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Año 8 - N° 403 - 1° de Marzo de 2015
CHRISTINA NUNES         
cfqsda@yahoo.com.br         
Rio de Janeiro, RJ (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Christina Nunes

La solución fuera del cuadrado

 
 
Según diccionarios etimológicos el origen de la palabra religión viene del latín “re-ligare”, significando volver a conectar, conectar de nuevo – de donde se deduce que el término religión se refiere a la condición de reatar los lazos de los individuos con Dios. Para tanto, entonces, hay que partir de la suposición de que, de algún modo, y en algún momento, cortamos nuestros lazos con el Creador y con el origen de la misma Vida que nos nutre, nos cerca y penetra todo lo que existe en el Universo.

Sin embargo, permanece la incógnita: ¿en qué instante ocurrió esta rotura? ¿Hubo este marco a partir de un punto a lo largo de la historia de la humanidad? ¿O será que este desligamiento ocurre desde siempre, de manera intermitente – desde que, en los principios, la criatura intuía de manera rudimentaria pertenecer, su individualidad, a una Autoría soberana que le dio realidad en el mundo; o en aquellos instantes en que, buceaba en los caminos tortuosos de las muchas personalidades, vividas en la sucesión de las reencarnaciones, las almas se pierden de un estado de conciencia más despierta, que les sugiere la existencia de aquella Inteligencia sabia, perfecta, a partir de la cual su propia vida se originó? El impulso instintivo, inherente al ser humano, de volver al socorro y a la inspiración de esa Fuerza o Ser Supremo a partir del cual, al contemplar el infinito estrellado por encima de nosotros, intuimos el maná de toda la nutrición espiritual de que necesitamos para avanzar por entre el aprendizaje difícil del día a día - originando la fe -, fue el responsable por la creación de las incontables religiones, nacidas en concomitancia con los múltiples temperamentos de los pueblos y a partir de culturas, contextos sociales e visiones de la vida diferentes.

Necesitamos de una religiosidad más racional

En la sucesión incesante de los hechos históricos, aún, nos concienciamos hoy, y más claramente, de un marco que, bajo un análisis más detenido, nos ofrece una dificultad. ¿Un auxilio eficiente para todos los graves dilemas de la Humanidad, con sus dramas morales, guerras, problemas sociales y políticos, residiría, a esta altura, en la influencia positiva de cualquiera formateo religioso institucionalizado? Teniendo como base sólo las creencias sedimentadas sobre contenidos teológicos teóricos, y discursos explicados en cualesquiera  púlpitos o tribunas, o aún en la lectura de libros sagrados en algún tiempo forjados por las propias manos de los hombres? ¿O será que necesitamos más, frente a la grave crisis mundial en plena efervescencia de la transición planetaria, de algo que nos exija una religiosidad más práctica y más racional – sobre todo, que nos cubre mayor cuota de responsabilidad sobre nuestras actitudes y respectivas consecuencias, recolocándonos como coautores de nuestra propia historia, y rechazando, en conciencia, la actitud cómoda de atribuir los males flageladores de nuestras trayectorias a la abstracción de las puniciones de un Dios entendido como la parte de nosotros mismos, y demasiado distante de nuestro día a día?

¡Una religiosidad – como referencia aplicada a un estilo de vida más espiritualizado, implicando madurez acerca de elecciones que, está visto, crean repercusiones incesantes para nosotros y para nuestro prójimo, cada iniciativa, y a corto o largo plazo!

Esta premisa encuentra resonancia en las mismas Leyes Universales que nos gobiernan, hoy debatidas y explicadas en régimen de sincronía por incontables frentes científicos y corrientes filosóficas, místicas, o aún religiosas. Se habla al respecto en los libros de la Codificación y en varios volúmenes de contenido espírita, que mencionan, en abundancia, el funcionamiento de la Ley de Causa y Efecto a lo largo de nuestras vidas sucesivas. Se cita el asunto en los postulados respetables de la Kabbalah judaica y en las discusiones diarias en los medios, envolviendo los temas de la Ley de la Atracción. Y, desde hace tiempos milenarios, del Budismo al Hinduismo, en todos los movimientos religiosos que pregonan la máxima del “hacer al prójimo sólo lo que se quiere para sí mismo”.

De la Edad Media para acá poca cosa cambió

Ya en el comienzo de este año el mundo entero entró en choque y repercutió la tragedia en París, con la matanza promovida en un semanario satírico francés por extremistas radicales del Islam. Se asocian, erróneamente, esas acciones terroristas al contenido de religiones que, en absoluto, a través de sus profetas y mensajeros de la Luz divina, jamás defendieron la violencia como respuesta a susceptibilidades ideológicas en el territorio religioso.

Los caricaturistas franceses, así, sufrieron una respuesta desproporcionada a sus percepciones, no se sabe hasta que punto equivocadas, de los valores religiosos ajenos. Curiosamente, en condiciones semejantes al haber en el pasado, en los tiempos idos de la Edad Media, cuando la corona francesa acabó por apoyar el despotismo católico para desencadenar la brutal Cruzada Albigense, en la región del Languedoc, en razón de diferencias de interpretación y de conducta frente al mensaje de Jesús, que, en la época, amenazaban, sobre todo, los intereses de control de conciencias y de supremacía político/religiosa del catolicismo sobre aquellos pueblos cataros, incinerados vivos en las hogueras odiosas de la Inquisición.

De aquellos siglos para acá, por lo tanto, querido lector, ¿qué cambió? En esencia, no mucho. Inversiones de intereses económicos, políticos, religiosos, o meras opiniones, siempre, y de algún modo, son y serán enfrentados por el pensador que osa echar mano de la libertad de expresión de su pensamiento – aunque, muchas veces, y de forma innegable, de manera impropia para con los valores ajenos, si lo que se quiere para una sociedad civilizada es justamente el respeto por las diferencias de ideología, de fe, individuales o poblacionales. Sin embargo, lo que, de todo este largo rosario de hechos dolorosos repitiéndose a lo largo de la Historia, se deduce, hoy, con facilidad, bastando para eso una reflexión más exenta, imparcial – ¿sobre todo, impersonal?

Es necesario y urgente tener respeto por las diferencias

Son llegados los tiempos en que, frente a la globalización expansiva en escala geométrica, que diluye fronteras y lanza a la humanidad en un proceso irreversible de masificación de las informaciones, no se hace más posible pretender que la cuestión religiosa sea preservada en formatos inflexibles, ortodoxos. Efectiva e irreversiblemente, hay información, conocimiento entrecruzado en varios frentes, aclaraciones demás diseminados al gusto del libre-albedrío y de las elecciones individuales, para que no se vuelva a ver la urgencia de la convivencia pacífica entre las diferentes mentalidades, los diversos temperamentos mundiales y las comprensiones acerca de lo que concierne o no lo divino, así como los modos múltiples de se lidiar con el problema, en favor del progreso humano.

En la hora del dolor mayor, como la vivida por los franceses y musulmanes los últimos días, en el entrechoque de opiniones, a los más sensatos abundan, de inmediato, las reflexiones, los puntos convergentes de los incontables temperamentos, de las muchas tendencias religiosas en el mundo. De aquellas verdades que, en cualquier tiempo, nos señalan la necesidad de aprender, y con urgencia, el respeto por las diferencias. El enaltecimiento de las reales virtudes del prójimo, sea él musulmán, cristiano, judío o budista. Aún, de las expresiones más benéficas de sus visiones de religiosidad – en vez de pretender sofocar y anular, en privilegio de cualquier otras, percepciones particulares y enraizadas, sobre todo, no más que en contextos culturales diversos, pero que, sorprendentemente, si bien analizadas, apuntan para la misma dirección, adecuada a saciar la necesidad tan entrañada de paz, en el receso interior de cada criatura.

Necesitamos más de religiosidad que de religiones

Esta dirección, con todo, inapelablemente se halla “fuera del cuadrado”. De cualquiera “cuadrado” religioso, institucionalizado o no. Fuera de aquella fórmula que, de por sí, ya se comprueba, hace mucho, que está rota, para la debida armonización entre las personas, si lo que se quiere es un modelo de existencia en el planeta en el cual nunca más ocurran otros “Onces de Septiembre” o “Charlie Hebdo”.

Es la fórmula que privilegia más la actitud de religiosidad que propiamente el formato, o rotulación religiosa. A que, finalmente, reconoce, con la práctica diaria, que la fina flor del mensaje religioso traído por profetas y maestros sucesivos que nos visitaron en misión de puro Amor por el mundo, provenidos de dimensiones más evolucionadas del universo, no pertenece únicamente al Cristianismo, al Islamismo, al Espiritismo, y ni solamente a la Biblia, al Torah o al El Corán.

La fina flor de ese Mensaje superior nos dice que, en un futuro más o menos distante, también esas fronteras deberán disiparse y que, sin la necesidad del amparo de meras rotulaciones religiosas que hoy separan más y desencadenan guerras, el hombre caminará agregando en sí una deliciosa fusión de la mejor esencia de lo que un día se pretendió como la religión perfecta, presente en todas las corrientes religiosas que ya existieron y aún existen, volcadas al bien en el mundo: ¡la esencia del Amor supremo por la Vida, existente en sí y en el otro! La corriente vital que penetra a cada una de las criaturas en este planeta, haciéndose también presente en tantos otros mundos esparcidos en el Infinito, como en las incontables dimensiones ni siquiera sospechadas por la actual humanidad terrena, que sólo gradualmente promueve el su despertar espiritual mayor.

El valor de la vida es idéntico para todos los pueblos

Hay que descubrir que la solución definitiva para los anhelos de pacificación de los pueblos se halla ¡“fuera del cuadrado”! De los tantos formatos rígidos a los que aún en nuestros días muchos se aferran, para preservación de una versión básicamente egoísta de la vida. Formatos y rótulos religiosos, políticos y económicos que no muestran eficiencia para la resolución de las mayores asperezas materiales y espirituales padecidas por la raza humana. ¡Y, después de tantos sufrimientos, y el consecuente aprendizaje obtenido a través de los dolores de esas vivencias colectivas, gradualmente alcanzaremos días en que, en todos los contextos sociales, quebrarán, por sí, las fórmulas inflexibles, separatistas!

Porque entonces se verá con claridad que el valor de esta Vida es idéntico en todos los pueblos que claman por la paz, por sonrisas, y no por lágrimas y dolor; y la humanidad habrá de ser más unificada, usufructuando las riquezas generosas de un mismo planeta pródigo. ¡Y todos, en posesión de esta nueva comprensión, tenderán, finalmente, a la unión, a la suma y al enaltecimiento de la rica diversidad de la existencia – no a la ilusión de los formatos rígidos, de las ideologías opresoras e inflexibles, generadoras de conflictos y sufrimientos, en cualesquiera sectores de las sociedades!

Y así pues, felices serán esos tiempos, en que las muchas comprensiones de lo divino y del funcionamiento del Universo se agregarán pacíficamente, a partir de la población de un orbe en que su humanidad no necesitará más de cualquier religión – por ya tener despierta la conciencia para la realidad de qué es en sí que reside la semilla de aquella Fuente de Luz que, como un farol bendecido, nos orienta con infalible seguridad, y nos hace responsables por cada elección que puede llevarnos a vivir armoniosamente. ¡Siempre con base en la cosecha de una siembra permanente de Amor, de Respeto y de Religiosidad! 

 


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita