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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 9 - N° 417 - 7 de Junio de 2015

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El ángel de la guarda
 

  

Gilberto era un niño muy travieso. No era malo, pero vivía siempre haciendo bromas a las  personas, provocando problemas en la escuela y asustando a sus hermanitos en casa. Nadie estaba en paz cerca de él.

Cuando entraba en un lugar era recibido de mala gana porque todos sabían que iba a hacer alguna mala pasada.

Doña Dalva, su mamá, se preocupaba por la conducta de su hijo, que no lograba cambiar.

Cierto día, conversando con una amiga

espírita, la mamá de Gilberto se desahogó diciendo que no aguantaba más los reclamos que le llegaban de todos lados: de los vecinos, de la escuela, de los parientes y de los amigos.

- ¿Por qué no trata de enviarlo a las clases de Moral Cristiana en el Centro Espírita al que pertenezco? – sugirió la amiga.

- ¿Servirá de algo? – preguntó la mamá en duda.

Con una sonrisa serena, la amiga consideró:

- ¡No cuesta nada intentarlo! No tienes nada que perder, ¿no? Veré qué puedo hacer.

Dalva pensó un poco y reconoció que su amiga Neide tenía razón. Ella era de otra religión pero, en verdad, no participaba y su hijo crecía sin ningún concepto religioso.

- Está bien. ¿Dónde queda ese Centro Espírita? – preguntó.

Después de anotar la dirección, se despidieron y cada cual fue a hacer sus obligaciones.

El domingo, Dalva llevó al niño puntualmente a la hora acordada. Algunos niños, que ya conocían a Gilberto de la escuela, torcieron la nariz al verlo, pero no dijeron nada.

Ese día, la profesora Neide hablaría sobre el “Ángel de la Guarda”.

- ¿Ustedes saben que todos nosotros tenemos un Espíritu de Luz, alguien interesado en nuestro bienestar y progreso, a quien Dios le dio la misión de guiarnos y orientarnos en la vida? – preguntó ella.

Una niña del grupo comentó en voz baja:

- ¡Entonces el Ángel de la Guarda de Gilberto debe ser un “diablillo”!

Escuchando esto, los otros niños se echaron a reír, y Gilberto reclamó:

- ¡Mire, profesora, esa niña está diciendo que vivo acompañado por um “diablillo”!

La profesora Neide puso orden en la sala y reprendió a los alumnos por la falta de respeto al nuevo compañero. Después, explicó:

- En primer lugar, es necesario que sepamos que el “diablillo” no existe. Lo que existen son los Espíritus imperfectos, ignorantes y que gustan de hacer bromas y causarnos confusiones y pequeñas molestias. Son llamados Espíritus “burlones” o “bromistas”. Siempre que ellos están cerca de nosotros, haciéndonos compañía, es señal de que no estamos actuando bien porque es nuestro pensamiento lo que los atrae. Y cuando eso pasa, nuestro Ángel de la Guarda, que realmente nos ama y desea

nuestro bien, se queda muy triste.

Gilberto prestaba mucha atención a lo que la profesora decía. Ella hablaba de cosas interesantes y que él no conocía. Preguntó interesado:

- ¿Quiere decir que también existen los “fantasmas”?

Los demás rieron, divertidos, y la profesora respondió con seriedad:

- No realmente. Existen Espíritus de personas que ya vivieron aquí en la Tierra y que ya dejaron el cuerpo material, desencarnaron, como decimos. En verdad, nadie muere. Todos somos Espíritus inmortales, creados para progresar, y Dios, que es nuestro Padre, nos da siempre oportunidades para aprender y evolucionar. Aquellos que dejaron esta vida van hacia el mundo espiritual, otra realidad que coexiste con nosotros sin que la percibamos. Así, allá, como en la Tierra, unos son buenos, otros indiferentes, malvados, estudiosos, bromistas y así en adelante.

Gilberto meditó un poco, preocupado, después preguntó:

- Entonces, ¡¿mi abuelo también sigue vivo?!...

- Sí, sin duda. Y sigue queriéndote de la misma manera, Gilberto, y ciertamente acompaña tu desarrollo con interés.

Avergonzado, Gilberto bajo la cabeza y no dijo nada más.

Es que el abuelo era alguien a quien él amaba mucho. Sufrió bastante con la muerte de su abuelito querido y le costó aceptar el hecho. Ahora, saber que estaba vivo le causaba mucha alegría, pero también lo dejaba preocupado. Si el abuelo estaba cerca de él, no le debería estar gustando su conducta.

Terminada la clase, Gilberto regresó a casa y su mamita ya percibía el cambio en su hijo.

A la hora del almuerzo su hermano se peleó con él, y Gilberto no reaccionó. No molestó a nadie ese día.

A la hora de dormir, la mamá lo acompañó al cuarto y notó, con sorpresa, que él hacía una oración, cosa que no formaba parte de sus hábitos diarios.

- Gracias, Jesús, por este día y ayúdame para que sea un niño bueno. Cuida a papá, a mamá y a mis hermanitos, y que todos podamos vivir en paz y alegría. Así sea.

Sensibilizada, Dalva esperó que terminara su oración y le preguntó:

- Noté que estabas muy pensativo todo el día, hijo mío. ¿Sucedió algo?

Gilberto contó a su mamá todo lo que aprendió en la clase de evangelización y concluyó, abriendo sus ojos expresivos:

- ¿Alguna vez pensaste, mamá, cómo el abuelo debe estar triste conmigo? No quiero molestarlo. ¡Quiero que se sienta orgulloso de mí!

Sorprendida con todo lo que su hijo le contó, con los ojos húmedos de emoción, Dalva estuvo de acuerdo con él, y agradeció mentalmente a Dios por la ayuda que le envió a través de su amiga Neide. A partir de ese día, Dalva también comenzó a asistir a la Casa Espírita, reconociendo la importancia del conocimiento espírita para las personas y el bien que había hecho por su hijo y toda su familia. 

Tía Célia




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita