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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Ano 8 - N° 384 - 12 de Octubre de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El hombre de los ojos tristes   
 

  

Después de un problemilla doméstico, Júlia, de diez años, saliendo a pasear, encontró a un viejito andrajoso, sentado en la alcantarilla.

Dio una mirada y no le gustó lo que vio. Sucio, de barba grande, él esparcía mal olor. En un primer momento, ella quiso alejarse de él lo más rápidamente posible.

Sin embargo, cuando él la miró, Júlia notó una tristeza tan grande en aquellos ojos húmedos y hasta en la leve sonrisa con que él la brindó, que ella paró.

Se sentó cerca para conversar, dijo su nombre y quedó sabiendo el de él: Alceu.    

— ¿Para dónde vas, linda niña Júlia? — indagó el viejito.

— No sé. Yo estaba cansada de mi casa, de la escuela, de los amigos pesados y de los

cobros de todo el mundo. Entonces, salí para pasear y olvidar — respondió ella.

Como él la mirara sólo, callado, Júlia preguntó:

— ¿Y usted, Alceu, para dónde va?

El hombre miró alrededor con sus ojos tristes, sacudió los hombros y respondió:

— ¡Para ningún lugar y para todos los lugares!...

— ¡Ah! No entendí.

— Es simple. Muy joven y esforzado, estudié y me hice un hombre bastante rico. Mandaba en mucha gente, tenía una familia amorosa, salud perfecta, muchos amigos y tiempo para hacer lo que quisiera de la vida.

La niña miraba para el viejito con los ojos muy abiertos:

— ¡¿Y qué ocurrió?!...

El viejito respiró hondo, sus ojos mostraron aún mayor tristeza, y respondió:

— Perdí todo lo que tenía. Ahora, no tengo ni un techo donde abrigarme.

— ¿Pero cómo consiguió quedar pobre, Alceu? —preguntó ella .

— ¡Sólo no supe administrar los recursos que el Señor me confió!

— ¿Cómo es eso? — dijo la niña, sin conseguir entender. 

— Bien, Júlia, todo lo que tenemos en la existencia es dádiva de Dios. Si no supiéramos aprovechar las oportunidades de la vida, acabamos perdiendo lo que recibimos. ¿Entendiste?

— Más o menos; respondió la niña aún con duda.

El viejito pensó un poco y explicó:

— Por ejemplo. Tenemos que prestar cuentas de la inteligencia que recibimos al nacer y, si no supiéramos usarla bien, a beneficio nuestro y de los otros, seremos responsabilizados. Así también será con el dinero y la autoridad que obtuvimos.

— ¡Ah! ¡Entendí! Usted dijo también que tenía buena salud...

— Exactamente, y la perdí con mis excesos: mucha comida, bebida, no dormía bien. Así, acabé perdiendo también la bendición del trabajo.

— ¿Y qué ocurrió con su familia?

— El exceso de dinero y de trabajo hizo que se alejaran de mí. No valoré mi hogar y quedé solo. Todos me abandonaron; en verdad, fui yo que los abandoné.

Llena de piedad por él, Júlia dijo:

— Alceu, pero con seguridad usted tenía muchos amigos.

— Es verdad, Júlia. Pero no supe valorar a los verdaderos amigos y ellos no me buscaron más. Quedé sólo con aquellos que participaban de las juergas y de los excesos. Sin embargo, acabado el dinero, ellos se alejaron de mí. Estaban interesados sólo en la vida abundante que yo les daba — él aclaró.

La niña estaba realmente apenada delante de la historia de Alceu. Percibiéndolo, él la tranquilizó:

— No te preocupes, Júlia. A pesar de no tener más bienes materiales, cambié espiritualmente. Hoy yo estoy conectado a Dios por la oración, ejercito la humildad y la comprensión delante de aquellos que me humillan, me alimento sólo de aquello que obtengo, ejercitando la gratitud y vivo bien, pues reconozco que mucho erré y, en la medida de lo posible, intento ayudar a los que están en la misma situación en que estoy. Así, actúo con fraternidad y solidaridad. ¿Y, créeme, por donde paso yo dejo siempre buenos amigos!

La niña, con los ojos llenos de lágrimas, lo abrazó diciendo:

— ¡Así como yo, que ahora soy su amiga!

— ¿Estás viendo cómo estoy cambiado? — bromeó él, envolviéndola en una mirada llena de cariño.

Acordándose de los motivos que la llevaron a salir de casa aquel día, Júlia confesó:

Yo también estoy cambiada, créame. Creía que tenía problemas, pero ahora veo que ellos nada son delante de lo que usted me contó. ¡Gracias, Alceu!  

Júlia lo invitó para quedarse viviendo en su casa, pero Alceu no aceptó, explicando:

— Mi amiguita Júlia, no es por orgullo, créeme. En primer lugar, tú no sabes lo que piensan tus padres acerca de llevar a un extraño para casa. En segundo, es que no deseo ser pesado para nadie. Si tú me invitas, acepto un sandwich en su casa. Pero sólo eso. Después voy a coger el camino de nuevo. Me gusta conocer personas nuevas, de hacer amistades, de dejar simientes buenas por donde paso.

Júlia aceptó las condiciones que él impuso y lo llevó hasta su casa. Bien recibido por los padres de ella, después de algunas horas él partió, después de tomar un baño y vestir una ropa limpia. Antes de partir, Alceu dijo:

— Prometo que, si algún día paso nuevamente por esta ciudad, yo vendré a hacerles una visita. Pero ahora tengo que irme. Si todo lo demás me fue quitado, la bendición del tiempo es muy importante, pues a pesar de nada tener necesito ayudar a las personas con lo que tengo: el amor.   

La imagen de aquel hombre barbudo de ojos tristes, jamás se borraría del recuerdo de Júlia. Le había quedado la certeza de que fuera Jesús que lo había mandado para hacerla valorar todas las cosas buenas de su existencia. 

                                                   MEIMEI 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 3/9/2012.)

 


                                                                                   



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