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Año 9 - N° 425 - 2 de Agosto de 2015
ALMIR DEL PRETTE 
adprette@ufscar.br

São Carlos, SP (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Almir Del Prette

La reencarnación y el miedo a la libertad

 

Recientemente, hojeé un romance espírita, de esos cuyos dramas se anclan en el relato de épocas diferentes: la de el pasado, una descripción detallada de vidas dotadas de belleza, fortuna y poder; y la actual, en situación opuesta, con los personajes amargando reveses sin cuenta. Esos romances ciertamente contribuyen en la difusión de la idea reencarnacionista, sin embargo, frecuentemente, inducen a creencias equivocadas, fortaleciendo la noción de que Dios de ella se utiliza como instrumento punitivo-correctivo. Aunque existan estudios histórico-filosóficos y relatos de investigaciones sobre la reencarnación, no pude dejar de reflexionar sobre la necesidad de abordarla, por ejemplo, en una perspectiva socio-psicológica. Es esa visión que será considerada en este artículo.

¿Cómo definir la reencarnación? Simplificando, pero sin olvidar a Kardec1, podemos decir que la reencarnación supone un mecanismo de sucesivas existencias del Espíritu, a lo largo de los siglos, hasta el alcance de condición espiritual que dispensaría su retorno, salvo en carácter de misión voluntaria. La noción de reencarnación es bastante antigua en varias culturas. Por ejemplo, vamos a encontrarla en los libros de los Vedas, en el Hinduísmo, en el Judaísmo, entre los egipcios y en muchos filósofos griegos, como Pitágoras, Sócrates y Platón2  y, más recientemente, en relatos de investigación3.

Las premisas de la idea reencarnacionista

La idea de la reencarnación se apoya en dos premisas: (a) que el alma es inmortal y (b) que el alma progresa continuamente. En el Cristianismo, la noción de una única vida también se basa en la inmortalidad; pero la condición evolutiva personal ya viene definida desde el nacimiento y para siempre. Ambos dogmas, de la reencarnación y de la unicidad de la existencia, explican el destino final del Espíritu, o del alma. En el primer caso, se trata de un progreso continuo, con diferentes experiencias y adquisiciones. En el segundo caso, el alma puede ser destinada a las bien-aventuranzas (cielo), a la situación de sufrimiento relativo (purgatorio) y a la pena eterna (infierno). ¿Por qué el Cristianismo adoptó la doctrina de una única vida? ¿Cuáles son los conceptos subyacentes a esas doctrinas? Son cuestiones discutidas más adelante.

Iniciamos por reflejar sobre la difusión de esas doctrinas el tiempo. Si la idea reencarnacionista ya estaba presente en el mundo, muchos siglos bien antes del surgimiento del movimiento cristiano y hasta prevaleció en algunas culturas, es razonable pensar que ella haya, de algún modo, formado parte del modo de entender el mundo por los pensadores de la Iglesia naciente. Recordemos que el Cristianismo nació en la cultura judaica, cuya población, en general, tenía una noción vaga sobre la reencarnación, lo que, sin embargo, no ocurría en la esfera del rabinato4, salvo excepciones.

El Judaísmo ante la influencia externa

Además de eso, el Judaísmo nunca fue un sistema verdaderamente cerrado y, en varios momentos históricos, fue bastante permeable a la influencia de otras culturas. Aún durante la fuga de Egipto que, aparentemente, debería fortalecer una cultura judaica, había la preocupación constante de los liderazgos en relación “a los desvíos” religiosos del pueblo. Y esto se dio, inclusive, algunas horas antes de Moisés aparecer con las “Piedras de la Ley” (ver Éxodo, 32, 4-9). Lo mismo ocurrió durante el periodo de dominación en Babilonia, de donde los judíos trajeron el código de ley de la reciprocidad entre crimen-castigo (“ojo por ojo...”). Hecho semejante se repitió durante la ocupación romana, cuando el Sanedrín actúa con tolerancia a la pena de muerte por crucificación. Considerando, por otro lado, que los liderazgos del Camino se esforzaban por mantener una relación amistosa con las autoridades del país, se puede pensar que, durante algún tiempo, el Cristianismo naciente convivió con dos alternativas doctrinarias, la de la existencia única y la de múltiples existencias, reproduciendo, de cierta manera, la cultura judaica.

¿Cualquiera de las dos podría haber prevalecido? Se supone que hubo aceptación, durante algún tiempo, de la doctrina reencarnacionista y que la emperatriz Teodora hubo influenciado al Emperador Justiniano (527-565 d.J.C.) para eliminar de la Iglesia esa creencia. Sin embargo, la historia no ocurre por accidentes o caprichos individuales, sin que haya una ideología subyacente para darle sustentación.

Justiniano y la divinización de Jesús

En ese sentido, esa suposición sobre la influencia de la emperatriz puede ser sólo parte de la verdad. Por un lado, Teodora  era movida por la ambición obsesiva de que Justiniano expandiera su dominio sobre todo el Mediterráneo oriental. Esa era su mayor preocupación. Por otro lado, el emperador sentía una gran motivación por cuestiones teológicas, lo que no era del interés de Teodora. Históricamente, fue Justiniano el principal articulador de la divinización de Jesús por la Iglesia. Adicionalmente, la noción de una única vida iría a favorecer el poder del clero sobre los fieles y, consecuentemente, la mayor entrada de recursos. En la visión de Justiniano, tal estrategia aumentaría su control sobre los bienes de la Iglesia, facilitando el uso del peculio para las campañas de conquistas. Su lema “Un Estado, una ley, una iglesia” representa la síntesis de esa visión y explica su empeño en la convocatoria de concilios y dictámenes teológicos. Por lo tanto, la noción de la reencarnación fue excluida, menos por imposición de Teodora y más por estrategia política. Justiniano falleció el año 565 (d.J.C.) y, aún con el imperio en decadencia, la Iglesia continuó aumentando su riqueza y su  poder.

La perspectiva espiritualista en el mundo es anterior a la materialista. Aunque ya existieran ateístas desde la época anterior a Jesús, las ideas filosóficas materialistas ganaron importancia con los pre-socráticos, como Demócrito, Leucipo y Epicuro. Pero, el materialismo, en cuanto escuela filosófica, ganó adeptos y status a partir del siglo XVI, con Leibniz6.

¿El Reino de Dios está dentro de cada uno?

No hay duda de que, hasta el inicio de la Edad Media, era más fácil aceptar la noción de Dios y de la inmortalidad del alma, que una visión materialista opuesta. Y eso, por un lado, debido a la dificultad de comprensión de los procesos de nacimiento y muerte y, por otro, por el hecho de que las leyes que rigen el Universo sean ininteligibles, aún para la gran mayoría de los pensadores. Además de eso, bajo esas creencias ostentaban templos y organizaciones sacerdotales, cuyo poder superaba el ámbito de la religiosidad. La intimidad con un Creador, que concedía a los sacerdotes la decisión sobre quien debería ser salvado, fortalecía el poder religioso y creaba una cultura de sometimiento y miedo. La idea de Jesús de que el Reino de Dios está dentro de cada uno, pudiendo ser implantado en el mundo, y no en otra parte, fue reinterpretada en la perspectiva de un juicio futuro. El resultado favorable, en tal juicio, dependía de la fidelidad a los dogmas y de la mediación clerical, lo que exigía pocos esfuerzos de todos, fieles y sacerdotes. La reencarnación, como un proceso, ya no tenía la mínima condición de aceptación, y la doctrina de la única existencia estaba, pues, consolidada en consonancia con la noción de Jesús “Salvador”. Como que refrendando esa posición, se diseminó, también, la doctrina de la mediación por los santos, o por María, dudosamente alzada a la posición de madre del propio Dios.

Salvacionismo versus Evolucionismo

Se puede deducir, por lo tanto, que las doctrinas de única existencia y de pluralidad de las existencias tienen como base dos paradigmas culturales diferenciados. El primero, más antiguo, puede ser denominado de Salvacionismo. El segundo, que se opone a la noción salvacionista, puede ser llamado de Evolucionismo. Paradigmas culturales son conjuntos de ideas y normas que orientan creencias, valores, sentimientos y comportamientos. Un paradigma sólo entra en declive cuando otro responde, con mejor propiedad, a las dudas y cuestiones presentes. A lo largo de su jornada en el planeta, el hombre creó mitos y creencias que, de alguna manera, le explicaban el Universo, calmaban sus dudas sobre problemas de difícil comprensión y debilitaban sus miedos y angustias.

Varias emociones humanas actúan en el sentido de la supervivencia y de la evolución. Sin embargo, el miedo está relacionado a la conservación, siendo el elemento base del paradigma salvacionista, donde el miedo es acentuado y prevalece a la búsqueda de la seguridad, vía protección de un poder mayor. La renuncia al poder de pensar y decidir favorece la práctica del sometimiento y de la adulación a los más fuertes. La historia de la saga humana evidencia que el líder, para fortalecerse, incentiva la adulación a sí y a los ídolos, que pasan a representarlo. Algunos de los ídolos primitivos fueron idealizados como figuras bizarras, que despertaban temores inconscientes, pero una vez sobornados por rituales, se transformarían en protectores. Finalmente, un poder con el cual el hombre podría contar, contra las fuerzas destructivas ignoradas.

Con el salvacionismo el poder del clero aumentó

La seducción y la adulación permanecen hasta hoy, y también el hombre moderno se esfuerza por seducir a sus dioses o aquellos que los representan, por ejemplo, el dinero, la belleza, la fuerza... Tal juego no se restringe más al campo de la religiosidad: es generalizado para las figuras mediáticas, la política, los negocios y las armas. Y así continuará mientras haya prevalecía del paradigma salvacionista en nuestra cultura religiosa.

Con el salvacionismo, el poder del clero sobre las conciencias aumentó considerablemente. De ahí, la prohibición del intercambio con el mundo espiritual era una providencia calculada y necesaria para evitar cuestionamiento a la autoridad sacerdotal. Además de todo, la aceptación de la comunicación con los muertos podría poner en duda algunos de los dogmas establecidos por los teólogos, por ejemplo, el de las penas eternas.

Aproximadamente en el año 300 (d.J.C.) el clero ya estaba bastante organizado, habiendo el obispado fortalecido su poder en la jerarquía de la Iglesia. En consecuencia, el uso de privilegios principescos por parte de los obispos era acepto casi sin oposición. El sometimiento interno de los frailes y párrocos y los conchabamientos y alianzas del clero, en general, con reyes y emperadores se transformaron en práctica común. Por lo tanto, la aceptación de la doctrina de una única existencia, y el consecuente rechazo de la noción de reencarnación, no ocurrió debido al capricho de una emperatriz, ni fue resultante de una opción filosófico-teológica, pero, sí, una estrategia política, fortaleciendo la orden y el poder establecidos. Ya el siglo IV, además de la introducción del dogma del pecado original, se dio la conversión del Imperio Romano al catolicismo. Estaba, pues establecida la supremacía de una Iglesia, la católica, sobre las demás y su complicidad con el poder temporal7.

Del paradigma evolucionista deriva el miedo

La doctrina de una única existencia, aunque dejara la noción de un Creador en situación delicada, pues es indefendible en términos de lógica sobre algunos de sus atributos, favorece, y mucho, el poder de los clérigos. Al subordinar el futuro del alma a su control, la Iglesia desenvolvió dos acciones que se complementan: el fortalecimiento de su autoridad y la compra/venta de la salvación. Es poco probable que eso pudiese haber ocurrido en caso de que la pluralidad de las existencias fuese aceptada, como pudo ser verificado, por ejemplo, en el Budismo. En la perspectiva evolucionista, Jesús sería aceptado como un modelo evolucionado, con misión educativa en relación a la humanidad. Tal misión Le fue otorgada por Dios, su padre y nuestro padre. Tener a alguien que auxilia al hombre en su camino evolutivo es muy diferente de tener a un salvador. Del paradigma evolucionista deriva una libertad difícil de ser aceptada, pues exige otra manera de encarar la vida. Ella produce miedo, pues el hombre se ve responsable por su destino presente y futuro. Cuando, en ese proceso, el individuo comienza a intuir que debe evaluarse y superar su condición espiritual presente, su miedo puede aumentar al punto de generar conflicto entre una y otra posición. Entre tanto, hay una fase de su desenvolvimiento de la cual no consigue volver más a los buenos tiempos de la creencia en un Salvador. En ese caso, el debe enfrentar también sus recelos y precisa comprender que esa es una experiencia solitaria, más que, en el entorno, el puede contar con la solidaridad de muchos Espíritus (en los dos planos) que viven o vivieron una condición semejante y esperan una oportunidad para ayudarlo. 


 

[1]   Kardec, Allan. O Livro dos Espíritos. IDE: Araras (SP), 2002.


[2]   Wikipedia. Acesso em 7 de junho de 2015


[3]   Ver Stevenson, I. Vinte casos sugestivos de reencarnação. Editora Vida & Consciência. São Paulo


[4]   DovBer Pinson. Reencarnação e Judaísmo. São Paulo (SP): Maayanoti, 2015.


[5]   Wikipedia. Acesso em 21 de junho de 2015


[6]   Wikipedia.Acesso em 28 de junho de 2015.


[7]   Emmanuel, Francisco Cândido Xavier(1939). A Caminho da Luz. Brasília (DF): FEB.

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita