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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 319 – 7 de Julio de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

¿Qué haría Jesús en mi lugar?

 

Luana, de seis años, andaba muy triste. Su padre, Rubens, entraba en casa siempre bastante irritado y gritando con todo el mundo. No perdonaba el más pequeño fallo y vivía peleando con Dora, madre de Luana, y culpándola por sus problemas.

Cuando Luana, siguiendo su ejemplo, peleaba con el hermanito de tres años, Marquito, el padre la llamaba y, cogiéndole los brazos, decía:

— Mi hija, no puede pelear con su hermano. Él es mucho más nuevo que usted. Debe entender que sabe más del que él, ya va a la escuela, aprende con la profesora y debe aplicar lo que aprende. ¿Entendiste?

— ¡Pero el Marquito rompe mis juguetes, destruye mis libros y hace garabatos en mis cuadernos con lápices de color! ¡Yo le explico que no puede hacer eso, pero él no me atiende!

— Luana, sin embargo tú debes tener paciencia con él. ¡Marquito no sabe lo que está haciendo!

— Yo sé, papá — dijo la niña bajando la cabeza.
 

Algunos días después, el padre había llegado muy nervioso a la casa. Había tenido un problema en la oficina y estaba resoplando de rabia. Con el rostro rojo, los ojos lanzando chispas, él gritaba a la esposa por haber tropezado

— ¿Estás viendo, Dora? Casi llevé un golpe por tu culpa. Y la cena, ¿está lista?

— Casi, querido. Perdí algunos minutos conversando con doña Amelia, nuestra vecina que está muy necesitada de ayuda, y por eso me

atrasé.  

— ¿Estás viendo? ¡Mientras yo trabajo, tú gastas el tiempo conversando con la vecindad! Ve a terminar la cena. Tengo hambre.

La señora salió de la sala, volviendo molesta para la cocina. En ese momento, tocan a la puerta. Luana va a abrir y ve a un señor bien vestido que le sonríe y pregunta:

— ¿Tu padre está en casa, niña?

— Sí, señor. Él acabó de llegar. Voy a llamarlo. Entre, por favor.  

Pero el padre, oyendo la voz,  conocida, ya se aproximaba con larga sonrisa en el rostro.

— ¡Sr. Alberto, que placer recibirlo aquí en nuestra casa! ¡Sea bienvenido! ¡Siéntese!

— Le agradezco, Rubens, pero infelizmente no puedo. Me Gustaría mucho conocer a su familia, sin embargo surgió un problema en la fábrica y preciso viajar inmediatamente al trabajo.

— ¡Ah! Si pudiera ayudar, Sr. Alberto, yo estoy a su disposición. Si quiere, puedo ir...

— Gracias, Rubens, sin embargo sólo yo puedo resolver el problema. Vine a buscarlo sólo para dejar las llaves de la caja de la oficina, una vez que nadie más la tiene. Volveré mañana por la noche sin falta. Comuníqueselo a los otros funcionarios, ¿sí?

Después, él se despidió y Rubens fue a acompañarlo hasta el portón, saludando sonriente mientras el coche se alejaba. Luana, que había observado todo, estaba con la boca abierta. El cambio del padre fue tan rápido, que la niña no conseguía entender.

Al ver a la hija que no quitaba la mirada de él, Rubens sonrió:

— ¿Qué pasa, Luana?

La niña pensó un poco y respondió:

— Quedé sorprendida, papá, con tu cambio cuando aquel señor llegó. Él es mucho más joven que tú?

— No entendí la razón de tu pregunta, mi hija.

— ¡Ah, es que cuando yo me enfado con Marquito, tú dices que necesito tener paciencia con él, porque es más pequeño!

El padre enrojeció de repente, avergonzado delante de la hija e intentó explicar:

— Sabes Luana, es que muchas veces el papá está nervioso y no consigue controlarse.
 

— Pero con tu patrón conseguiste controlarte y lo trataste muy bien, y con gentileza, mientras con mamá, que no hizo nada, tú te mostraste bien diferente. Sabes, papá, mi profesora de Evangelización Infantil nos enseñó que delante de cualquier situación, cuando no sabemos qué hacer,

debemos acordarnos de Jesús y pensar: ¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar? Así — ella dijo —, nunca tendremos problemas con nadie.

El padre oyó la hija y, más avergonzado aún quedó, al ver que la esposa escuchaba la conversación recostada en la puerta de la cocina. No tuvo otro modo sino concordar con ella:

— Su profesora tiene razón, Luana. Te confieso que he actuado realmente muy mal con mi familia. El hecho de llegar cansado del trabajo no justifica las crisis de irritación que tengo siempre aquí en casa, especialmente con tu madre.  
 

Él paró de hablar por algunos instantes, llamó la esposa y el hijo, que lo oían más alejados, y, envolviendo a todos en un gran abrazo, prometió:

— A partir de hoy, voy a ser un hombre mejor, más cariñoso, más tranquilo y presente en la vida de mi familia que amo tanto. Especialmente, preguntar lo que Jesús haría en mi lugar. Gracias, hija, por la lección que tú me diste hoy.
 

— Agradecelo a Jesus, papá.        

 

                               MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 10/06/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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