WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 349 – 9 de Febrero de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El carrusel
 

 

Fernando era un niño de familia muy pobre, con dificultades inmensas, pues en su casa muchas veces faltaba hasta qué comer.

Pero Fernando poseía un buen corazón, era alegre y servicial, y lo poco que tenía lo repartía con los otros.

Él era recadero en una tienda, cuyo dueño había decidido ayudarlo sólo para que no quedara en la calle. Su “salario” era muy pequeño. En verdad, se resumía a las propinas que las personas de buena voluntad le daban por su ayuda.

Un día, volvía él para casa, y ese había sido un día de poco movimiento; había ganado sólo algunas monedas.

Era casi de noche. Pasando frente a una linda vitrina de confitería, se quedó parado mirando los dulces que allí estaban expuestos.

Oyó un suspiro hondo venido de su lado. Se volvió y vio a una niña que, con los ojos muy abiertos, miraba un enorme pedazo de pastel con cobertura de chocolate.

La  niña,  harapienta,  tenía  el

aspecto pálido y enfermo de quien no se alimentaba hacia muchas horas.

Apenado con la situación de la niña, Fernando preguntó:

— ¿Tu tienes hambre?

Ella balanceó la cabeza, concordando, sin quitar los ojos del pastel.

Fernando metió la mano en el bolsillo consultando sus débiles recursos. Él también tenía hambre. Pero ciertamente, en casa, su madre lo estaría esperando con un plato de sopa caliente y un pedazo de pan.

¡Le gustaría comprar alguna cosa para él, Fernando, con aquel dinero que le había costado tanto ganar, pero la pequeña parecía tan hambrienta!

Se decidió. Entró en la confitería, cogió el pedazo de pastel y orgullosamente, por haberlo comprado con “su dinero”, lo ofreció a la pequeña harapienta con una amplia sonrisa.

La mirada de alegría de la niña fue suficiente para recompensarlo.

Satisfecho, tomó el camino para su hogar. Próximo a su casa vio las luces de un parque de diversiones que habían montado aquel día.

La música, las luces y el movimiento de personas atrajeron la atención de Fernando. Adoraba el parque de diversiones con

sus juguetes y su música. Principalmente el carrusel, con los caballitos que subían y descendían rodando siempre al son de una música, le encantaba.


Se quedó parado, mirando. ¡Como le gustaría subir a aquel carrusel!

El precio de una entrada para una vuelta en el juguete era el mismo que había gastado comprando el pedazo de pastel para la pequeña mendiga. Si no hubiera comprado el dulce, ahora tendría el dinero para dar una vuelta en el carrusel.

Se  acordó,   sin   embargo,  de  la  carita  sucia  y

satisfecha de la niña y alejó ese pensamiento egoísta de su cabeza.

“No tiene importancia” — pensó — “Mamá siempre me dijo que todo aquello que hagamos a los otros, Dios nos dará el doble. Está, por lo tanto, bien empleado mi dinero”.

En eso, percibió a un chico muy bien vestido a su lado, chupando un helado. Viendo a Fernando mirar el carrusel, él le preguntó:

— ¿Quieres subir al caballito?

— Quiero. Pero no tengo dinero — respondió.

El chico le extendió dos pasajes diciendo, indiferente:

— Toma.

— ¡Pero no tengo con qué pagar! — tartamudeó Fernando.

— No tiene importancia. Ya estoy cansado de esos juguetes. Mi padre es dueño de ese parque y tengo siempre cuantos pasajes quiero.

Agradecido, Fernando miró los pasajes con los ojos húmedos de emoción, mientras decía para sí mismo:

— Mi madre tenía razón. ¡Yo sabía que Dios me iba a retribuir, pero no pensé que fuera tan rápido!...  

                                                        Tia Célia


                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita