostó y pasó a exigir que trajeran lo que él quería. Los padres le hacían todas las voluntades, pero él no mejoraba. Los dolores proseguían, a pesar de la medicación que estaba tomando.

El abuelo Antônio vino a visitarlos al saber que el nieto no estaba bien. Observaba a Olavo sin decir nada. Una tarde, entró en el cuarto y se sentó para hacerle compañía y quiso saber como el nieto estaba sintiéndose. Olavo aprovechó el reposo para protestar:
 

— ¡Ah! ¡Abuelo, yo estoy muy mal! ¡Sin contar los dolores que siento por todo el cuerpo, me quedo aquí solo! Nadie viene a hacerme compañía.

— ¡Pero tus padres están siempre aquí! ¿Y tu hermano, Carlos? ¿Y tus amigos, compañeros de escuela, vecinos? — comentó el abuelo, sorprendido.

— Abuelo, todos me abandonaron. ¡Papá y mamá están siempre ocupados; mi hermano va para la escuela, así como mis vecinos! Y yo me quedo solo. ¡Nadie viene a visitarme! — informó el niño poniendo cara de llanto.

El abuelo, que oía con extrañeza las protestas del nieto, dio una disculpa:

— Tal vez estén todos muy ocupados aún. Ten paciencia, todo va a mejorar.

Y el abuelo se quedó en el cuarto haciendo compañía a Olavo por algunas horas. Para ocupar el tiempo, cogió un libro en la estantería y sugirió leer juntos. Olavo reaccionó:

— ¡De ninguna manera, abuelo! Pienso que un libro es una molestia. Prefiero jugar a las damas.

El abuelo concordó y fue a buscar el juego. Comenzaron a jugar, pero como Olavo estaba perdiendo, comenzó a gritar, muy irritado, y acabó tirando el tablero al suelo.

— ¡Calma, Olavo! ¡Es sólo un juego! — dijo el abuelo intentando calmarlo, mientras cogía las piezas que habían caído en el suelo, e indagaba lleno de paciencia: — ¿Quieres hacer otra cosa?

Olavo respondió que no; quería algo para comer. Llamaron, e inmediatamente vino la empleada para saber lo que él deseaba.

— Quiero helado de chocolate con azufaifas encima — exigió el niño.

— Olavo, ten el helado, pero no las azufaifas.

— Pues haz lo que estoy mandando, so inútil. Después, quiero un perrito caliente, ¿oíste?

La chica salió del cuarto con la cabeza baja, molesta. Delante de la escena, el abuelo replico:

— Olavo, tú no puedes tratar a las personas así. Esa chica es muy buena, gentil y merece todo nuestro respeto. ¡Ella está aquí porque necesita trabajar, no para ser maltratada!

Y así, el abuelo Antônio observó durante tres días y vio que el nieto era exigente, nervioso e irritable, haciéndose desagradable cuando no hacían lo que él quería. Conversó con su hijo, padre de Olavo, y quedó sabiendo que él era así mismo. Todos tenían que curvarse a su voluntad.

Otro día, el abuelo entro en el cuarto, se sentó en la cama y preguntó:

— Olavo, ¿tú sabes por qué estás enfermo?

— No, abuelo. ¡Me gustaría saber, pues quiero sanar, pero parece que estoy cada vez peor!

— Es verdad — concordó el anciano.

— ¿Tú quieres realmente sanar? Entonces, debemos cambiar tu medicación. ¿Aceptas?

— ¡Sí, abuelo! ¿Tú descubriste cuál es mi enfermedad?

— La descubrí. Tú estás sufriendo por tu manera de ser, por la irritación, el nerviosismo y la rabia, que contaminaron tu cuerpo llevándolo a enfermar. Si tú cambias de comportamiento, quedarás bien. Cuando el alma no está bien, el cuerpo enferma.  

— ¡Vaya! Estoy asustado!

— Tú vas a sanar. Entonces, para comenzar, vamos a hacer una oración todas las mañanas y a la noche. Después, aprende a tratar a todos bien; saluda con un buenos días, buenas tardes o buenas noches. Di gracias, disculpe, con permiso y haga el favor.

Sorprendido, el niño concordó, preguntando: — ¿Alguna cosa más, abuelo?
 

— Sí. ¡Sonríe siempre! Pero lo esencial, mi nieto, es que tú cambies tus pensamientos. Busca pensar siempre para el bien y tus acciones serán buenas. Acuérdate de que a todas las personas les gustan ser bien tratadas, como a ti. Entonces, en la duda, colócate en el lugar de ellas, como recomienda Jesús, y tendrás la respuesta que necesitas para actuar correctamente. ¡Ah! Y no comentes con tus padres sobre lo que estamos haciendo.

A partir de aquel día, Olavo comenzó a cambiar y la respuesta no se hizo esperar. Acabaron los síntomas y todos notaron los cambios que se operaron en él. Y contento, él decía:

— ¡Fue una receta del abuelo Antônio!...

Cuando la madre de Olavo preguntó al suegro lo que él había hecho para que el hijo quedara totalmente curado de los dolores y con un comportamiento bien mejor, Antônio respondió:

— Nada más allá de lo que Jesús nos recomienda. Colocarnos en el lugar del otro y preguntar: ¿si yo estuviera en el lugar de él, como me gustaría que actuaran conmigo?         

MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 21/04/2014.)




                                                                                   



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