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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 378 – 31 de Agosto de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Bello, el caballito
 

  

Cierta vez, paseando por los alrededores de su casa, Clara vio un lindo caballito. El potro, tranquilo, comía las hierbas que encontraba en el terreno.
 

Encantada con el caballito, la niña deseó tenerlo para sí. Como no hubiera nadie allí cerca, Clara creyó que él estaba abandonado y resolvió llevarlo para su casa.

Clarinha llegó con el potro, lo llevó hasta el patio, y fue arreglar una vasija con agua para él, pues debería tener sede.

La madre de Clara, al terminar de arreglar la casa, fue a guardar la basura allá fuera, donde acostumbraba a estar.

Al oír un ruido extraño, se dirigió hasta el patio. Asustada, vio el potrillo pastando en su hierba.

— ¡¿Qué es eso, mi Dios?!...

La niña corrió hasta donde estaba la madre y explicó:

— ¡Mamá! ¡Yo traje un caballito para nuestra casa! ¿Él no es lindo? El nombre de él es Bello.

Sorprendida, la madre pidió explicaciones:

— ¿Pero cómo fue que tú encontraste este caballito, Clara?

— ¡Él estaba solo! ¡Creo que no tiene quién cuide de él! Entonces, yo lo traje para nuestra casa, donde será muy feliz, mamá.

Con los ojos muy abiertos, la madre pensaba en cómo decir la verdad a la hija, sin disgustarla:
 

— ¡Mi hija, nadie deja un caballito lindo como este abandonado! Ciertamente el dueño de él quedará triste al no encontrarlo en el lugar donde lo dejó. Tenemos que llevarlo de vuelta. ¡Él no es nuestro! Y no tenemos el derecho de quedarnos con él.

— ¡Pero yo lo encontré, mamá! ¡Ahora él es mío! — decía ella, llorando.

La madre se sentó en un banco, la colocó en su regazo y abrazó a la hijita con amor. 

— Clarinha, vamos a pensar. ¿Tú quedarías contenta si alguien se llevara a tú gatito porque él estaba en la calle?

— ¡Ah, pero Biluca es mío! Él tiene casa y nosotros cuidamos de él, mamá.

— Pues así, hija. Sin embargo, al verlo solo en la calle, alguien puede creer que él no tiene dueño.

La niña pensó un poco, y respondió:

— Creo que tú tienes razón, mamá. Si yo perdiera a Biluca, quedaría muy triste. ¡Pero yo quería tanto este caballito para mí!... — y se puso a llorar.

La madre calmó a la hija, que lloraba de tristeza, y explicó:

— Clarinha, vamos a conversar con el dueño de él. ¿Quién sabe si él te deja ser amiga del caballito?
 

La chiquilla sonrió por entre las lágrimas y concordó. Así, salieron ambas a buscar el terreno de donde Clarinha había cogido el potrillo. Hallándolo, vieron a un hombre muy triste, sentado en una piedra. Al verlas, él preguntó:

— ¿La señora vio a un caballito perdido por ahí? ¡Yo lo dejé aquí en este terreno y fui buscar agua; cuando volví, él había desaparecido! ¡No sé qué más hacer!...

La madre intercambió una mirada con la hija y Clarinha entendió:

— El señor me disculpe. Fui yo que cogí su caballito de

aquí. Como él estaba solo, creí que había sido abandonado y, por eso, lo llevé para mi casa.

Grandemente aliviado, el hombre, que se llamaba Antonio, sonrió:

— ¡Loado sea Dios! ¡Pensé que él hubiera sido robado y estaba para dar queja a la policía! Pero, dígame, niña, ¿mi caballito está bien?

Clarinha sonrió contenta:

— ¡Muy bien! Él está pastando en nuestro patio. Vivimos aquí cerca. Venga con nosotros. Verá como él está bien.

Antonio agradeció y las acompañó. Entrando en el patio, vio al potrillo pastando en el césped y un cuenco de agua al lado. Antonio corrió y abrazó al potro con mucho cariño, feliz por haberlo encontrado. Después, se volvió para Clarinha y dijo:

— Tú serás siempre bienvenida a mi casa, Clarinha. Ella es simple, pero los amigos son bien recibidos. Y, cuando esté con nostalgia del potrillo, puedes ir a verlo. Luego yo voy a adiestrarlo, y tú podrás pasear con él. ¿Qué piensas, Clarinha?

La niña sonrió contenta.

— Iré sí, puede tener certeza, Antonio. Ahora que yo lo conozco, quiero ser su amiga. ¿Cómo se llama él?

— ¡Se llama Bello!

Clarinha miró para la madre y sonrió, con lágrimas en los ojos:

— ¿Viste, mamá? Es el nombre que yo di a él. Gracias, Antonio. ¿Puedo aún ir a visitar a mi amigo Bello?

— Será un placer, Clarinha. Y también voy a enseñarte a montar. Así, vosotros podréis pasear juntos.

Alegre, tras haber acompañado al Sr. Antonio hasta su casa, Clarinha se despidió de él y de Bello, prometiendo volver allí siempre que pudiera.

Volviendo para casa, con las manos dadas con la madre, ella dijo:

— Tú tenías razón, mamá. A Antonio le gusta mucho Bello y quedaría triste si no lo encontrara más. Menos mal que tú me mostraste que yo no tenía el derecho de quedarme con él. ¡Ahora somos amigos y, siempre que quiera, iré a verlo! Creo que fue Jesús que me alertó, a través de ti, mamá. ¡Gracias!...

MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 14/07/2014.) 




                                                                                   



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