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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 424 - 26 de Julio de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El olor a pastel horneado
 

  

Flavia, de nueve años de edad, estaba sentada en la mesa junto a sus padres; aquel día, fue elegida para hacer la oración antes de almuerzo.

La niña estaba preocupada, sin saber qué decir en la oración, pues había discutido con su amiga Cintia esa mañana y sentía un peso en el corazón.

Como su hija se demoraba en hacer la oración, la mamá la animó:

- ¡Vamos, Flavia, estamos esperando!

Pero la niña no se sentía en condiciones de orar, pues se sentía en falta con su amiga, y dijo:

- Mamá, ¿podrías hacer la oración por mí? ¡Yo no puedo!

La mamá entendió que algo había pasado y aceptó, orando por todos los presentes. Después, el almuerzo transcurrió en un clima de paz y alegría, como siempre. Solo Flavia no lograba mostrar una sonrisa que fuera capaz de iluminar todo el ambiente.

Al terminar el almuerzo, la mamá le pidió a su hija que la ayudara a ordenar la cocina, y los demás fueron a la sala. Pero la niña continuaba con la expresión adusta de quien está en problemas, y la mamá preguntó:

- No se te ve bien hoy, Flavia. ¿Sucedió alguno?
 

Ante esa pregunta, Flavia se puso a llorar. La mamita trajo una silla para su hija y se acomodó cerca de ella, hablando con inmenso cariño:

- Hija, ¿me quieres contar lo que está pasando? ¿Tal vez yo te pueda ayudar?

La niña se limpió las lágrimas y respondió:

- Mamá, ayer me leíste un pasaje del Evangelio en el que Jesús decía que, antes de hacer una oración, debemos botar todo sentimiento

malo dentro de nosotros, y si tenemos algo en contra de alguien, debemos buscarlo y pedirle perdón. ¡Solo así nuestra oración será aceptada!

La mamá la abrazó más fuerte y le dijo:

- Entiendo. ¿Tienes un problema con alguna amiguita tuya, no?

- Es con Cintia. Nos peleamos por una tontería, pero ella no me perdona. ¡Ni siquiera habla conmigo! Estoy triste porque me cae muy bien.

La mamá la consoló:

- Hija mía, Jesús dijo que, cuando tuviéramos algo contra alguien, antes de orar debemos perdonar a esa persona, pues solo así Dios, nuestro Padre, también perdonará nuestras faltas. ¿Tú ya la perdonaste?

- Creo que no, mamá. Por eso estoy sufriendo.

- Entiendo, hija. Pero si eso te molesta tanto, piensa en una manera de resolver ese problema. ¿Qué te gustaría hacer en verdad?

- ¡Me gustaría decirle que yo me equivoqué y pedirle perdón!

- ¡Excelente! Entonces, para eso, intenta acercarte a ella nuevamente. Ahora ve a tu cuarto, ora y pide ayuda a Jesús.

Flavia fue a su cuarto, se sentó en la cama y oró, pidiendo a Jesús que la ayude a resolver el problema con su amiga. La ayuda no demoró en llegar.

Después de la oración, Flavia se quedó pensando. Pensó… pensó… Hasta que una idea surgió en su cabecita: ¡Ya sé qué hacer! ¡Estoy segura de que funcionará!

La niña corrió hacia la cocina y le pidió a su mamá:

- Mamá, ¿hacemos ese pastel de chocolate tan delicioso? ¡Yo te ayudo!

La mamá aceptó y juntas hicieron el pastel. Cuando la mamá lo llevó al horno, Flavia estaba muy feliz. Ahora, solo tenía que esperar que el pastel se horneara.

Poco tiempo después, un rico olor a pastel horneado llenó toda la casa y el vecindario. Mientras Flavia esperaba, golpearon a su puerta. Era Cintia, su amiga, que venía a llamarla para jugar. ¡Ella nunca se resistía al olor de ese pastel!

Flavia la abrazó con cariño y la invitó:

- Estoy feliz de que hayas venido, Cintia. ¿Qué tal si, antes de jugar, comemos un pedazo de pastel que acaba de salir del horno?
 

- ¡Ah! ¡Debe ser una delicia, Flavia! – dijo la vecina.

Entonces, Flavia miró a su mamá, que la animó, y la niña sirvió a la visita un pedazo del delicioso pastel de chocolate que su mamá había hecho.

Hablando con Cintia, Flavia vio que todo estaba bien entre ellas. Rieron y conversaron toda la tarde. Cuando Cintia se despidió, Flavia la acompañó hasta la puerta y dijo:

- Cintia, el otro día creo que te lastimé y quiero pedirte disculpas. No lo hice por maldad y…

Pero Cintia abrazó a su amiga y movió la cabeza diciendo:

- No hay nada que disculpar, Flavia. Todo está bien. Yo extrañaba nuestras conversaciones y nuestras risas. ¡Si alguien tiene que pedir disculpas, soy yo!

Entonces ambas se abrazaron sellando un acuerdo de paz. ¡La amistad era más importante que todo lo demás!

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 08/06/2015.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita