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Año 9 - N° 440 - 15 de Noviembre de 2015 
CHRISTINA NUNES      
meridius@superig.com.br     
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Christina Nunes

Preconcepto


Este tema fue abordado también en una de mis últimas charlas, porque se hace necesaria la consideración reiterada del asunto, en razón de los disparates verificados en los acontecimientos actuales. Son desdoblamientos incuestionables del perjuicio serio enraizado en falta de la toma definitiva de conciencia para con las realidades espirituales mayor que nos aguardan a todos, a cualquier tiempo. Y una de las consecuencias más lastimosas de este cuadro se verifica en la tendencia, aún común en muchos, de posicionarse como si de hecho, antes, y tras esta vida corpórea, nada más hubiera, nada más repercutiese. ¡Como si la continuidad de nuestra existencia, a lo largo de las jornadas materiales evolutivas, no existiera, sin obedecer a un hilo continuo de efectos, enraizados en causas que reposan, sobre todo, en las elecciones individuales, de las menores a las mayores!

Reencarnación, efectivamente, se trata de un hecho natural, querido lector y lectora. De ley universal, cuya dinámica alcanza cada ser en curso por la Tierra, de igual manera como nos afecta cada nacer y ponerse del sol. Y, de eso, cada cuál obtendrá la debida constatación, más una, y aún otra vez, al término de las estancias transitorias en un cuerpo material – a la rebeldía de creencias, descreencias, y de ignorancia voluntaria, o no, del asunto.

Acostumbramos a decir que de nada adelanta alguien destituido del sentido de la visión ponerse a negar la existencia de la luz del sol solamente porque, temporalmente, bajo los efectos de la prueba de una de sus muchas existencias en un cuerpo de carne, no consigue ver la luz; constatarle la existencia más allá de los efectos del calor de su poderosa irradiación en el mundo. ¡De hecho, el sol continuará allá, soberano en los cielos, a la espera de que aquel espíritu en tráfico por la Tierra finalmente rescate debidamente el don de la visión, en su cuerpo de carne, o después de su pasaje para el mundo mayor, cuando, finalmente, volverá a percibirlo! Pero el sol no dejará de existir en función de la incapacidad momentánea de este o de aquel para ver el brillo magnífico que explaya diariamente sobre todos los seres de la Creación, instalándoles-salud y vigor.

¿Cuántas “encarnaciones” nuevas tuvimos?

Comprendiendo con claridad este punto, la realidad de las vidas sucesivas, conocida de hace varios milenios por las más diversificadas culturas y pueblos esparcidos por el planeta a lo largo de la historia humana, pasemos a la consideración siguiente: durante nuestras incontables vidas corpóreas sucesivas, ¿cuántos idiomas ya articulamos?

¿Cuántos colores de piel ya vestimos? ¿Cuántas “encuadernaciones” nuevas tuvimos, para aprovechar la definición inspirada como divertida de una amiga querida del medio profesional, refiriéndose a la reencarnación?

Efectivamente, en la estela de nuestras vivencias milenarias, bastante probable es que ya hayamos exteriorizado múltiples veces nuestras personalidades transitorias bajo los tonos de piel de los asiáticos, de los africanos o de los holandeses. ¡Podremos contar como cierto ya nos hemos aferrado, fastidiado, disputado, emocionado o nos hemos alegrado bajo los tonos de comprensión de la vida de uno sin número de pueblos que perciben la propia existencia, y, por lo tanto, también Dios, con sus innumerables lecturas religiosas, y de dentro de una diversificación de comprensión de tal modo vasta como intrincada, conflictiva, si es confrontada con pareceres de otros extremos del mundo!

¡La riqueza magnífica de la vida, de la existencia, en este orbe, como en el universo infinito, y en las varias dimensiones invisibles a las limitaciones rudas de los sentidos físicos, es un hecho! ¡Lo que, así pues, hace esta misma vida tan mágica, respetable, digna de la más profunda veneración, por la capacidad del Creador de expandir infinitamente en una miríada de seres y de tonos que jamás se repiten en sus colores, y en sus idiosincrasias!

¡Y, sin embargo, persiste aún la raza humana, en este pequeño punto azul perdido en la inmensidad del cosmos, en la misma y persistente ilusión dolorosa del ego ciego, aunque no más que transitorio; en la adicción pernicioso de juzgar y confinar todo y todos en lo ínfimo plantilla de su elección! En la botella más a su me gusto, en términos de formato, color, y de detalles superficiales!

¿Qué es estético, superficialmente aceptable?

¡Preconcepto es concepto previo! ¡Concepto precipitado, por regla distanciado de la autenticidad de la realidad confrontada - por ser parcial, y basarse en un puñado de opiniones e ideas con que nos identificamos, delante de cualquier situación de diversidad de aquello que entendemos como nuestra plantilla, como lo tenido cómo “normal”, como lo “común”! Y la razón es que este “común” es confortable a nuestro ego. ¡Y toda la diferencia, si mal comprendida, asusta, provoca recelos, porque nos lanza a conflictos con nuestras propias definiciones, con las cuales nos identificamos existencialmente, y de las cuales, por esta misma razón, no podemos ni queremos deshacernos sin perder la noción de nosotros mismos, de nuestro “suelo”!

¡Pero eso reside en el error básico de identificarse con conceptos – distanciados de quien realmente somos, que nada tiene que ver con las ideas y pensamientos transitorios a que fuimos condicionados a lo largo de la vida acerca de nosotros mismos!

¡Ponderemos, amigo lector y lectora! Porque otra no es la razón de los dolorosos dramas observados actualmente, en los casos informados de discriminación racial y sexual, de opresión entre clases sociales; en los episodios lastimosos relatados diariamente, habidos entre nuestros jóvenes y niños víctimas por el hoy llamado bullying – fundamentado justo en esta incapacidad brutal de tratar, con respeto, cuando no con admiración y afecto, con la diversidad incesante presente en la dinámica de la vida!

De otra forma, considérese – ¿qué es estético, superficialmente aceptable? Si ya reencarnamos japoneses, ingleses, brasileños o africanos, viviendo miles de estados de espíritu correspondientes a cada una de esas épocas y nacionalidades; dividiendo con afectos y desafectos que nos acompañaron experiencias, alegrías, preocupaciones, enfermedades, sufrimientos, y teniendo como referencia otros lugares, hábitos, valores – ¿cómo, entonces, confinar dentro de cláusula pétrea lo que es, en definitivo, estético, bueno, atractivo, “normal”? ¡¿Cómo nutrir la pretensión a un patrón universal que, absurdamente, se pretenda imponer a otros millones de seres en tránsito en el mundo?!

¿En qué se lucra en maltratar negros, índios o latinos?

En un país, prevalece la religión budista, el color de piel bronceada, o la blanca; determinada política, parlamentarista, imperialista o democrática. Ese o aquel idioma. Normas sociales las más dispares. Esta o aquella visión de la divinidad – ¡caminos diferentes para un Dios sólo! O alguien, en algún lugar, halla tal o cual persona bellísima - persona esa cuya aplaudida “estética”, delante de otras percepciones, no supera el lugar común... Unos, aún, aprecian ciertos paladares. Otros, tantos más.

¿Ahora, es de preguntarse adónde lleva abrir guerra declarada contra quien no es blanco o no articula el idioma inglés, contra toda y cualquier diferencia? ¿En qué se lucra en oprimir y maltratar individuos negros, o indios y latinos; que hacen opción sexual conflictiva con lo que se convino considerar la normalidad en este sentido?

¿Cuál es la ganancia, obtenida en términos de felicidad individual o grupal, al agredirse física o moralmente los seguidores del candomblé, de la iglesia evangélica o protestante? ¿Católicos o espíritas? ¿Qué, en casos así, nos diferencia de los malhechores comunes, que conducen sus vidas en el engaño grave de la práctica de la violencia contra la vida, contra el prójimo?

¿En qué, queridos lectores, finalmente, la lectura de vida diferenciada de unos nos afecta perjudicialmente, de hecho? ¡Pregunta que se debe hacer a todo instante, cada impulso de juicio o de crítica irreflexiva!

¿Por qué no podemos convivir armoniosamente con las diferencias múltiples presentes en la humanidad, y en el contexto existencial global, si, bajo un análisis frío, nada de eso perjudica a quienquiera que sea – antes, beneficia a todos con la ausencia de la variedad, con el cambio saludable del debate y del crecimiento por medio del aprendizaje mutuo obtenido por el entrelazamiento entre vivencias diferentes?

El orgulloso senador Publio Lentulus volvió como un esclavo

Un maestro espiritual hindú, hace tiempo, ponderaba al respecto, ilustrando sobre la inutilidad que habría si un pie de roble se empeñara en debatir con un abeto acerca de hallarse superior al otro, por esta o aquella razón. ¿Tendría sentido? Con cada ejemplar de la flora y de la fauna terrestre desempeñando dignamente su función en la cadena vital, ¿qué caos destructivo ocurriría en el mundo natural, si también estos reinos se pusieran a querer probar unos a los otros su superioridad, destruyendo, atacando, lanzándose contra el otro como gangrena incontrolable?

Narra la historia de Publio Lentulus, noble senador romano, orgulloso y déspota en la conducta con sus subordinados, que vuelve en una reencarnación posterior como el simple esclavo Nestório, en el mismo ambiente de contrastes sociales difíciles donde su invigilancia espiritual contribuyó para radicar los perjuicios desencadenados por el mismo patrón desvirtuado de comprensión del mundo. ¡Patrón este que aún asola los pueblos terrenos, de más de dos milenios pasados!

En incontables casos, sin embargo, se trata de la misma humanidad reencarnada, enfrentando, aún, el lento aprendizaje de cómo coexistir con el prójimo dentro de las necesidades improrrogables del respeto y de la armonización entre las diferencias, si lo que se quiere, de hecho, es el avance de las sociedades para escenarios más pacíficos, con auténtica calidad de vida, porque reside en valores realistas que arrancan al hombre de su ilusión de identificación con sus “rotulaciones” de poder.

Nuestro verdadero ser no es hecho de cosas transitórias...

¡En último análisis, alcanzándose este nivel de mejoría íntima, comprenderemos, finalmente, que no somos esos rótulos, convenientes a la satisfacción transitoria del ego, en su pozo sin fondo de deseos que nunca satisfacen el vacío llenado solamente por la comprensión clara de lo que concierne a nuestro verdadero ser! ¡Y este ser no es la transitoriedad inexorable de cada color de piel, que vestimos cada vida; la nacionalidad, el idioma, la orientación sexual momentánea, o el concepto religioso más afín cada estadio de condicionamiento experimentado en las vidas corpóreas, en función de climas culturales o ideológicos!

No somos, amigos lectores, la altura o el peso corporal; la estética de la moda, o lo que se considera su antítesis, por los patrones mediáticos consumistas. ¡Menos aún, el argot de las lenguas y de la escritura, el consumo utilitario de este o de aquel producto, o marca de moda! No somos tampoco nuestra cuenta bancaria pasajera, nuestra clase social actual, y ni incluso nuestros nombres de familia u opciones!

Todo eso, en absoluto, pasará – ¡en la más de las veces, en no tanto tiempo así! ¡Y observen con exención, para constatar, sin mucha dificultad, que hay un distanciamiento sutil entre el su “ser” real, verdaderamente inalterable, de todo este remolino de circunstancias vaticinadas a un término natural, a largo o corto plazo!

¡Hay un observador! ¡Hay un estado de atención, de conciencia pura, redime – esta sí, destinada a la perpetuación, a la eternidad! Un estado de ser que sabe existir de dentro de los preceptos del amor incondicional por la vida presente en toda la Creación, y por sus incontables manifestaciones – amor otrora enseñado e idealizado por Cristo, por Buda, y por tantos otros iluminados, en tránsito de tiempos en tiempos por la Tierra, para ejemplificar la ruta segura para una dimensión de Luz cuyo alcance definitivo depende sólo de nuestras elecciones por un modo de ser no más  que simple; no más que pautado por respeto, compasión y veneración por el aspecto sagrado de la Vida, existente en nosotros, como en todos y en todo lo que nos rodea! 

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita