WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 345 – 12 de Enero de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Como entrar en el reino
de los cielos
 
 

 

En cierta ocasión, en la época en que Jesús peregrinaba por el planeta, dejando a las criaturas sus lecciones de amor, se aproximó a él un hombre muy rico y pidió:

– ¡Maestro, deseo seguirte los pasos, pero no lo consigo!
 

Jesús, conociendo el interior de cada uno, le dijo:

– Transforma tu vida ejercitando el amor al prójimo. Después, ven y sígueme.

El hombre se arrodilló, agradeciendo la orientación del Maestro, y se fue.

Volviendo a su ciudad, llegó al hogar, protestando de la casa desarreglada, a lo que la esposa respondió humilde:

– Mizael, nuestro hijo más pequeño está enfermo, con fiebre, y me quedé cuidando de él.

Irritado, el hombre dejó la casa y fue para su comercio. Verificando que uno de los compradores no había pagado la cuenta, fue exigir a él el pago a que tenía derecho.

El deudor, avergonzado, se disculpó afirmando:

– ¡Mi propiedad nada produjo, y me encuentro en situación difícil. Ten piedad, Mizael, que te pagaré todo así que pueda!

Pero el acreedor no tuvo compasión de él y de su familia, mandándolo para la prisión hasta que pagara lo que le debía.

Más adelante, Mizael vio a un mendigo al margen del camino, que le extendió la mano suplicando una limosna, afirmándose enfermo. Mizael miró al infeliz, sucio, desaliñado, y respondió:

– No tengo limosna para darle. ¡Usted debía estar trabajando, en vez de incomodar a los viandantes!

El pobre mendigo bajó la cabeza, humillado por las duras palabras que hubo oído.

Al volver al hogar, Mizael vio a la viuda de un antiguo empleado suyo en el portón. La pobre mujer, con tres niños pequeños, le suplicó:

– ¡Señor, ayúdeme! Como sabe, cuando mi marido murió quedamos en la miseria. Mis hijos pasan hambre. ¡Nada tengo para darles, ni aún un pedazo de pan duro!

Lleno de orgullo, Mizael levantó la cabeza, extendió el brazo y la expulsó, afirmando:

– ¡La vida entera trabajé para que nada faltara a mis hijos! ¡Haga cómo yo hice!...

La pobre viuda, amargada, se alejó en lágrimas por no haber conseguido ni aún un pedazo de pan para los hijos hambrientos.

Entrando en casa, el hombre se acomodó en su lugar preferido y llamó a la esposa, que trajo un cuenco con agua, le quitó las sandalias y le lavó los pies, como de costumbre.

Nervioso, él protestaba:

– Todos piensan que tengo obligación de socorrerlos en sus necesidades. No saben que trabajé mucho para tener lo que poseo hoy.

Al día siguiente, él salió y vio un gran movimiento de gente. Preguntó lo que estaba ocurriendo y supo que Jesús estaba allí en la ciudad. Todo contento, fue a buscar a Jesús. Lo encontró en lugar más alejado, sentado en una piedra. Jesús hablaba al pueblo, que lo oía atentamente.

Cuando el Maestro terminó de hablar, Mizael intentó aproximarse a él, pero Jesús, buscado por el pueblo, atendía y curaba a mucha gente. Hasta que, con dificultad, Mizael consiguió aproximarse a él. Arrodillándose, humilde, indagó nuevamente:

– ¡Maestro, quiero seguirte los pasos para entrar en el Reino de los Cielos! ¡Enséñame cómo hacerlo!

Y Jesús, mirándolo con infinita piedad, respondió:
 

– Ama a todos los necesitados que te buscan. Sólo así tendrás un lugar en el Reino de los Cielos.

Y Mizael, interesado en seguir a Jesús, oyendo aquella respuesta, se acordó de como había actuado con todos que lo habían buscado el día anterior. Con la cabeza baja, se alejó, avergonzado.

Entendió que Jesús le había dado la respuesta para su transformación, y que no ignoraba lo que él había hecho.

Entonces, con la cabeza baja, Mizael se alejó, decidido a mejorar sus actitudes, ayudando a todos como el Maestro había recomendado. 


                                                                 
MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 11/11/2013.)
      

 


                                                                                   



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita