WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 465 - 15 de Mayo de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El muchacho perezoso

 

Carlos era un buen niño, pero perezoso. Se quejaba de todo lo que tenía que hacer, ya fuera una tarea de la escuela o cualquier ayuda que su mamá le pidiese: barrer el patio, hacer su cama, guardar su ropa o sus juguetes… El muchacho respondía de inmediato, molesto:

- ¡¿Todo yo, mamá?!... Estoy cansado. Además, ¡tengo que hacer las tareas de la escuela!

- Pues entonces, hijo mío. ¡Si tienes que hacer tareas de la escuela, hazlas!

- Ahora no, mamá. Voy a descansar un poco. Después las hago, ¿está bien? – respondía el muchacho perezoso.  

La mamá se callaba, desanimada, pues conocía bien a su hijo. Cuando él no quería hacer algo, era inútil insistir. Terminaba llorando, haciendo un drama, como si se tratara de un gran problema por resolver.

Entonces la mamá fue a hacer las tareas del hogar que no eran pocas. Limpió la cocina, lavó toda la ropa de la familia, la colgó en el tendedero y en seguida planchó las piezas que estaban secas.
 

Mientras tanto, Carlitos dormía en su cuarto. Más tarde se despertó descansado y fue a la cocina. Vio a su mamá planchando ropa y preguntó:

- Mamá, ¿cuándo vas a hacer la merienda? ¡Tengo hambre!...
 

Sin detener lo que estaba haciendo, ella respondió que cuando terminara de planchar la ropa.

- ¡Pero aún queda mucho! – reclamó el joven.

- Ya lo sé, hijo mío, pero tengo que planchar todo porque mañana tendré más y ustedes necesitan la ropa.

Él puso mala cara. Disgustado, fue a la sala y se sentó a ver televisión. La mamá, que estaba ocupada, pero no le quitaba los ojos de encima, lo vio sentarse en el sofá y prender la TV, y preguntó:

- Carlitos, ¿ya hiciste las tareas de la escuela?

- ¡Claro que no, mamá! Llegué muy cansado y dormí hasta ahora.

- ¡Ah!... ¿Y cuándo pretendes hacerlas?

- Después de la merienda – respondió el chico, decidido.
 

La mamá se calló y siguió planchando ropa. Al terminar, tomó la pila de ropa planchada y fue a guardarla. Volvió a la cocina y estaba preparando la merienda cuando se acordó:

- Carlitos, no tenemos pan. ¿Vas a la panadería y buscas pan para mamá, hijo?

- Ahora no puedo. Estoy viendo una serie animada.

La mamá no dijo nada. Hizo la mesa y fue a buscar los panes. Cuando volvió, el joven preguntó:

- ¿No trajiste ese pan dulce que me gusta, mamá?

- No. Solo tenía dinero para comprar estos que están aquí.

Con mala cara, él cogió un vaso de café con leche y lo tomó, sin querer pan. La mamá, callada, se sentó a la mesa, coloco café en su taza, cortó un poco de pan y le puso mantequilla, y después comió su merienda.

El muchacho, enojado, reclamó que no iba a tomar la merienda porque no tenía el pan que le gustaba. A lo que la mamá respondió:

- Tú sabrás, hijo mío.

Carlitos se levantó de la mesa, nervioso, y volvió a la sala. Viendo eso, la mamá preguntó:

- ¿Cuándo vas a hacer las tareas de la escuela, hijo mío?

- ¡Solo voy a hacerlas si me ayudas, mamá! ¡Hasta ahora has estado ocupada con todo, menos conmigo!

La mamá lo miró, sin creer lo que estaba escuchando.

- Hijo, cada uno de nosotros tiene sus deberes. Yo ya hice los míos; tú debes hacer los tuyos.

En ese momento el niño se puso a llorar, gritando:

- ¡Yo no sé hacer esas tareas que la profesora nos mandó, mamá! ¡Necesito ayuda y no tengo quien me ayude!...

Ante el drama que su hijo estaba haciendo, ella lo dejó llorar, callada. Al ver que la mamá no le estaba prestando atención, Carlitos reclamó:

- Ya entendí, mamá. Tú no me quieres. Solo piensas en las tareas de la casa y no me das la menor atención.
 

Y volvió a llorar con fuerza.

La mamá, que conocía bien a su hijo, no se incomodó, resuelta a esperar que él terminara con el drama. Viendo que ella no estaba preocupada por él, preguntó:

- No me vas a ayudar, ¿no es así mamá?

- No, hijo. Si tú me hubieras ayudado con los quehaceres domésticos yo tendría tempo para ayudarte con tus tareas. Sin embargo, tuve que hacer todo sola, y no puedo ayudarte porque tú dormiste toda la tarde sin preocuparte por tus debe-

res. Ahora, voy a comenzar a hacer la cena, pues tu papá no demora en llegar – respondió, serena.

- ¡Mamá! ¡La profesora me va a poner cero en las tareas!

- No es mi problema, hijo. Yo hice mis tareas, sin tener quien me ayudara.

Con los ojos bien abiertos, miró a su mamá y fue a su cuarto, dándose cuenta que ella tenía razón. Después volvió, la vio con expresión cansada, y estuvo de acuerdo con ella:

- Mamá, tienes razón. Realmente, me pediste ayuda y no te la di. Trabajaste toda la tarde y también fuiste a la panadería. Y no lo estabas haciéndolo por ti, sino por nosotros. ¡Discúlpame! Sé que actué mal. Prometo que voy a ayudarte siempre que me lo pidas. ¿Está bien?

La mamá miró a su hijo y lo abrazó con inmenso cariño. ¡Finalmente, había entendido la lección!

- Carlitos, ve a buscar tu cuaderno. ¡Voy a ayudarte con tu tarea, hijo mío!

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 28/03/2016.)

           
                                                   
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita