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Año 9 - N° 424 - 26 de Julio de 2015
ADILTON PUGLIESE
santospugliese@hotmail.com
Salvador, Bahia (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Adilton Pugliese

La revelación
de Dios

 

“Hay un Dios, inteligencia suprema, causa

 primera de todas las cosas” – Allan Kardec1

 

En el horizonte cultural más alejado de la Humanidad, los pueblos primitivos identificaban la manifestación de Dios en los fenómenos de las intemperies, en la fuerza de las tempestades, en la erupción de los volcanes, en los árboles gigantescos y en los granitos colosales. En las noches estrelladas Él era imaginado y adorado en la dimensión de los puntos luminosos en el espacio sideral, los cuales, durante el día, se aglomeran en una estrella de inmensa grandeza, iluminando la Tierra y el espacio y, durante noches especiales, se expresan en la forma lunar, con su luz argenta. Avanzando el tiempo, los hombres rudimentarios irguieron tótens y templos; ofrecieron sacrificios y homenajes A aquel que nadie ve, pero que es llamado Tupã, o Marte, o Apolo, o Alá, o Jehová, Elohim y Adonai, caracterizándolo con las diversas expresiones del politeísmo primitivo o del monoteísmo.

 

El escritor Eliseu F. da Mota Júnior, en el libro de su autoría ¿Qué es Dios? Declara que

 

“Si lanzáramos una mirada por la histórica antropológica veremos la idea de Dios presente en el pensamiento humano desde remotas tribus de la antigüedad, donde tiene inicio a través de extrañas y rudimentales formas de exteriorización de culto, como el temor al trueno, al Sol y a la Luna, pasa por la adoración de los ídolos de piedra (litolatría), de vegetales (litolatría), de animales (zoolatría) y del hombre (antropomorfismo), para llegar a la modernidad proliferando en las más diversas religiones, sectas y creencias”.2

 

En Egipto Antiguo, estatuas colosales fueron construidas por los esclavos para representarlo en el contexto de la teología egipcia, sintiéndose, el propio faraón, como un dios en la Tierra.

 

Dios es amor, afirmo Juan el Evangelista

 

En esa fase cultural, surge Moisés y lo define en la sustancia del Monoteísmo, presentándolo, con todo, como un Dios que se ofende y que castiga.

 

Los siglos avanzan y, después del Imperio Romano lo expresa en los dioses de la guerra y en los dioses domésticos, Jesús surge en ese escenario y lo presenta como Dios-Padre, declarándose uno con Él y en Su nombre inicia la apertura de las veredas que llevarían a toda la Humanidad a reencontrarLo y religarse a Él.

 

Los dioses paganos, aún así, proliferaron, sobre todo en Grecia, cuando el apóstol Pablo, despierto para las realidades espirituales después de su conmovedor encuentro con Jesús en las arenas del desierto, en Damasco, habla en el Areópago a los atenienses sobre el Dios-desconocido3.  Más tarde, Juan Evangelista irá a definirlo, en Éfeso, a finales del primer siglo: ¡DIOS ES AMOR! (1 Juan 4:8). 4

 

En la Edad Media, los equívocos del poder religioso dominante sofocan Su búsqueda por parte de los hombres, pasando entonces a ser adorado solamente por aquellos que se anunciaban como iniciados o escogidos.

 

Superado ese periodo histórico, y con el surgimiento de la Ciencia, filósofos y mentes de visión reducionista del hombre, propagaron, una vez más, su muerte, a ejemplo del pensador alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), con la alegoría del “Superhombre”, declarando en París ¡Dios murió!, induciendo, equivocadamente, Su inutilidad en la vida humana.5

 

Para creer en Dios, basta mirar las obras de la Creación

 

En las academias científicas, es elegida la diosa-razón como la soberana de la vida, ofreciendo sus axiomas y postulados para explicar y orientar el destino humano. En los días modernos, defendiendo ese polo ateo de la Ciencia, se encuentra el físico Victor Stenger, de la Universidad de Hawai, que presenta ejemplos “de cómo el Universo simplemente no necesita de Dios”, enfatizando que la Ciencia puede probar que Dios no existe.6

 

Jesús, siglos antes, previendo esas actitudes materialistas y de expresiones negativistas en cuanto a la existencia del Creador, promete la venida del Consolador, que presentaría la Divinidad con sus verdaderos atributos y su acción directora en el pensamiento humano, a través de la providencia y de la misericordias divinas.

 

Así, el 18 de abril de 1857, Allan Kardec, el Codificador de la Doctrina Espírita, ofrece a la Humanidad la obra fundamental de la filosofía espírita, El Libro de los Espíritus, iniciando sus comentarios con la pregunta ¿Qué es Dios? y recibiendo como respuesta que Él “Es  la inteligencia suprema, causa primaria de todas las cosas”. ¿Dónde se puede encontrar la prueba de la existencia de Dios? pregunta el Codificador. “En un axioma que aplicáis a  vuestras ciencias. No hay efecto sin causa. Buscad la causa de todo lo que no es obra del hombre y vuestra razón responderá”, le dictan los Espíritus, aquellos días primeros del advenimiento del Consolador.

 

Y concluye, en una nota personal, el dedicado instrumento de los Espíritus Codificadores: “Para creerse en Dios, basta que se lance la mirada sobre las obras de la Creación. El Universo existe, luego, tiene una causa. Dudar de la existencia de Dios es negar que todo efecto tiene una causa y avanzar que el nada puede hacer alguna cosa”.7 

 

Dios, es el origen de todo

 

¿Cuál es el origen del hombre? ¿Cuál es el origen de la Tierra y del Universo?

 

Esas indagaciones han sido hechas en todos los tiempos, no sólo por filósofos de la antigüedad, a ejemplo del pre-socrático Demócrito (460-370 a.C.); por religiosos como el jesuita francés Teilhard de Chardin (1880-1955) y por científicos modernos, destacándose el alemán Albert Einstein (1879-1955), el inglés Stephen Hawking (1942-), entre otros.

 

Antes, observamos el esfuerzo de hombres iluminados por el interés científico apuntando sus instrumentos, aunque rudimentales, para el Cielo, a ejemplo de Johannes Kepler (1571-1630), astrónomo alemán, y Cláudio Ptolomeu (90-168), astrónomo y matemático griego del siglo II d.J.C., autor de la teoría del Geocentrismo, intentando encontrar, en los misterios del Infinito, una respuesta para el origen de las cosas.

 

Sir Isaac Newton (1842-1727), físico y matemático inglés, considerado el padre de la Física clásica, cierta vez mandó construir una réplica en miniatura del Sistema Solar, y con ella prácticamente convenció a un compañero ateo de la no propiedad de la hipótesis del acaso creador.8

 

¿De dónde vino el hombre? Charles Darwin (1809-1882), naturalista y biólogo inglés, durante cinco años de su vida, viajando a bordo del navío HMS Beagle, los dedicó a buscar, en el pasado de los seres vivos que habitaron la Tierra, la solución para la existencia, mutación y permanencia de las especies, divulgando el resultado de sus famosas investigaciones el año de 1859, cuyo conjunto de textos denominó Sobre el Origen de las Especies por Medio de la Selección Natural.9

 

Los atributos de la Divinidad según Kardec

 

Sin embargo, antes, en 1857, un pedagogo francés, Hippolyte Léon Denizard Rivail (1804-1869), después de contactos con los habitantes del Mundo de los Espíritus – en un singular viaje mental a otras dimensiones -, y con ellos entablando conversaciones a través del mecanismo de la mediumnidad, obtuvo instrucciones y enseñanzas acerca del origen, naturaleza y destino del ser humano en la Tierra y en el Espacio Universal.

 

Técnico en la formulación y en la estructuración del pensamiento, de forma didáctica juntó las enseñanzas recibidas en la obra básica del Espiritismo El Libro de los Espíritus, donde evidencia que todo lo que existe es obra de una, “inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas”.

 

Obteniendo la confirmación de los Espíritus acerca del grado supremo de las perfecciones de Dios, Allan Kardec define los atributos de la Divinidad, enfatizando que Dios es eterno, infinito, inmutable, inmaterial, único, omnipotente y soberanamente justo y bueno, recordando en sus estudios, por lo tanto, las inolvidables lecciones de Jesús acerca del Padre de todas las cosas, pronunciadas dieciocho siglos antes.10

 

Profundizando las enseñanzas, los Inmortales que dictaron la Codificación destacan la importancia de la Ley de la Reencarnación, como ley de los mundos habitados, y que los Espíritus son obra de Dios, haciéndolos, en el origen, simple e ignorantes, es decir, sin saber, sujetándolos a la Ley del Progreso, 11 donde encontramos los fundamentos del origen del género humano y de su larga trayectoria en la Tierra, viviendo dos evoluciones: la biológica y la espiritual.

 

¿Donde está Dios?

 

Mientras la Ciencia y las religiones aún buscan respuestas para los enigmas de la Humanidad, envolviendo el momento alfa del hombre y los misterios del destino y de la muerte, el Espiritismo ofrece sus postulados, de forma exuberante y pedagógica, esclareciendo que todo el principio está en Dios, en Su sabiduría y en Sus designios.

 

Un poeta, con todo, “dirá con la seguridad de quien afirma porque tiene certeza: yo veo a Dios en la risa del niño, en el Cielo, en el mar, en la luz de la Naturaleza”. Es lo que afirma el poeta espírita, nacido en Sergipe, José Suenes Cardoso (1927-1991) en su obra ¿Dónde está Dios?, concluyendo:

 

“¡Yo veo a Dios, en fin, por todas partes,

Que todo habla de sus poderes,

Descubro a Dios en la expresión del Arte,

En el amor de los hombre también siento a Dios!

 

Pero donde siento a Dios con más belleza,

En su más sublime vibración,

No es en el corazón de la Naturaleza,

Es dentro de mí propio corazón.”12

 

 


[1] . KARDEC, Allan. Obras Póstumas, 1 ed. FEB, tradução de Evandro Noleto Bezerra, p.49.

[2] . JÚNIOR, Eliseu F. da Mota. Que é Deus?, 1.ed. OCLARIM, p.139.

[3] . Atos dos Apóstolos 17:15 a 23.

[4] . BÍBLIA de Referência Thompson, nona impressão, 1999, Editora Vida, pp. 1115 e 1423.

[5] . NIETZSCHE, Friedrich. Assim Falava Zaratustra, 3ª. ed. Editora Escala, p.22.

[6] . Revista Superinteressante, edição 316, março de 2013, p.46.

[7] . KARDEC, Allan. O Livro dos Espíritos, FEB, edição histórica, tradução de Guillon Ribeiro, questões 1 e 4.

[8] . JÚNIOR, Eliseu F. da Mota, opus cit, p.148.

[9] . Vide SOUZA, Hebe Laghi de. Darwin e Kardec Um Diálogo Possível, 2.ed.Editora Allan Kardec.

[10] . IDEM, ibidem. Questão 13.

[11] . IDEM, ibidem. Questões 76,77 e 115.

 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita