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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 340 – 1º  de Diciembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 


Vale la pena confiar en las

personas

 
 

En aquella mañana, Augusto no tenía qué hacer y salió buscando algún amigo que quisiera jugar. Sin embargo, la calle estaba desierta. Quedó decepcionado.

Sin tener qué hacer, miró para un terreno baldío, vecino de su casa, cercado por un muro alto, pero cuyo portón estaba entreabierto. Augusto nunca había entrado en aquel lugar. Por la apertura, él vio árboles y las matas, que crecía a voluntad.

Curioso, decidió entrar. Su corazoncito latía fuerte: ¡Tum! ¡Tum! ¡Tum! Entró por la ventana estrecha y se acordó de las palabras que la madre le dijo un día:

— ¡Augusto, quédate lejos de aquel terreno! ¡Allí debe tener hasta cobras venenosas!

Pero el sol estaba caliente y, bajo un árbol, la sombra era agradable. Caminó un poco, alejando con la mano las matas que le impedía el paso.

Él sentía estar realizando una aventura, como los personajes de las películas a que asistía. De repente, oyó un ruido, seguido de un gemido. Estuvo atento.
 

Con cuidado, sin hacer ruido, caminó un poco más. Y, escondido en medio de las matas, recostado en un árbol, vio a un hombre andrajoso, todo sucio, y con la pierna izquierda llena de sangre.

El niño se aproximó y el hombre se encogió contra el tronco del árbol, asustado. Al ver a Augusto, él respiró, aliviado.

— ¡Ah! ¡Es un chico! ¿Qué haces aquí, niño?

— ¡El señor está herido! ¡Necesita de curas! Voy a llamar a mi madre. ¡Ella es buena en eso!

— ¡No!... ¡No quiero que nadie me vea! — el hombre rechazó, con miedo.

— Está bien.   

Augusto se sentó en el suelo, cerca del hombre, y comenzaron a charlar. Así, quedó sabiendo que el nombre de él era Benedicto y fue herido al intentar robar comida en un supermercado. El desconocido prosiguió:

— Estoy desempleado hace meses y mi familia pasa hambre. ¡Nunca robé nada, pero aquel día yo estaba desesperado y decidí conseguir comida de todas las maneras!
 

— Usted también debe tener hambre, ¿no es así? ¡Espere! Voy a casa a buscar algo para que usted coma. Vivo aquí al lado y vuelvo en un instante. Prometo que no contaré a nadie que usted está aquí.

Augusto salió, volviendo después con un sandwich y un vaso de café. Con los ojos bien abiertos, Benedicto agarró lo que el niño trajo, y comió rápidamente.

— Gracias, Augusto. ¡Yo estaba aún hambriento!

— Pero, Benedicto, tiene otro problema: ¡usted está herido y necesita de una cura! Mi padre es farmacéutico e inmediatamente que llegue para el almuerzo. ¿Puedo traerlo aquí? ¡Garantizo que él no contará nada a nadie!

Como sentía mucho dolor, el herido concordó. Augusto le contó al padre lo que estaba ocurriendo y lo llevó, junto con el botiquín de primeros auxilios, hasta el terreno.

Vitório, padre del niño, examinó la herida y vio que la bala había pasado arañándole. Hizo la cura en silencio y, al terminar, conversó un poco con el herido.

Benedicto le contó cómo todo había sucedido, en virtud de la situación de su familia, que estaba pasando hambre, y concluyó:

— Sólo quien ve a los hijos y la esposa sin tener nada para comer sabe lo que sentí en aquel momento, señor. ¡Es muy doloroso!

— Yo entiendo, Benedicto — murmuró Vitório, colocándose en el lugar del otro. — ¿Antes usted trabajaba en qué?

— Yo era empleado en una fábrica de muebles. Pero hago de todo: ya trabajé como albañil, haciendo canalizaciones y jardinero. ¡No escojo trabajo! ¡Acepto cualquier cosa, señor!

Viendo que Benedicto era un buen hombre, Vitório dijo:

— Por el momento, necesito de alguien que haga la limpieza en mi jardín. Después, veré con algunos amigos la posibilidad de buscarle trabajo. ¿Acepta?

— ¡Claro que acepto! ¡Gracias! ¡Fue Dios quién lo mandó, señor Vitório!

Así, Benedicto dejó su escondite y fue para la casa al lado, donde la madre de Augusto le dio almuerzo y comida para llevar a la familia. Al despedirse, ordenó Vitório:

— Benedicto, mañana inmediatamente listo lo espero para limpiar nuestro jardín.
 

Al día siguiente, cuando Augusto despertó para ir a la escuela, Benedicto ya había llegado. Al sentarse para el desayuno, Vitório supo, con satisfacción, que Benedicto ya estaba trabajando. Sonrió para todos, contento, considerando:

— ¡Merece la pena confiar en las personas! Hoy aún voy a ver se encuentro un empleo para él.

Así, Augusto y el padre fueron a visitar la casa de Benedicto, quedando encantados con la familia de él. Al día siguiente, Vitório lo avisó:

— Benedicto, conseguí trabajo para usted en una fábrica de muebles, como le gusta.                

¡La gratitud de Benedicto fue inmensa! Abrazó a Vitório, con alegría, feliz por volver a trabajar, ganando para su sostenimiento.

La amistad entre las dos familias sólo aumentó con el tiempo. Benedicto siempre oraba a Jesús agradeciendo la oportunidad de haber conocido a Vitório y su familia, que tanto lo había ayudado en momento tan grave de su vida.

Y Vitório, contento, siempre elevaba el pensamiento a Dios, agradeciendo la bendición de conocer al amigo Benedicto y su familia, a quién estaban tan conectados. Y el pequeño Augusto, como el padre, ahora repetía siempre:

— ¡Merece la pena confiar en las personas!... 


                                                                 
MEIMEI


(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em 7/10/2013.)

 


                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita