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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 333 – 13 de Octubre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Regalo inesperado

 

Se aproximaba el Día de los Niños y Daniel estaba curioso, pensando:

¿Qué recibiría él de regalo? ¿Tal vez un coche de control remoto, un balón de fútbol? ¿O, quien sabe, algo mayor, como una bicicleta nueva, ya que la suya era vieja? ¿O un teléfono móvil? Quién sabe, ¿un skate?!    

Y así Daniel quedaba perdido en sus deseos y no conseguía pensar en más nada, ansioso por ver llegar el gran día.

Una semana antes de la ocasión tan esperada, aprovechando un momento en que el padre estaba descansando, Daniel preguntó:

— Papá, ¿qué voy a recibir en el Día de los Niños? ¿Puedo escoger el regalo?

El padre pensó un poco y respondió triste:

— Mi hijo, la situación es difícil. Estoy ganando poco en el actual empleo y tal vez no pueda comprarte un regalo.

Daniel dejó la sala sin decir nada y se fue a llorar a su cuarto.

Aquel mismo día, más tarde, su madre había salido para ir al supermercado cuando, al atravesar una calle, fue atropellada por un vehículo que había pasado la señal roja.

Inmediatamente alguien llamó a la ambulancia y ella fue llevada para el hospital. El padre, avisado, dejó el trabajo y corrió para el hospital donde estaba la esposa. Los médicos dijeron que el caso era grave, pues ella fue alcanzada en la cabeza.  


Daniel, que jugueteaba en la casa de un vecino, al quedar sabiendo lo que había ocurrido con su madre, comenzó a llorar, queriendo ir al hospital a ver a la madre, pero la vecina le avisó:

— Daniel, tu padre telefoneó y me pidió que cuidara de ti. En el hospital no dejan entrar niños, especialmente sin compañía. Mejor esperar noticias. Tú padre, así que pueda, volverá para casa.

Sin otra opción, Daniel lloraba desesperado, pensando en como estaría su madrecita. Se acordaba de su preocupación con el regalo y pedía para Jesús:

— Jesús, yo no quiero ningún regalo más el Día de los Niños. Sólo deseo que mi madre quede buena, vuelva para nuestra casa y quede junto de mí.

Sintiendo deseos de hacer alguna cosa, él pensó: ¿qué puedo hacer para ayudar?

Entonces, Daniel se acordó de todo lo que la madre hacía por ellos, cuidando de la casa, cocinando, barriendo el suelo, lavando y planchando la ropa y mucho más. Entonces, una idea le vino a la cabecita: La casa está en desorden. ¡Voy a ayudar mi madre!

A pesar de tener sólo ocho años, Daniel cogió la escoba y barrió la casa. Arregló las camas, guardó las ropas limpias y llevó las sucias para la

cesta. Vio que las plantas del jardín estaban marchitas, y las regó.Sólo no sabía mover el fuego y cocinar.

Como estaba solo, él hacía las comidas en la casa de la vecina. Contó a Doña Estela, madre del amigo, lo que estaba haciendo y concluyó:

— Sólo no consigo lavar las ropas y planchar.

— No te preocupes, Daniel. Yo voy a ayudarte lavando y planchando las ropas.

Algunos días después, la madre de Daniel estaba buena y salió del hospital.

El padre de Daniel llegó con la madre. Ella estaba bien, pero necesitaba aún reposar. El niño se aproximó a la madre con inmenso cariño:

— ¡Mamá, sentí mucha nostalgia de ti! Menos mal que volviste para nuestra casa.

— También estaba sintiendo tu falta, mi hijo. ¡Pero, gracias a Dios, estoy bien ahora!

Nuestra casa está limpia, arreglada. ¿Quién hizo todo eso?

— Fui yo, mamá. Doña Estela sólo lavó las ropas y planchó.

La madre lo abrazó, llena de alegría.

— ¡Ah, mi hijo! ¡Tú te revelaste un hombrecito cuidando de la casa! ¡Sentí tanta nostalgia de ti! Ahora todo va a volver a lo normal.  

En ese momento el padre entró en el cuarto con un paquete de regalo y lo entregó al hijo:

— ¡Daniel, yo no olvidé que hoy es el Día de los Niños, mi hijo! ¡No es un regalo caro, pero es lo que pude comprar! ¡Felicidades! — y dio un abrazo al hijo.

El niño sólo en aquel momento se acordó de aquello que tanto deseaba, y dio las gracias.

— Gracias, papá, pero no necesitabas. Yo ni me acordaba más del regalo. Lo que yo quería era que mamá volviera para casa. Ahora yo entiendo que para mí, realmente importante, el verdadero presente, es tener vosotros aquí conmigo.

Ellos se abrazaron y Daniel agradeció a Jesús por atender su pedido, trayendo la madre de vuelta para casa. Después, con lágrimas en los ojos, el niño murmuró:

— ¡Ah! ¡No hay cosa mejor que estemos todos juntos nuevamente!...

 

                                                        MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 30/09/2013.)    

       
               
 
                                                                                   



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