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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 403 - 1° de Marzo de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Todos somos hermanos
 

  

Hugo, de diez años, estaba muy orgulloso de su familia y de la posición social a que pertenecía. Su padre era médico reputado en la ciudad y admirado por todos. Por eso, él se consideraba por encima de las otras personas.
 

Lleno de arrogancia, siempre se refería a la familia como siendo la mejor, menospreciando a la de los otros.

La madrecita amorosa, al notar las actitudes del hijo en relación a las demás personas, decía:

— Hugo, nadie puede considerarse por encima de los otros. ¡Si nosotros tenemos una situación buena, en virtud de la profesión de tu padre, significa que necesitamos ayudar a las demás personas que no tienen esa bendición!

— ¡Pero, si no es papá que las atiende en su consulta, muchas hasta sin cobrar la consulta, ellas continuarían enfermas!
 

— Pues fue exactamente lo que te dije, hijo. Los más pobres no tienen a quién recurrir a no ser a tu padre, que los atiende con amor y dedicación. ¡Agradece todos los días a Dios por el padre que tú tienes! ¿Ya pensaste si estuviéramos en otra condición, sintiendo dolor y teniendo que suplicar que un médico nos atendiera?    

El chico bajaba la cabeza, sin embargo continuaba pensando y sintiendo de la misma manera.

Cierto día Hugo salió con la bicicleta para pasear. En un día tan bonito, él no se dio cuenta de que ya pedaleó un buen tramo. Cuando lo notó, estaba en un lugar desconocido.

Grandes árboles al margen del camino estrecho casi no dejaban penetrar la luz del sol. Mirando un pájaro que cantaba en lo alto, Hugo perdió el equilibrio y cayó de la bicicleta, golpeándose la cabeza en una piedra. Todo se borró. Hugo no vio más nada.

Despertó oyendo voces a su alrededor. Las personas intentaban despertarlo. Preocupadas, al ver un corte en la cabeza de él, querían ayudarlo, pero no lo conseguían. En eso, alguien dijo:

— ¡Calma, él está despertando! Chico, ¿cómo estás? ¿Sientes mucho dolor? ¿Cómo te llamas?

Al ver al hombre andrajoso que él hablaba, Hugo balanceó la cabeza negativamente:

— No sé. ¿Qué ocurrió?

Entonces, aquellas personas pobres, pero muy buenas, querían saber donde él vivía, cual su nombre, cual el nombre de sus padres, sin embargo el chico no se acordaba de nada.

— Es... El golpe fue muy fuerte — dijo Benedito, el más esclarecido de entre aquellas personas.

— ¡¿Benedito, y qué vamos a hacer ahora?!... ¡Ese chico es de familia rica! ¿No ve las ropas, los tenis que usa y la bicicleta de él?    

— Sé eso, ¿pero qué podemos hacer? Lo mejor es llevar al chico hasta mi casa, mientras tomo otras providencias, como notificar a la policía, poner un aviso en la radio, para que los padres de él sean avisados lo más rápido posible.

Así, transportaron a Hugo para la casa de Benedito y Laura, colocándolo en una cama vieja. El niño sentía mucho dolor y le dieron un té que Laura preparó. Luego, él estaba mejor. Durmió un poco y, al despertar, Hugo miró el cuartito de madera donde estaba, sin reconocer el lugar:

— ¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí? — murmuró.

— ¡Que bueno verte despierto! ¿Cómo estás sintiéndose? ¿Aún tienes dolor? — preguntó Laura, que vino de la cocina donde preparaba una sopa, al oírlos hablar.

Hugo llevó la mano a la cabeza, donde había una cura improvisada:

— No siento dolor. ¿Dónde estoy?

— Tú estás en nuestra casa. Yo soy Laura, y mi marido es Benedito. ¿Y tú, cómo te llama?

Balanceando la cabeza, él respondió que no sabía. De repente, Benedito volvió trayendo alguien. Era un médico.

— ¡Vea, doctor! ¡Este chico cayó en medio de un bosque que hay aquí cerca y se golpeó la cabeza en una piedra!

El médico miró al chico y sintió las lágrimas descender por su rostro, aliviado:
 

— ¡Hugo!... Mi hijo, ¡¿qué ocurrió?!...

El chico abriendo mucho los ojos al oír aquella voz tan querida llamarlo Hugo.

— ¡Papá! ¿No sé lo que ocurrió? Sólo recuerdo que estaba andando con la bicicleta...

El médico se sentó en la cama, examinó al hijo y después dijo:

— No fue nada, mi hijo. ¡Gracias a Dios y a la bondad de estas personas que te socorrieron! ¡Gracias, mis amigos!

Benedito y Laura también estaban emocionados.

Benedito dijo:

— ¡No hicimos nada, doctor! Sólo lo trajimos para nuestra casa y Laura hizo un té, para quitar el dolor de él.

— Pero estoy terminando una sopita para el chico, quiero decir, para Hugo. ¡Acepta un plato de sopa, doctor?

— ¡Claro que acepto!

Hugo estaba hambriento y tomó la sopa, que halló muy buena. Al terminar, el médico se levantó y dijo:

— Les agradezco por el amparo que dieron a mi hijo. Si no fuera por Benedito, que ya conozco por haberme buscado otras veces, pidiendo socorro para personas enfermas, no sabría donde buscar a Hugo. Y se despidió diciendo:

— ¡Siempre que necesiten de mí, pueden buscarme! ¡Todos somos hermanos ante Dios, nuestro Padre!

Y Hugo, abrazándolos, completó:

— Gracias por todo. Quiero presentarles a mi madre; tengo certeza de que van a gustar de ella. ¡Los espero mañana en nuestra casa, sin falta!

MEIMEI

(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em 24/11/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita