WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 8 - N° 390 - 23 de Noviembre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El ejercicio de la paciencia
 

  

Cierto día, Frederico oyó a la profesora decir que todas las personas necesitan ejercitar la paciencia unos con los otros.

— ¿Por qué, profesora? — preguntó un alumno.
 

— Porque todos nosotros, en una hora u otra, también necesitaremos de la paciencia ajena! — explicó ella.

Frederico fue para casa pensando en el asunto. ¿Por qué él, Frederico, necesitaría de la paciencia de las personas? ¿O de la paciencia de la familia? ¡No conseguía encontrar algo que le mostrase esa necesidad!...

Llegando a la casa a la hora del almuerzo, entró en su cuarto y, viendo una revistita, se puso a leer. Luego Isabela, la hermana más

mayor, lo llamó:  

— ¡Frederico, ven a almorzar, sólo faltas tú!

— ¡Ya voy, Isabela! ¡No podéis esperar un poco? — gritó.

Pero no fue. Después de algún tiempo más, la madre fue a buscarlo y lo llevó por la mano.

Todos estaban sentados alrededor de la mesa con cara de reprobación. Frederico se sentó, descontento, pues la historia que estaba leyendo era muy buena.

El padre hizo una oración agradeciendo a Dios por la familia unida y por el alimento que iban a comer. Sin embargo, el chico ni comió bien con prisa de volver a su cuarto.

Al final de la tarde, Isabela buscaba un libro y preguntó a Frederico si sabía donde estaba el, y el niño respondió con malos modos:

— ¡Está conmigo, mira esa! ¡Yo lo cogí porque quería ver en el mapa donde queda una ciudad!

La hermana, llena de paciencia, explicó:

— ¡Frederico, pero el libro es mío y tú podrías haberme avisado que lo cogiste! ¡Necesito hacer un trabajo urgente para mañana, sino voy a quedar sin nota en Geografía, y busqué ese libro en la casa entera!... 

— ¡Ah! A ti no te gusto yo. ¡Siempre protestas de todo lo que hago!

— ¡Tú estás apelando, Frederico! No me niego a prestarte nada, sólo deseo que me avises, ¿entendiste?

En eso la madre se aproximó, al ver que los hijos estaban discutiendo.

— ¿Qué está ocurriendo? ¡No quiero peleas en esta casa!

Y Frederico, en lágrimas, protestó para la madre:

— Mamá, a Isabela no le gusto. ¡De hecho, a nadie le gusto en esta casa!... Soy muy infeliz!...

La madre miró para la hija, al ver la escena del hermano que estaba haciendo, lo halló gracioso. Después miró para el hijo y lo calmó:

— Frederico, cuéntame lo que ocurrió.

Enjugando las lágrimas con las manos, él explicó:

— ¡Es que nadie tiene paciencia conmigo aquí en casa, madre! ¡Todos peleáis conmigo! Mi profesora dijo que necesitamos tener paciencia con los otros. 

La madre oyó aquellas palabras y concordó:

— ¡Tu profesora tiene toda razón, mi hijo. ¿Pero nadie tiene paciencia contigo? ¡Mira bien! Sólo hoy, ¿cuantas veces ejercitamos la paciencia contigo?

El chico paró de llorar, sorprendido. La madre prosiguió:

— ¡A La hora del almuerzo, estuvimos esperando por ti a la mesa, pues no viniste cuando Isabela te llamó, y sólo lo hizo después que yo fui a buscarte, aún sabiendo que tu padre tiene prisa en almorzar para volver al trabajo!

Y la hermana concluyó, diciendo:

— ¡Siempre tengo paciencia contigo, Frederico! No me incomoda que cojas mis cosas, sin embargo necesitas avisarme. ¡Yo necesito hacer un trabajo para mañana!...

Un poco antes, el padre volvió del trabajo y como nadie notó su presencia, se quedó parado en la puerta, oyendo sin intervenir.

En ese punto de la conversación, entró el hermano pequeño, Leo, que oía callado y decidió hablar también:

— ¡Yo tengo paciencia contigo, Frederico! ¡Hoy mismo quería jugar y busqué mi juego nuevo y estaba en tu cuarto! Pero, cuando yo cojo alguna cosa tuya, tú peleas. ¡No tienes paciencia conmigo!

Todos encontraron gracioso la protesta del pequeño Leo, de cinco años. La madre completó:

— ¿Entendiste, Frederico? ¡La paciencia es algo que necesitamos cultivar en relación a los otros también, no pensando sólo en nosotros! ¡Sin embargo, tú sólo consideras tus derechos, sin pensar que debes actuar de la misma manera para con el prójimo, es decir, con todos aquellos que forman parte de nuestra vida!...

Frederico, que había parado de llorar y pensaba en lo que fue dicho, miró a cada uno y dijo:
 

— ¿Vosotros me perdonáis? ¡Mamá, yo prometo cambiar! Quiero ser así como tú, papá,  Isabela y hasta Leo, que tanto habéis sido pacientes conmigo.

La madre abrió los brazos y ellos se abrazaron, llenos de cariño y de alegría por saber que, a pesar de todo, formaban una familia que se amaban mucho. El padre se aproximó y envolvió a todos con su presencia fuerte y amorosa, diciendo:

— Agradezco todos los días por la familia que Dios me dio. ¡Oí la conversación de vosotros y siento mucho orgullo de esta

familia maravillosa, que tiene problemas, pero que resuelve todo con amor y paz!...

 

MEIMEI

 (Recebida por Célia X. de Camargo, em 22/09/2014.)



                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita