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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 372 – 20 de Julio de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

 ¡Feliz cumpleaños, mamá!
  

  

Serginho, de siete años, era un niño amoroso y siempre estaba buscando agradar a todas las personas. Le gustaba ser útil y de ayudar en las tareas. Cierto día, sin embargo, mirando en el calendario, él vio que faltaba un mes para el aniversario de su madre. Deseando dar a la madre algo especial, él fue hasta la sala donde su padre leía el periódico y preguntó:

— Papá, el cumpleaños de mamá está cerca. A mí me gustaría darle un regalo especial.

— Muy bueno que tú pienses en mamá, hijo. ¡Ella quedará feliz! ¿Pero qué piensas comprar? — el padre quiso saber, doblando el periódico y mirando para el chico.

Sérgio pensó un poco y respondió, en duda:

— Ahí es que está, papá. No sé lo que podría dar a mamá. ¡No quiero comprar un regalo! Me Gustaría que fuera algo que yo mismo hiciera. ¡Pero no sé lo que podría ser!

— Entiendo. Creo excelente que tú pienses así, hijo. Vamos a usar la cabeza. ¿Qué puedes hacer por ti mismo y que a tu madre le guste? ¿Un lindo dibujo?

— No... quería algo más, papá.

— ¿Una tarjeta bien bonita con un lindo mensaje tuyo?

— Sería bueno... pero encuentro que es poco. No parece que me esforcé mucho para hacerlo. 

— ¡Ya sé! Tu quieres dar algo a mamá que haya dado bastante trabajo, para que ella sienta como tu la amas — dijo el padre después de pensar un poco.

— ¡Eso mismo!

— Bien. Creo que tengo la solución, Serginho. ¿Qué tal un ramillete de flores que tu mismo plantaste, cuidaste y adornaste? ¡Mamá adora flores, tú losabes!

— ¡Buena sugerencia, papá! ¿Pero será que da tiempo? ¿Y dónde plantaré yo las semillas?

¡No quiero que mamá lo sepa! — ¡dijo el niño tocando las palmas de alegría!

El padre sonrió, contagiado por la idea que había dado al hijo y con la animación de él. Tras pensar un poco, el padre consideró:

— Serginho, nuestro patio es grande y tiene un lugar adónde tu madre difícilmente va. Vamos a comprar las semillas, después yo te ayudo a plantar. Tú serás responsable por regarlas todos los días. Si lo seguro, quedará bien.
 

Todo animado, el chico acompañó al padre e inmediatamente volvieron con las semillas. Fueron hasta el fondo del patio y, con una azada, hicieron un pequeño arríate, donde Sérgio tiró las semillas. Después, todos los días, por la mañana y al atardecer, él regaba las semillas.

Luego, pequeños brotes comenzaron a surgir, alegrando al niño que tocaba las palmas de satisfacción. Después, él acompañaba el desarrollo de las plantitas,   cuyas   ramas   fueron

creciendo para lo alto, buscando la claridad del Sol.


Con el pasar del tiempo, y las ramas crecidas, surgieron los primeros capullos que se abrirían en lindas flores coloreadas! Sérgio estaba encantado por ver la naturaleza trabajando con tanta gracia y belleza, quedando horas para contemplar las primeras flores que comenzaban a abrirse. Él amaba aquellas florecitas.

Hasta que, el día del aniversario de la madre, él despertó bien pronto. Era

sábado. Él había comprado un lindo papel y una cinta de satén para adornar.

Entonces, tomó un baño, se arregló bien y, como el padre había explicado, cogió unas tijeras en la caja de herramientas y se dirigió al patio para coger las flores.
 

Después, fue para la cocina y preparó en una bandeja una taza de leche calentita con chocolate, que su madre tanto le gustaba y un platito con galletas y gelatina. Todo arreglado, él fue a despertar a la madre, que aún dormía.
 

Al despertar y ver  al  hijo  todo arreglado, con la bandeja en la mano, ella se sentó, emocionada:

— ¡Mi hijo! ¡Estoy sorprendida! ¡Ni sé qué decir!

Serginho se aproximó más y gritó, con una sonrisa de oreja a oreja:

— ¡Feliz cumpleaños, mamá!...

— ¡Gracias, mi hijo! ¡Y que lindo desayuno me trajiste tú! — dijo la madre abrazándolo con infinito cariño.

El padre sonrió orgulloso del hijo que, aún tan pequeño, actuaba demostrando amor y dedicación. Y entonces, Serginho contó:

— Mamá, en verdad, tu regalo está allá en el fondo del patio. Yo cultivé flores para darte de regalo. Papá me ayudó a escoger las semillas, pero yo cuidé de ellas para que hoy pudieras darte un lindo ramillete. Compré hasta papel coloreado y una linda cinta de satén, pero...

La madrecita estaba sorprendida, y lo interrumpió:

— ¿Y tú cuidaste de las plantas, solo? Pero, ¿qué ocurrió, mi hijo?

— ¡Sí, mamá! ¡Todos los días regaba yo las semillas y ellas brotaron, crecieron y dieron flores! Adoré hacer ese trabajo. ¡Para decir la verdad, en la hora de cortar las ramas con tus tijeras, no tuve coraje! ¡Ellas estaban tan lindas en la tierra! No quise estropearlas retirándolas de las ramas, porque luego ellas estarían muertas...

El padre y la madre, sorprendidos, sintieron lágrimas aflorar a los ojos. Extendieron los brazos para el hijo, tan pequeño, pero que había demostrado una sensibilidad tan grande delante del fenómeno de la vida y respeto a la Naturaleza.

— ¡Oh, mi hijo! Tú tienes toda la razón. Las flores son más bonitas cuando están en la tierra. Voy a considerarlas como un regalo tuyo para mí. ¡Gracias! Siento mucho orgullo de ti. Muestras que tienes sentimientos buenos en tu corazoncito.

— Me siento contento, mamá. ¡Creí que estarías molesta por no tener tu regalo de cumpleaños!

— Pero yo tuve mi regalo, y voy a verlo allá en el patio. ¡Gracias, mi hijo! ¡Este es el regalo más lindo que ya tuve en la vida!...     

                                                        MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 28/04/2014.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita