WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 328 – 8 de Septiembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



Ayuda mútua

 

 

Felipe, un niño muy inteligente, estaba haciendo siempre poco caso de aquellos que sabían menos que él.

Uno de los compañeros de escuela, Julio, especialmente, era blanco de las críticas de Felipe que, en tono de mofa, decía:

— Tú no aprendes nada, ¿no es, Julio? ¡Necesitas estudiar más!

A lo que el otro, avergonzado delante de los compañeros, respondía:


— Yo estudio, Felipe. ¡Pero tengo dificultad de entender lo que leo!

La profesora, al oír la conversación entre los dos, interfirió cambiando de asunto:

— Felipe, si tú tienes facilidad para estudiar, respeta a tu compañero. Ahora, abrid el libro en la página en que paramos.
 

Así, entretenidos en la clase, ellos olvidaron el asunto y pasaron a prestar atención en el que la profesora decía.

Cuando sonó la señal, todos se apresuraron a recoger sus materiales para volver para casa.

Felipe entró en casa, dejó la mochila en la sala y fue para la cocina, donde la madre había terminado de preparar el almuerzo, y lo mandó a lavar las manos para sentarse. El niño obedeció y, ya acomodados a la mesa, el 

padre preguntó como había sido su mañana.  

— ¡Un aburrimiento, padre! Tengo un compañero que no sabe nada. Vive preguntando a la profesora y confunde la clase.

— Mi hijo, ¿pero la función de la maestra no es enseñar? Hace él muy bien en preguntar — habló la madre, mientras lo servía.   

— Pero yo quedo muy irritado, mamá. Yo sé la materia y no aguanto escuchar de nuevo. 

El padre, que oía callado, habló:

— Felipe, las personas no son iguales. Si usted es inteligente, debe comprender quién tiene dificultad y ayudar. Cada uno de nosotros tiene cualidades y defectos diferentes de las otras personas. Así, en la medida de nuestras dificultades, somos auxiliados por los otros, así como nos compete ayudar a los que no saben lo que ya aprendimos. ¿Entendiste?

— Más o menos, padre.

El padre pensó un poco y volvió:

— Mi hijo, ¿para que sirve una pala?

— Para cavar la tierra, limpiar el terreno, retirar hierbas dañinas...

— Eso mismo. ¿Y la inteligencia, para que sirve?

— Sirve para aprender cada vez más, entender como funcionan los aparatos, alertarnos de un peligro y mucho más.

— Cierto, hijo. Entonces, cada cosa tiene una función diferente, que debe ser utilizada del modo correcto. ¿Qué dirías tú de un jardinero que levantará la pala para agredir a su patrono?

— ¡Creo que él está equivocado y puede hasta ser prendido!

— Exactamente, Felipe. Y si la persona usa mal su inteligencia, ¿Qué ocurre?

El niño pensó un poco después respondió:

— ¡Dios puede retirar la inteligencia de ella! Leí en una revista la historia de un hombre que usaba su inteligencia para el mal, perjudicando a personas. ¡Un día, él tuvo un accidente de coche, se golpeó la cabeza y quedó sin poder hacer nada de lo que hacía antes, en una silla de ruedas, completamente dependiente!

— Es verdad, eso puede ocurrir. No porque nuestro Padre haya retirado la inteligencia de él, pues la inteligencia es del Espíritu. Sino porque existe la Ley de Causa y Efecto, una Ley Divina que establece que cada uno cogerá lo que plantó. Es decir, va a recibir las consecuencias de aquello que hizo al prójimo y a sí mismo. Entonces, ese hombre cogió lo que plantó. Y eso puede ocurrir con relación a cualquier talento que se tenga: el habla, la audición, la visión, la capacidad de andar, de mover los brazos y todo lo más.

— Entendí, papá. ¡Como soy inteligente y aprendo con facilidad debo ayudar a quién no consigue aprender!

— Eso mismo, hijo. Así como será ayudado en aquello que no sepa. La vida es un cambio constante. Damos y recibimos — completó el padre, contento.     

Terminando de almorzar Felipe fue para el cuarto a hacer sus tareas, teniendo en la memoria la conversación que había tenido con el padre. Pensando en el asunto, resolvió actuar diferente con los otros, especialmente con Julio.

Al día siguiente, en el inicio de la clase, la profesora colocó en el cuadro una materia nueva. Julio, sentado a su lado, miró para el cuadro y se mostró desanimado. Felipe se volvió para el compañero y dijo:

— Júlio, no te preocupe. Yo le explico todo, ¿está bien?

Era un trabajo en equipo, y Felipe aprovechó para explicar la materia al compañero. Para concluir, ellos tendrían que hacer un dibujo sobre lo que aprendieron. Ahí fue la vez que Felipe estaba preocupado, pues no tenía facilidad para diseñar. Al notar eso, Julio dijo:

— Yo hago el dibujo, Felipe. Soy bueno en eso. 

Y lo hizo. El dibujo quedó tan bien que fue considerado el mejor trabajo de la sala.

La mañana transcurrió agradable y en paz. Al término de la clase, ellos salieron juntos de la escuela y Felipe aprovechó para disculparse.

— Júlio, ¿tú me perdonas? He sido un pesado contigo, pero quiero ser tu amigo de verdad. Ahora entiendo que nosotros tenemos habilidades diferentes unos de los otros. Todo lo que necesites, puedes pedírmelo. Voy a ayudarte con lo que no entiendas, así como tú me ayudaste con el dibujo.

Júlio quedó muy feliz y su rostro se abrió en una sonrisa amistosa y abrazó a Felipe, que invitó:

— Júlio, me gustaría que tú fueras a mi casa. Quiero que conozcas a mis padres. ¡Ellos son muy buenos!    

— Será un placer, Felipe. Gracias. ¡Pero tú también eres muy bueno, amigo!
                           

MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 5/08/2013.) 

       
               
 
                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita