WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
   
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 7 341 8 de Diciembre de 2013

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 


El Cielo y el Infierno

Allan Kardec

(Parte 10)
 

Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al  final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Cómo dedujo la Iglesia que las manifestaciones espíritas no son provocadas por Espíritus sino por demonios?

B. ¿Cómo responde la Doctrina Espírita a la tesis de la Iglesia de que las manifestaciones espíritas son provocadas por los demonios?

C. Para evocar a los Espíritus, ¿qué condiciones son necesarias?

D. ¿Cómo se puede saber cuál es la categoría de un Espíritu comunicante, si no podemos verlo ni sacar informaciones sobre él?

Texto para la lectura

86. Sólo una parte de los ángeles de la última categoría – enseña la Iglesia – participó en la rebelión liderada por Lucifer y, por eso, ellos fueron transformados en demonios. (Primera Parte, cap. X, ítem 6. Ver también  cap. IX, ítem 8.)

87. Ahora bien, si el Creador les permitió inducir a los hombres al error, debería por lo menos, ya que es soberanamente justo y bueno, permitir la manifestación de los ángeles buenos; así, los hombres tendrían la libertad de elegir entre la sugerencia del mal y la idea del bien. Dar a los ángeles malos – los que cayeron – el monopolio de la tentación, con  amplias facultades para simular el bien y seducir mejor, prohibiendo al mismo tiempo toda intervención de los buenos, es por lo tanto atribuir a Dios el objetivo inconcebible de agravar la debilidad, la inexperiencia y la buena fe de las criaturas humanas. (Primera Parte, cap. X, ítem 6.)

88. El Espiritismo no hace milagros y jamás hizo revivir un cuerpo muerto, puesto que, cuando éste se encuentra en el sepulcro, allí quedará definitivamente. El Espíritu, el ser inteligente, no baja a la tumba junto con su envoltura grosera. Se separa de él en el momento de la muerte y no tiene nada más de común con él. (Primera Parte, cap. X, ítem 10.)

89. Los principios del Espiritualismo experimental no tienen ninguna relación con los de la magia. De esta manera, no hay Espíritus a las órdenes de los hombres, ni existen medios para obligarlos, ni signos cabalísticos, ni procedimientos para enriquecerse, ni prodigios o milagros – nada de lo que constituye el objetivo y los elementos esenciales de la magia existe en el Espiritismo, que no sólo rechaza tales cosas, sino demuestra su imposibilidad e ineficacia. (Primera Parte, cap. X, ítem 11.)

90. El Espiritismo no confunde a los Espíritus, por el contrario, los distingue. La Iglesia, sí, atribuye a los demonios una inteligencia igual a la de los ángeles, mientras que el Espiritismo confirma a través de la observación de los hechos que los Espíritus inferiores son más o menos ignorantes y que tienen muy limitado su horizonte moral y su perspicacia, siendo por esto incapaces de resolver ciertas cuestiones y, por ello, hacer todo lo que se atribuye a los demonios. (Primera Parte, cap. X, ítem 13.)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cómo dedujo la Iglesia que las manifestaciones espíritas no son provocadas por Espíritus sino por demonios?

La Iglesia entiende que son los demonios los que se manifiestan porque, según el dogma católico, las almas de los muertos permanecen en el lugar que les designa su justicia, y no pueden ponerse bajo las órdenes de los vivos. Por ello, los seres misteriosos que acuden primero al llamado del hereje, del impío o del creyente no son enviados de Dios, ni apóstoles de la verdad y de la salvación, sino causantes del error y agentes del infierno. Se trata, como se ve, de una conclusión basada en una premisa jamás comprobada por los hechos y desmentida por los innumerables fenómenos registrados en la misma Biblia. (El Cielo y el Infierno, Primera Parte, cap. X, ítems 4 y 5.)

B. ¿Cómo responde la Doctrina Espírita a la tesis de la Iglesia de que las manifestaciones espíritas son provocadas por los demonios?

La mejor respuesta a tales ideas es el análisis de los mensajes espíritas, que recomiendan invariablemente a los hombres rogar a Dios, someterse a la voluntad del Padre, renunciar al mal y practicar el bien.

Ahora bien, ¿qué clase de demonio es ése que trabaja en contra de sus propios intereses? ¿Cómo comprender que exalte en los mensajes las delicias de la vida de los buenos Espíritus y pinte la horrorosa posición de los malos?

Jamás se vio a un negociante alabar ante sus clientes la mercadería de su vecino en detrimento de la suya, y aconsejarles a ir a su casa. Nunca se vio a un reclutador de soldados despreciar la vida militar, y elogiar el reposo de la vida doméstica.

Ahora bien, es notorio y constituye un hecho que las instrucciones emanadas del mundo invisible han regenerado a incrédulos y ateos, infundiendo en su alma fervor y creencias nunca habidos. E incluso, por influencia de esas manifestaciones, se ha visto – y se ve diariamente – regenerarse a viciosos contumaces, tratando de mejorarse a sí mismos.

De esta manera, atribuir al demonio tan benéfica propaganda y saludable resultado es conferirle un diploma de tonto. Y, como no se trata de una simple suposición, sino de un hecho experimental contra el cual no hay objeciones, concluiremos que el demonio o es un inepto de primer orden o no es tan astuto y malo como se pretende, y en consecuencia tan temible como dicen, o bien que las manifestaciones espíritas no parten de él. (Obra citada, Primera Parte, cap. X, ítems 7 a 9.)

C. Para evocar a los Espíritus, ¿qué condiciones son necesarias?

No hay fórmulas sacramentales para evocar a los Espíritus. Quien pretenda establecer una fórmula puede ser tachado de usar el charlatanismo, porque para los Espíritus puros la fórmula no vale nada. La evocación debe ser hecha siempre en nombre de Dios. La más esencial de todas las disposiciones para evocar es el recogimiento, cuando deseamos tratar con Espíritus serios. Con la fe y el deseo del bien, nos volvemos más aptos para evocar a los Espíritus superiores. Elevando nuestra alma por algunos instantes de concentración en el momento de evocarlos, nos identificamos con los buenos Espíritus predisponiendo su venida. (Obra citada, Primera Parte, cap. X, ítem 10.)

D. ¿Cómo se puede saber cuál es la categoría de un Espíritu comunicante, si no podemos verlo ni sacar informaciones sobre él?

La categoría del Espíritu se reconoce por su lenguaje: en los verdaderamente buenos y superiores es siempre digno, noble, lógico, exento de cualquier contradicción. Su lenguaje revela sabiduría, modestia, benevolencia y la más pura moral. Además, es conciso, claro y sin redundancias inútiles. (Obra citada, Primera Parte, cap. X, ítem 13.)

 

 

 


Volver a la página anterior


O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita