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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 367 – 15 de Junio de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

 Cambiando de actitud
 

  

Mário se sentía la criatura más infeliz del mundo. Fue despedido del empleo donde había trabajado por muchos años. Triste, sin coraje de volver para casa, se sentó en un banco de jardín y se puso a pensar qué hacer de ahí en adelante.

Se acordó de la esposa, mujer valiente, que nunca protestaba de nada. Él ganaba poco en el empleo,

pero conseguían vivir. María hacía el milagro de la multiplicación y el dinero siempre daba.

Los dos hijos eran buenos niños. Aunque siempre necesitaran de dinero para sus gastos, sabiendo que el padre ganaba poco, nada pedían.

¿Qué voy yo a hacer ahora? — pensó Mário, desanimado.

Un rayo de Sol tocó en su rostro, haciéndolo acordarse de Dios. Pidió la ayuda divina, en nombre de la familia que él tanto amaba y que necesitaba de recursos para mantener.

Algunos minutos después, más rehecho después de la plegaria, Mário vio una hilera de hormigas que caminaban cargando fardos mayores que ellas: pedazos de pan, hojas, restos de alimentos que llevaban al hormiguero para dividir con sus hermanas.

Mário pasó a prestar atención en lo que ocurría a su alrededor. Mirando para otro lado, él vio un pajarito con un gusano preso en el pico y, en el nido, dividía con sus hijitos. Vio un sapo en medio del follaje llevando comida para sus hijitos. Así, él fue percibiendo que a su alrededor, en un pequeño trecho de la plaza, todos trabajaban.

Irguió la cabeza y vio a una señora que, con un tablero adaptado a una bicicleta, vendía dulces en la esquina. Más adelante, observó una barraquilla, donde un hombre vendía pasteles; más adelante, vio a una mujer barriendo la calle... 

De repente, él pensó: Si todos se esfuerzan y encuentran una actividad para ganar lo necesario para vivir, ¿por qué yo sería diferente?

Entonces, a partir de ese momento, él comenzó a pensar qué podría hacer para mantener a su familia. De repente, él se acordó. Siempre le había gustado trabajar con jardines. ¡En su casa, pequeña y simple, era él que cuidaba del jardín, que todos elogiaban!

Más animado, él se levantó decidido y volvió para casa. Al llegar, encontró a la esposa, que comenzaba a hacer el almuerzo. La abrazó e informó:

— Querida, fui despedido del empleo, pero no te preocupes. Ya decidí que voy a dedicarme a otra actividad. Queda tranquila. ¡Confío en Dios que nada nos faltará!

En su pequeño taller en el fondo de la casa, Mário encontró una tabla que juzgó de buen tamaño. La limpió, pasó una capa de pintura amarilla y después escribió: HAGO TRABAJO DE JARDINERÍA.

Más animado, cuando la tinta secó él la colocó en el jardín para que todos pudieran ver. Resuelta esa parte, después del almuerzo, Mário cogió sus herramientas, las colocó en un carrito y salió por la ciudad. Examinaba el estado de los jardines y, al hallar uno que estaba lleno de matas, necesitando de trato, tocaba la campanilla.

— ¡Buenas tardes, Señora! Su jardín es muy bonito, pero veo que está necesitando de cuidados. Soy bueno en lo que hago, puedo garantizarlo. Si la señora no gusta del servicio, no necesita pagarme — dijo sonriente.
 

La señora, encantada con la simpatía del jardinero, estuvo de acuerdo:

— Realmente, mi jardín está necesitando podar la hierba. Acepto. Puede hacer lo que sea necesario.

Al dar por terminado el trabajo, Mário llamó a la dueña de

la casa, que vino enseguida. ¡La mujer miró para el jardín, sorprendida, pues parecía otro! Él no se había limitado a podar la hierba, sino que había retirado todas las hierbas dañinas que crecían en medio de la hierba.

— ¡Pero es una belleza, Mário! — ella exclamó — ¿qué hizo usted? ¡Mi jardín está bien diferente!    

— Doña Isabel, había bellas mudas de flores que merecían ser replantadas, y encontré un lugar donde van a recibir claridad en la medida correcta, porque no les gusta de mucho sol. Y otras, que necesitan de mucho sol, estaban en la sombra, lo que no permitía que  floreciesen como era de esperar. Fue eso lo que yo hice — explico él, sin gesto.

Isabel sonrió, satisfecha y maravillada. ¡Ahora realmente su jardín estaba lindo!

— ¿Cuánto le debo por el trabajo, Mário?

— Lo que la señora crea que merezco.
 

Ella entró y volvió con el dinero, que entregó al jardinero. Cogiendo las notas en la mano, él abrió mucho los ojos, espantado:

— ¡Doña Isabel, pero es mucho más de lo que yo cobraría por mi trabajo!...

Ella sonrió y respondió:

— Pues yo di lo que creo que usted merece, Mário. Y tiene más. Quiero que sea mi jardinero. Todos los meses, en esta misma

época, puede venir a cuidar de mi jardín. ¡Pero usted parece emocionado, Mário! ¿Qué pasó?

Enjugando los ojos, él explico:

— La señora está siendo mi salvación, Doña Isabel. Fui despedido del empleo hoy y confieso que estaba desesperado...

Y contó todo lo que había ocurrido hasta decidirse por hacer trabajo de jardinería, pues todos elogiaban su jardín. La señora, también conmovida, dijo:

— Pues puede quedar descansado, Mário. Voy a conversar con mis amigas y tengo certeza de que no le faltará trabajo.

Mário salió de aquella casa sintiendo el corazón repleto de gratitud por el socorro divino que había llegado con tanta rapidez.

Ahora su vida había cambiado para mejor. Trabajando como jardinero, ganaría más de lo que recibía antes como obrero en una empresa y estaría haciendo algo que realmente le daba placer. Además de eso, tendría más tiempo para dedicarse a la familia que él tanto amaba.   

MEIMEI


(Recebida por Célia X. Camargo, em 19/05/2014.)



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita