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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 401 - 15 de Febrero de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

La visita inesperada
 

  

Rubens se levantó de mal humor. Lleno de problemas para resolver, encontraba dificultad en todo: la camisa estaba arrugada, los pantalones manchados, los zapatos sucios.

La esposa, dedicada, buscaba resolver todos los problemas, pero el marido protestaba:
 

— ¡Todo eso es culpa tuya, Aurora, que estás el día entero aquí sin hacer nada mientras yo me canso de tanto trabajar para mantener la casa! 

Y la esposa, humilde, explicaba conectando la plancha para planchar la camisa:

— ¡Querido, es que los niños exigen bastante mi atención! ¡Además de eso, la casa es grande y soy yo que llevo de todo el trabajo!

— No tiene disculpa, Aurora. Ten más cuidado con mis cosas, pues no puedo ir a la empresa todo desarreglado.        

Triste, la mujer concordó. Carlinhos, chico experto, oía callado. De repente, tocó la campanilla y él fue a abrir, pues su madre estaba planchando la ropa del padre. Era un señor.
 

— ¡Buenos días! ¿Papá está en casa? Necesito hablar con él.  

— Él está cambiándose, pero inmediatamente vendrá. Siéntese, señor. Voy a llamarlo.

Carlinhos fue hasta el cuarto y avisó al padre que un señor lo esperaba en la sala.

— ¿Pero quién es él, mi hijo?

— No sé, papá. Él dijo que necesita hablar contigo.

Irritado, Rubens gritó:

— ¡Más eso ahora! ¿Estoy atrasado para el trabajo y aún estoy obligado a recibir visita?

Acabando de arreglarse, ele peinó los cabellos y entró en la sala ya dando una disculpa:

— Lamento señor, pero no podré atenderlo ahora. Búsqueme en otra hora, porque ahora no tengo tiempo — dijo él abotonando las mangas de la camisa, sin ver quién era.

De repente, irguió los ojos y viendo al visitante, enrojeció de vergüenza tartamudeando:

— Si... Si... ¡Señor Horácio! ¡Discúlpeme! Es que no sabía quién era... Pensé que fuera alguien pidiendo alguna cosa... — sin embargo, mientras más hablaba, más se complicaba.
 

— ¿Es así que recibe a las personas en su casa, Rubens? — consideró el hombre, con mirada seria y voz mansa.

— No, señor, de manera alguna. Es que estaba atrasado para ir a la empresa y no tenía tiempo, finalmente... ¡Perdóneme! ¿Pero, a que debo la honra de su presencia en mi casa?

El visitante lo miró con expresión descontenta y afirmó:

— En verdad, Rubens, yo lo busqué por juzgarlo la persona correcta para un trabajo que exige contacto con las personas y mucha paciencia para convencerlas para comprar nuestros productos. Pero, infelizmente, ahora usted ya no me parece la persona correcta para el cargo.               

Disculpándose nuevamente, Rubens imploró:

— Señor, déme esa oportunidad y prometo que no se arrepentirá.

Pero Horácio, como dueño de la empresa, respondió:

— ¡Lo lamento, Rubens! Conocemos de verdad a las personas en las horas de dificultad. Usted probó que por cosas pequeñas como una camisa arrugada, zapatos sucios y pantalones con manchas, se transforma de padre y marido ejemplar en cobrador exigente. Lo siento, pero usted no es el tipo de persona que necesito.

— Señor Horácio, ¿está suspendiéndome del trabajo? — Rubens indagó, tartamudeando de miedo.

— No, Rubens. Continuará en el mismo lugar donde está ahora. Sólo que no podrá ejercer el cargo que yo esperaba darle y que representaría una promoción. Más hasta luego. ¡Nos veremos en la empresa!

— ¡Sí, señor! — dijo Rubens, aliviado por no haber sido despedido del trabajo.

Cuando el jefe salió, Rubens cayó sentado en una silla, muy molesto, casi llorando, siendo abrazado por la esposa y por el hijo que decía:

— ¡Papá, bien que intenté avisarte, pero tú no me oíste!

— Querido, no te preocupes. Tú tendrás una nueva oportunidad de mejorar en la empresa. Me gustó tu jefe. Él me parece un hombre bueno — dijo la esposa, consolándolo.

Rubens enjugó las lágrimas y habló:

— Él es un hombre bueno, sí. Yo soy quien necesito cambiar de comportamiento. Tener más paciencia y tolerancia con todos, tanto en la empresa como aquí en casa. ¡Perdonadme! Sé que no he sido el marido ideal y ni el padre amoroso que me gustaría ser para vosotros. ¿Hijo mío, me perdonas?

— Querido, no te preocupes. ¡Nosotros te amamos! — habló la esposa.

— Papá, yo he pedido mucho para que Jesús te ayude. ¡Ora también, y con certeza Él te ayudará! ¡Porque Jesús dijo que lo que pidamos al Padre, Él nos concederá! — Carlinhos completó, abrazando al padre con mucho amor.

El padre cogió al pequeño para acercárselo al pecho, dándole un abrazo bien apretado, y respondió:

— ¡Tengo certeza de eso, mi hijo! Pues Dios ya me dio el mejor hijo que cualquier padre podría tener: ¡Tú!

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo em 01/12/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita