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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 443 - 6 de Diciembre de 2015 

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Ayuda al próximo
 

  

Hace mucho tiempo, cuando Jesús caminaba hablando a las personas sobre las Leyes Divinas, que Él había venido a traer al mundo, estas lo seguían encantados con sus palabras y con su presencia.
 

Rodeado por la multitud, Jesús les hablaba de las cosas simples que eran parte de sus vidas y que ellos entendían, como una moneda perdida, peces, pesca, redes, plantaciones, semillas de mostaza, granos de trigo y muchas otras cosas, dándoles ejemplos que calaban hondo en sus corazones. Y sanaba a los enfermos, paralíticos, ciegos, mudos y todos los que Le bus-

caban.  

Un día, en medio del pueblo, Joabel, un joven de buen corazón, lo escuchaba embelesado. Las palabras del Maestro lo emocionaban. Joabel deseaba seguirlo, ser su discípulo, porque Él traía las palabras de vida eterna y, con gran emoción, aquel día Joabel vio a Jesús sanar a muchas personas y luego se alejó acompañado de sus discípulos.

Joabel quiso seguir a Jesús, pero se acordó de su madre que estaba enferma y lamentó no poder ir con el Maestro. Deseaba llevarla ante Jesús para que sea curada por Él. Sin embargo, como su padre había muerto, él era el hombre de la casa y responsable de todos. Por lo tanto no podía seguir a Jesús.

Al recordar a su madre enferma, Joabel se acordó que tenía que volver a casa. Su madre lo necesitaba, a pesar de que su deseo era continuar siguiendo a Jesús. Al llegar a su humilde morada, vio que su madre estaba peor y le preguntó:
 

- Mamá, ¿qué pasó?

- Nada, Joabel. Me desperté hoy sintiendo un fuerte dolor en el pecho y no podía levantarse. Por eso, no he hecho la comida - respondió ella con el pecho agitado.

- No te preocupes, mamá. Yo me encargaré de todo.

Así, Joabel fue a la cocina para preparar la comida, siempre preocupado por su madre. Recogió verduras de la pequeña huerta, un po-

co de granos que habían sobrado del día anterior y un pan. Hizo una sopa y pronto un buen olor se extendía por toda la casa. Sus hermanos menores comieron y Joabel llevó un plato a su madre, que le agradeció, satisfecha.

Al día siguiente, uno de los hermanos de Joabel se enfermó. Preocupado, lo cuidó, así como a su madre. Por ello, durante unos días no pudo salir en busca de Jesús. A través del pensamiento, él oraba, como el Maestro había enseñado, pidiendo ayuda para su madre y su hermano, ambos enfermos. Echaba de menos escuchar a Jesús, pero la situación familiar no permitía que se ausentara de la casa.

Cuando vio que su madre y su hermano estaban mejores y podía ir al encuentro de Jesús, un vecino llamó a su puerta porque necesita sus cuidados, lo que no permitió que saliera. Después, sucedía siempre hizo lo mismo: era una vecina enferma, un niño, un anciano o alguien con hambre. Y Joabel, que tenía un buen corazón, sentía que no podía abandonarlos.

Algún tiempo después, Joabel escuchó la noticia de que el Maestro había sido apresado en Jerusalén, condenado y había muerto crucificado entre a dos ladrones. Sin poder creerlo,  lloró mucho al sentir que ya no tendría la oportunidad de volver a ver a Jesús ni escucharle.

En sus oraciones, Joabel conversaba mentalmente con el Maestro, explicándole que no había podido seguirlo debido a la necesidad de cuidar de su familia y de los enfermos que acudían a él, lamentando no poder estar junto a Él, como quería. Pero mentalmente, escuchó que Jesús le respondía:

- Sigue tu camino, Joabel. Tu tarea es socorrer a los más necesitados. Mi Padre te bendecirá por eso. ¡Queda en paz!

En otra ocasión, amaneció con la firme decisión de hacer algo por los demás, como dijo Jesús. Aquel día, su hermano menor se despertó sintiendo un gran malestar y lloraba de dolor. Joabel, ante esto, lo tomó en sus brazos y lo llevó ante una mujer que conocía el arte de tratar con plantas y curaba enfermedades.

Rápidamente llevó a su hermano a la mujer, quien cuidó de él, preparando un té que le dio a tragos. Después de unas horas el dolor pasó, y ellos regresaron a casa.

Joabel estaba satisfecho por la curación de su hermano, pero sentía que nunca podría cumplir su propósito de seguir a Jesús ayudando a los necesitados. Al elevar el pensamiento a lo Alto, buscando a Jesús, oyó: "Joabel, no te preocupes. En verdad, ¿quién es nuestro prójimo?"

- Señor, es aquel que está más cerca de nosotros - respondió él.

"Dices muy bien, Joabel. Entonces, hiciste la voluntad de mi Padre que está en los Cielos”.

Más reconfortado, Joabel sonrió entre lágrimas, sintiéndose mejor y entendiendo la lección de Jesús.

Cierto día, años después, debilitado, Joabel se echó en su cama. Ya no podía levantarse. Quería hacer sus tareas, ayudar a los necesitados, pero el cuerpo no le obedecía. Elevando el pensamiento a Jesús, Joabel suplicó:

- ¡Maestro, ayúdame! ¡Necesito trabajar, hacer mis labores y no puedo! ¡Hay personas que dependen de mí y no puedo atenderlas! ¡No quiero quedarme preso a la cama sin hacer nada por mi prójimo, Jesús!

Y el Maestro le respondió:
 

- Quédate tranquilo, Joabel. Has trabajado mucho y ahora ha llegado el momento de cosechar las bendiciones a las que tienes derecho. Tuviste una fructífera vida, te dedicaste a los necesitados, te cansaste y trabajaste bastante por los demás, sin pensar en ti mismo. ¡Ahora, ven conmigo! ¡Recibirás los laureles de tu dedicación y tu amor,

continuando el servicio junto a mí!  

Joabel sintió un inmenso bienestar lo envolvía y, lleno de alegría, vio la imagen de Jesús, junto a él, sonriente, tendiéndole la mano.

Sólo entonces, en ese instante, Joabel entendió que todo lo que había hecho durante su vida fue trabajar para el Maestro, sirviendo a su prójimo.

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 18/05/15.)


 

                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita