WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 421 - 5 de Julio de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El pastel de chocolate
 

  

Luisito, un niño amoroso e inteligente, siempre estaba feliz.

Jugaba todos los días con Carmencita, su vecina. Ambos tenían seis años de edad y les gustaba estar juntos, pero no siempre se entendían pues pensaban de manera diferente.

Mientras Luisito vivía alegre y satisfecho de la vida, Carmencita se mostraba exigente, egoísta y malhumorada.

Cuando Carmencita quería jugar a la casita, Luisito aceptaba rápidamente, contento. Pero cuando Luisito sugería un juego o jugar con la pelota, Carmencita no aceptaba y se quedaba malhumorada.

Siendo tranquilo y cortés, Luisito terminaba poniéndose de acuerdo con su amiga.

Cierto día, ellos estaban jugando en casa  de Carmencita cuando la mamá de ella llamó:

- ¡Niños, entren y lávense las manos para tomar la merienda!

Obediente, Luisito dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y obedeció la orden. Carmencita, irritada, se levantó de mala gana:

- ¡Justo ahora  que estamos jugando, mamá! ¡No quiero lavarme las manos y no quiero comer! – reclamó, llorosa.

El niño tomó a su amiguita de la mano y la llevó a la cocina. Delante de la mesa puesta, en la cual un lindo y apetitoso pastel los esperaba, Luisito dijo:

- Mira, Carmencita, qué merienda tan deliciosa ha preparado tu mamá para nosotros. Vamos al baño a lavarnos las manos.

Carmencita fue casi arrastrada. Después, se sentaron alrededor de la pequeña mesa, mientras doña Diva servía la leche con café y cortaba el pastel, dando un pedazo a los niños.

Luisito tomó la leche y comió el pedazo de pastel con satisfacción, mientras Carmencita se quejaba:

- A mí me gusta más ese otro pastel, mamá. Ese que es todo de chocolate con cobertura encima.

- ¡Carmencita, el pastel que tu mamá hizo es una delicia! Doña Diva, ¿me podría dar un pedazo más? – dijo el niño.

Con una sonrisa, la señora cortó el pedazo de pastel y, mientras lo servía, consideró:

- Luisito, veo que eres muy diferente a mi hija. Siempre estás alegre, satisfecho, nunca te he visto reclamar nada. ¿Por qué?

El niño pensó un poco e inclinando la cabecita, respondió:

- Es porque aprendí con mi mamá que siempre debemos dar gracias a Dios por todo lo que nos da.

Siempre dando la contra, Carmencita respondió:

- ¡¿Ah, sí?! ¿Y qué es lo que Dios nos ha dado?

- Todo – respondió el niño, con serenidad.

- ¿Todo?

Y, delante de Carmencita, boquiabierta, explicó:

- Sí. ¿Quién nos dio la vida? ¿Y nuestro cuerpito que nos lleva adonde queremos? ¿Y nuestra familia? ¿El amor de papá y de mamá? Y este día tan lindo, y este pastel tan delicioso, y…

- ¡Pero yo siempre tuve todo eso! – respondió la niña.

- Siempre tuviste porque el Padre del Cielo te dio. Imagina tu vida sin todas esas cosas, Carmencita.

Doña Diva estaba encantada. Se dio cuenta de que había mimado mucho a su hija, lo que le había impedido valorar las cosas buenas que recibía, considerándolas como su derecho.

- Luisito tiene razón, hija mía. ¿Has pensado en esos niños que nacen ciegos o que no pueden caminar?

Carmencita se quedó pensativa. El niño estuvo de acuerdo con la señora.

- Tu mamá tiene razón, Carmencita. ¿Recuerdas aquella vez que me quedé en cama  unos días y no pude jugar contigo ni ir a la escuela?

- Me acuerdo.

- Es porque estaba con hepatitis, una enfermedad grave. Tenía ganas de levantarme de la cama, de jugar, de ir a la escuela y no podía. Estaba enojado, nervioso. Entonces, mamá me explicó que

pronto iba a mejorar, si hacía bien el tratamiento. Cuanto más colaborase, más pronto mejoraría. Que mis reclamos, mi mal humor y mis lágrimas no me ayudarían en nada; al contrario, solo iban a empeorar mi estado.

Carmencita estaba sorprendida. Luisito dejó de hablar, y después concluyó:

- Mamá me hizo ver todo lo bueno que Dios me había dado y que yo no me daba cuenta. Desde ese día en adelante, empecé a valorar más la salud, nuestro cuerpo, la familia y un montón de cosas más, de las que cuales no nos damos cuenta.

Carmencita entendió que su amiguito tenía razón. Con una sonrisa en el rostro, miró a su mamá y le dijo:

- Mamá, he sido una hija muy fastidiosa, ¿no? Voy a cambiar. Quiero ser como mi amigo Luisito. Tu pastel es una delicia. ¿Me puedes dar un pedazo más?

TIA CÉLIA



                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita