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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 447 - 10 de Enero de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El hombre rico
 

  

Érase una vez un hombre llamado Henrique que era muy rico. Tenía una hermosa familia, una esposa cariñosa e hijos adorables. Sin embargo, él vivía preocupado por sus riquezas, sumido en el deseo de aumentar su dinero y no tenía tiempo para la familia, que decía amar tanto.

Cierto día, Henrique se estaba dirigiendo a su empresa cuando se sintió mal y se cayó, se golpeó la cabeza en un poste, y perdió la me-

moria. Solo, dos chicos pensaron que estaba borracho y se rieron:

- ¡Mira! ¡Tan temprano y ya borracho! Su ropa es buena. ¡Debe estar lleno de dinero!

Se llevaron todo lo que tenía, inclusive su abrigo, dejándolo sólo con la camisa y los pantalones; se llevaron el dinero y tiraron los documentos en la calle. Como estaba empezando a llover, el agua se llevó sus papeles.

Al despertar, Henrique no podía volver a casa. Caminando por la ciudad, finalmente llegó a una carretera y pidió un aventón. Un camionero, al verlo, sintió compasión y se detuvo, preguntando:

- ¿A dónde vas, amigo?

Sin saber qué decir, mostró la dirección del camionero.

- ¡Pues entonces suba!

Más adelante, como tenía hambre, el conductor se detuvo en una gasolinera para comer y le preguntó al desconocido si tenía hambre, y el pasajero asintió, mostrando que sí.

- No se preocupe. Esta vez yo pago.

Comieron un bocadillo y, en seguida, como iba a cambiar de rumbo, el conductor le avisó al pasajero, y éste decidió bajarse. Se despidieron y otra vez Henrique se quedó solo.

Caminó un buen tramo hasta cansarse. Se detuvo y se recostó en un árbol para dormir.

Mientras tanto, su familia lo buscaba por todas partes, pues en la empresa les dijeron que no se había aparecido durante el día. Avisaron a la policía, que salió en su búsqueda, sin encontrarlo, ya que él ya había salido de la ciudad.
 

Así, Henrique comenzó a llevar una nueva vida. La necesidad lo obligó a mendigar para comer. A los pocos días estaba irreconocible; con la ropa sucia, el cabello despeinado, sin tener dónde bañarse y olía mal. Bebía agua de un grifo que encontró en la ciudad, que él no sabía cuál era ni dónde estaba.

Enfermo, iba empeorando cada vez más, hasta que alguien de buenas intenciones, lleno de compasión, lo llevó a un hospital. Allí fue socorrido por los médicos y

enfermeros, pero no podía decir quién era ni dónde vivía. Como hablaba bien y tenía buenos modales, tuvieron la idea de fotografiarlo y enviar una foto a la policía y a otra a las estaciones de televisión.

Algunos días después, alguien encontró el parecido con Henrique, el gran empresario, y avisó a la familia. Su esposa y un hijo fueron a visitar al enfermo, que seguía hospitalizado. Una vez allí, se dieron una sorpresa:

- ¡Henrique! - gritó su esposa, emocionada - ¡Gracias a Dios que te encontré!...

- ¡Papá! ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¿Y dicen que mendigabas por las calles? - dijo el hijo.

Al ver a aquellas personas, él, que estaba mejor, los reconoció y sonrió más aliviado. El médico conversó con su esposa, afirmando:

- Todo lleva a creer que Henrique desapareció porque tenía un problema y perdió la memoria. Ahora se está recuperando; tengan paciencia con él. Si tuviera otro problema igual, vuelvan a buscarme.

- Gracias, doctor. Usted nos ha ayudado mucho. Volveremos, sin duda alguna.

Después, con lágrimas en los ojos, dijo:

- Vamos a casa, querido. El médico ha dicho que puedes irte.

Entonces Henrique regresó a su hogar y a la convivencia familiar. Como había sido tratado en el hospital, el médico volvió a advertir a su esposa que estaba recuperando la memoria perdida a causa de un problema que había tenido, y pidió que tuvieran paciencia con él.

Al llegar a la mansión donde vivía, en la gran avenida, Henrique sonrió reconociendo la casa donde habían vivido durante tanto tiempo. Entró, lo llevaron a su habitación y, ya acomodado en la cama, dijo a sus familiares:

- Gracias a Dios, estoy de regreso. Sufrí mucho durante todo este tiempo. Fui mendigo y pedí limosna, comida y dormía a la intemperie, cubriéndome con periódicos que las personas tiraban a la calle o dejaban olvidados en los bancos de los parques.

- Querido, olvida todo eso. Ya  pasó, tú está de vuelta en nuestra casa ...

- Lo sé, querida. Pero no puedo olvidar lo que viví. Siempre fui un hombre duro, que sólo valoraba el dinero. Hoy, después de tanto sufrimiento, sé que la gente no está en la calle porque quiere, sino porque no tienen opción. Así es que de ahora en adelante, voy a ser diferente. Quiero ayudar a todas las personas que pasan dificultades, que viven en las calles, que beben, que son adictas a las drogas. Todos son muy desdichados y necesitan que alguien les ayude. Ese alguien seré yo, que conviví con todos ellos y, aun viviendo dificultades, ellos me ayudaron, compartiendo conmigo lo poco que tenían.

Su esposa y sus hijos estaban emocionados con sus palabras, pues lo habían conocido como un hombre duro, sin piedad con todos los que necesitaban ayuda. Y Henrique continuó:

- Seré un jefe diferente con mis empleados a partir de ahora. Mañana iré a la empresa para conversar con ellos, y les diré lo mismo que les he dicho hoy a ustedes: ¡Dios me ha dado una nueva oportunidad y voy a aprovecharla! ¡Créanme! Perdónenme por ser el padre y esposo que fui para ustedes. A partir de ahora soy un hombre diferente.

La esposa y los hijos se acercaron con mucho amor y lo abrazaron, con lágrimas de comprensión y compasión, reconociendo que siempre es tiempo de cambiar.

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 9/11/2015.)

 

                                                                                   



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