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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 397 – 18 de Enero de 2015

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

 El cochecito azul
 

  

Un niño llamado Hugo, cierto día, fue a jugar a la casa de Marcelo, un compañero de clase, y vio un lindo cochecito.
 

— ¡Que juguete estupendo, Marcelo! ¿Dónde lo compraste?

— Yo lo obtuve como regalo de mi abuelo Fábio, que lo trajo como recuerdo de un viaje que hizo. ¡También me gusta mucho el! — Marcelo respondió.

Ellos jugaron durante algunas horas, hasta que la madre de Hugo vino a buscarlo. Él se despidió del amigo y su madre agradeció a la madre de Marcelo:

— Gracias por permitir que mi hijo jugará en tu casa. ¿Él dio trabajo?

— ¡Claro que no! ¡Puedes traerlo cuando quiera!

— Me Gustaría que Marcelo fuera a jugar allá en casa con Hugo. ¿Vamos a quedar para cualquier día de esos?

La madre e hijo estuvieron de acuerdo, y las visitas se fueron.

Pero la verdad es que, gustándole el juguete, Hugo lo llevó para su casa. Como la madre no permitiría que él se quedara con algo que no era de él, Hugo lo escondió dentro de su armario, bien en el fondo, para que nadie lo encontrara.

Más tarde, Marcelo fue a guardar sus juguetes y halló falta exactamente aquel cochecito azul nuevo. Se quejó a la madre, que respondió:

— No te preocupes, mi hijo. Debe estar bajo algún mueble. Cuando haga la limpieza yo lo busco para ti.

Más buscaron por toda la casa entera y nada. El cochecito había desaparecido.

Marcelo estaba muy molesto. ¡Era su juguete favorito y un recuerdo del abuelo Fábio! Él no se conformaba por quedarse sin su juguete nuevo. ¡Daría cualquier cosa para tenerlo de vuelta!

En la escuela, cierto día, Marcelo preguntó a Hugo donde había dejado él el cochecito azul aquel día en que ellos jugaron juntos, y Hugo respondió:

— Lo dejé allá mismo, junto con los otros juguetes. ¿Por quê, Marcelo?

— ¡Es que nunca más hallé mi cochecito!

— Tú vas a acabar encontrándolo, no te preocupes — respondió Hugo, ya con dolor en la conciencia.

En verdad, Hugo ya estaba sintiéndose culpable. Nunca más tuvo paz desde que llevó el juguete del amigo para casa. Y lo peor, ni siquiera podía jugar con el, pues tenía miedo que su madre lo viera y preguntara donde él había conseguido el cochecito.

Pero, cierto día, la madre de Hugo fue a arreglar el armario de él y, allá en el fondo, en medio de las ropas, encontró el cochecito azul. Hugo, que entraba en el cuarto después de tomar el baño, vio el cochecito en las manos de la madre, que preguntó:

— Mi hijo, ¿qué cochecito es este aquí? ¡No me acuerdo de haberlo visto antes!

Hugo se sentó en la cama, asustado, y comenzó a llorar. La madre se sentó al lado de él y preguntó lo que estaba ocurriendo, y el niño contó:

— ¿Mamá, te acuerdas de aquel día que fui a jugar con Marcelo? Él obtuvo ese cochecito de regalo de su abuelo, pero yo me quedé loco por él. ¡Y lo cogí para mí!...

La madre, sorprendida al oír tal cosa del hijo, dijo:

— ¡Hugo, mi hijo, pero eso es robar! ¡Tú trajiste para casa algo que no te pertenece! ¿Y ahora, qué vamos a hacer?

— No sé, madre, pero la verdad es que no he tenido paz desde aquel día. ¡Ayúdame!

La madre abrazó al hijo, llena de piedad. Sabía que el hijo estaba sufriendo, y consideró:

— Hugo, tú necesitas devolver el juguete para tu amigo Marcelo. Pídele disculpas. Él entenderá, tengo certeza, hijo.

Al día siguiente, la madre acompañó al hijo hasta la casa del amigo. Marcelo y la madre los recibieron contentas. Mientras las señoras conversaban en la sala, los chicos fueron para el cuarto de Marcelo a jugar. Antes, sin embargo, llenándose de coraje, Hugo cogió la mochila, cogió el cochecito de dentro de ella y dijo:

— ¿Marcelo, te acuerdas del día que jugamos aquí? Yo cogí tu cochecito azul. Y nunca más tuve paz, porque sé que estaba equivocado. Me encantó tu cochecito y en la hora no pensé en las consecuencias. Pero la verdad es que no aguanté más. Lo conté a mi madre y ella me dio fuerzas para venir a devolverlo. ¿Tú me perdonas?

Marcelo, al ver el juguete que él tanto había buscado, en las manos de Hugo, abrió una enorme sonrisa, extendiendo las manos para cogerlo.

— ¡Cógelo! ¡El es tuyo! — dijo Hugo con los ojos lagrimeando.

Marcelo cogió el cochecito, lo volvió a ver en las manos y dijo:

— ¡Él está del mismo modo!...Tú cuidaste bien de él, Hugo.

— Disculpe, Marcelo. Yo no sabía que me haría tanto apenas coger algo de alguien!

Marcelo miró para Hugo y respondió:

— Hugo, yo sabía que el cochecito estaba contigo, pero oré mucho a Jesús pidiendo que tú aún pudieras devolverlo. Y yo no me engañé. Me gustas mucho, mi amigo, y no quería estropear nuestra amistad.
 

Diciendo así, Marcelo se aproximo a Hugo dándole un abrazo, apretado, haciendo a Hugo llorar de emoción.

— Marcelo, no sabía que tú eras alguien tan especial. Sabiendo que yo estaba con tu cochecito, nunca dijiste nada, nunca pediste por eso. ¡Gracias! Gracias por tu generosidad. Aprendí que la honestidad es fundamental en nuestra vida.     
 

A partir de ese día, la amistad entre los dos amigos aumentó aún más, fortaleciéndose a través del tiempo y perpetuándose en la fase adulta, donde uno siempre podía contar con el otro, en cualquier circunstancia.


 

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 27/10/2014.)
 



                                                                                   



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