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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 - N° 400 - 8 de Febrero de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El juego de fútbol
 

  

Cierta familia era estimada por la gentileza, cariño y atención que tenía por todas las personas de la vecindad. El único problema era Henrique, de ocho años, hijo que tenía un temperamento horrible.

¡Era el terror de la vecindad!
 

Por cualquier cosa él creaba una confusión. Jugar con el balón en la calle con los vecinos era un problema. ¡Si él no ganaba el juego, quedaba furioso!

Los amigos inmediatamente percibían: Henrique quedaba rojo, después la rabia explotaba en gritos y puntapiés para todos lados. El balón, él lo tiraba con fuerza para lejos y los otros, con la boca abierta, sólo podían mirar para ver donde ella iba a caer.
 

O entonces, si tenía rabia de alguien, él salía distribuyendo bofetones, puntapiés y chutes para todos lados, sin querer saber quién era alcanzado.

Así, nadie más quería jugar con él, que protestaba a la madre de su falta de amigos. La madre, llena de paciencia, decía:

— ¡Hijo, busca controlar tu genio, que es pésimo! ¡Es sólo estar enfadado y tú sales golpeando a todo el mundo!...

Henrique, con la cabeza baja, triste, explicaba:

— ¡Es que no consigo controlarme! ¡Cuando estoy enfadado, no veo nada a mi frente! ¡Quedo ciego y no sé lo que estoy haciendo! ¡Ayúdame, mamá! Estoy triste, pues no tengo más amigos... 

Con mucho cariño, la madre explicó:

— ¡Mi hijo, tú necesitas aprender a controlarte! Nosotros tenemos dos lados: la naturaleza animal y la naturaleza hominal o humana.

— ¿Qué significa eso, mamá? — quiso saber el niño, con los ojos muy abiertos.

— Significa que ya pertenecemos a la fase animal, en el comienzo de la vida en el planeta, cuando teníamos que defendernos de los animales salvajes y de los seres humanos para conseguir alimento, proteger la familia, la vivienda y la vida.

— ¡Vaya! ¡Debería ser muy difícil!

— Con certeza era difícil, pues el tamaño y la fuerza es lo que dominaban.

— ¿Madre, y la naturaleza hominal cuándo surgió? — preguntó Henrique, interesado.

— Después de millones de años, como resultado de nuestros cambios íntimos, caminamos para el reino hominal o humano. Así, nos fuimos perfeccionando, dejando la agresividad y haciéndonos más amorosos y fraternos con nuestros hermanos.

— ¡Ah!... Entonces mejoramos...

— Sí, hasta ser lo que somos hoy: personas más amigas unas de las otras, más fraternas, amorosas, que ejercitan la paciencia, la tolerancia y que saben perdonar, cuando son ofendidas por alguien, o cuando son magulladas y heridas. ¿Entendiste?   
 

— Más o menos, mamá. Así como... ¿Algo que no sale de la manera que nos gustaría cuando estamos jugando al fútbol y perdemos el juego?

— Eso mismo, Henrique.

— ¡Ah! ¿Entonces tenemos que aceptar y no salir peleando con el equipo adversario?
 

— ¡Exactamente, mi hijo! ¡Porque siempre habrá los que ganan y los que pierden! ¡Es ley de la vida! Un día tú pierdes y en el otro tú ganas. ¿No es así que funciona?

— ¡Es! — él respondió, balanceando la cabeza.

— Entonces, no podemos ganar siempre. Va a depender de nuestra manera de jugar. ¡Si no ganamos, tenemos que entender que el otro equipo jugó mejor, y respetar!

El chico bajó la cabeza, sin conformarse:

— ¡Pero yo no sé perder, mamá!... Y ahí la sangre sube y comienzo a pelear, distribuyendo puñetazos y puntapiés — dijo Henrique, molesto.

— ¡Tú necesitas aprender que cada día es una experiencia nueva y maravillosa! ¿Ya pensaste si los ganadores fueran siempre los mismos, y tú fueras del otro equipo?

— ¡Uf! ¡En ese caso, yo perdería siempre!...

— Eso mismo. ¿Entonces, qué tú, como jugador inteligente, debes hacer?

El chico pensó un poco y respondió:

— Tengo que prepararme mejor para vencer al otro equipo.

— Muy bien. ¡Acertaste! — dijo la madre tocando las palmas, satisfecha.

— Así voy a demostrar que soy mejor y que estoy más preparado para ganar. ¡Sin necesitar pelear con nadie! — completó Henrique, con los ojos muy abiertos, delante de la madre sonriente.

— Perfecto. ¿Entendiste ahora por qué los equipos se saludan después de un juego? ¡Porque reconocen que el otro fue el mejor!

— Es verdad. Nadie sale peleando. Actuando bien, no tendremos problemas en el juego y en la vida.   

Henrique, con los ojos brillantes de entusiasmo abrazó a la madre, feliz por haber entendido esa realidad que le serviría de guía para toda la existencia en la familia, en la escuela, en el trabajo y en cualquier lugar.

Después, alegre, él avisó a la madre que iba a salir para entenderse con sus amigos.

— Quédate tranquila, mamá. ¡No voy a pelear con nadie!...

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 10/11/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita