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Año 8 366 – 8 de Junio de 2014
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Kardec y los buenos espíritas


¿Cómo nos debemos conducir para que bien cumplamos la tarea, la misión, el compromiso que asumimos para la presente existencia? Esa duda siempre nos viene al pensamiento cuando nos examinamos y evaluamos lo que hemos hecho en la vida. 

Hay ciertamente varias maneras de obtener respuesta a la cuestión propuesta, y Kardec nos dio cuanto a eso indicaciones precisas en sus obras.

He aquí una de ellas:      

“Aquél que puede ser, con razón, cualificado de espírita verdadero y sincero, se cree en un grado superior de perfeccionamiento moral. El Espíritu, que en él domina de modo más completo la materia, le da una percepción más clara del futuro; los principios de la Doctrina le hacen vibrar la garra que en otros se conservan inertes. En resumen: es tocado en el corazón, por lo que inquebrantable se le torna la fe. Uno es cual músico que algunos acordes bastan para conmoverle, al paso que otro sólo oye sonidos. Se reconoce el verdadero espírita por su transformación moral y por los esfuerzos que emplea para dominar sus inclinaciones malas.” (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XVII, ítem 4.)

Años antes, cuando escribió la obra que conocemos como El Libro de los Médium, él ya había dicho algo al respecto, ocasión en que elaboró lo que sería la primera clasificación de los adeptos de la doctrina naciente:

“Entre los que se convencieron por un estudio directo, pueden destacarse:

1º. Los que creen pura y simplemente en las manifestaciones. Para ellos, el Espiritismo es sólo una ciencia de observación, una serie de hechos más o menos curiosos. Les llamaremos espíritas experimentadores.

2°. Los que en el Espiritismo ven más de que los hechos; le comprenden la parte filosófica; admiran la moral de ahí resultante, pero no la practican. Insignificante o nula es la influencia que les ejerce en los caracteres. En nada alteran sus hábitos y no se privarían de un sólo disfrute que fuese. El avaro continúa a serlo, el orgulloso se conserva lleno de sí, el envidioso y el celoso siempre hostiles. Consideran la caridad cristiana apenas una bella máxima. Son los espíritas imperfectos. 

3º. Los que no se contentan con admirar la moral espírita, que la practican y le aceptan todas las consecuencias. Convencidos de que la existencia terrena es una prueba pasajera, tratan de aprovechar sus breves instantes para avanzar por la senda del progreso, única que los puede elevar en la jerarquía del mundo de los Espíritus, esforzándose por hacer el bien y cohibir sus malas tendencias. Las relaciones con ellos siempre ofrecen seguridad, porque la convicción que nutren los preserva de pensar en practicar el mal. La caridad es, en todo, la regla de proceder a que obedecen. Son los verdaderos espíritas, o mejor, los espíritas cristianos.

4º. Hay, finalmente, los espíritas exaltados. La especie humana sería perfecta, si siempre tomase el lado bueno de las cosas. En todo, el exagero es perjudicial. En Espiritismo, infunde confianza demasiado ciega y frecuentemente pueril, en lo que se refiere al mundo invisible, y lleva a aceptarse, con extrema facilidad y sin averiguación, aquello cuyo absurdo, o imposibilidad de reflexión y el examen demostrarían. El entusiasmo, sin embargo, no reflete deslumbre. Esta especie de adeptos es más nociva que útil a la causa del Espiritismo. Son los menos aptos para convencer a quien sea, porque todos, con razón, desconfían de los juzgamientos de ellos. Gracias a su buena fe, son engañados, así, por Espíritus mistificadores, como por hombres que buscan explorarles la credulidad. Medio mal sólo habría, si sólo ellos tuviesen que sufrir las consecuencias. El peor es que, sin quererlo, dan armas a los incrédulos, que antes buscan ocasión de burlarse que convencerse y que no dejan de imputar a todos el ridículo de algunos. Sin duda que esto no es justo, ni racional; pero, como se sabe, los adversarios del Espiritismo sólo consideran de buen quilate la razón de que disfrutan, y conocer profundamente aquello sobre que discurren es lo que menos cuidado les da.” (El Libro de los Médium, cap. III, ítem 28.)

Los años se pasaron y, como sabemos, todavía hoy tenemos en el medio espírita representantes de los cuatro tipos citados en el texto arriba, habiendo aún, lo que es más lamentable, aquellos que se extraviaron a lo largo del camino, hecho que llevó Kardec a formular a un conocido bienhechor espiritual la siguiente pregunta: - Si, entre los llamados para el Espiritismo, muchos se extraviaron, ¿cuáles las señales por los cuales reconoceremos los que se encuentran en buen camino?

He aquí lo que le fue contestado:

“Los reconoceréis en los principios de verdadera caridad que ellos profesarán y practicarán. Los reconoceréis en el número de afligidos que habrán consolado; los reconoceréis en su amor hacia el prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; los reconoceréis, en fin, en el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de Su ley; los que siguen Su ley, ésos son sus elegidos y Él les dará la victoria; pero Él destruirá a los que falsean el Espíritu de esa ley y hacen de ella su comodín para satisfacer su vanidad y su ambición. – Erasto, ángel guardián del médium. Paris, 1863.” (El Evangelio según el Espiritismo, cap. XX, ítem 4.)




 


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