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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 332 – 6 de Octubre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El bien al prójimo

 

Carminha, de doce años, y corazón bondadoso, vivía con los padres en una pequeña casa de un barrio pobre de la ciudad.

Cierta vez, ella había leído que Jesús, cuando estuvo en la Tierra, había predicado el amor a Dios, al prójimo y hasta a los enemigos, para que sus seguidores pudieran ser mejores  que las otras personas. Entonces, Carminha deseaba hacer algo bueno para alguien, pero no sabía como comenzar. A la noche, ella oraba a Jesús pidiéndole que la ayudase mostrándole el camino de la caridad.

Cierto día, andando por el barrio, ella entró por una pequeña calle que terminaba en una cerca. Como no había calle, pero queriendo conocer el lugar, ella entró por una vereda y vio una choza. Oyó ruidos de niños y, como allí ella conocía a toda la gente, menos a aquellas personas, decidió conocerlas.

— ¡Hola! ¿Hay alguien ahí? — dijo tocando en la puerta.

Luego tres niños sucios y harapientos aparecieron. Carminha sonrió y les preguntó los nombres.

— Yo soy Maria, de seis años, el bebé en mi brazo es Lucía, de ocho meses, y este es José, de cuatro años.

— ¡Mucho placer! ¿Hay alguien más en casa? ¿Dónde están vuestros padres?

— Mamá está trabajando en el campo, mi padre está preso y el abuelo está en la cama. ¿Quieres conocerlo? — preguntó Maria, la mayor.

— Me Gustaría mucho. Es decir, si él no se molesta.

Maria llevó a Carminha por la mano hasta el pequeño cuarto donde un viejito estaba acostado. Ella lo saludó, preguntando cómo estaba, y él respondió:
 

— Estoy muy enfermo, niña. No puedo andar más y soy yo que me quedo con los niños para mi hija trabajar. Hoy aún no comimos nada.

Con el corazón apretado por la piedad, Carminha dijo que iba a resolver el problema. Así, ella dejó la choza y fue en busca de sus amistades. Anduvo por el barrio explicando

la situación y recogiendo géneros alimenticios para la familia. Cogió un carricoche que era del padre, y así transportó todo lo que había conseguido. Como ella tenía un cofre con algunas monedas, compró leche para el bebé.

   

Volviendo a la choza, Carminha mostró lo que había conseguido y que no era mucho, pues todos allí eran pobres, pero tenía hasta la leche de Lucía. Al verla llegar, los niños dieron saltos de alegría. Carminha distribuyó pan para todos, hizo un jugo con naranjas que había conseguido y el biberón de Lucía. Todos quedaron felices y satisfechos.

Después, resuelto ese primer problema, Carminha hizo una sopa con legumbres y verduras que había

recibido de los vecinos para que ellos comieran más tarde. No contenta con eso, limpió la choza, lavó las ropas y dejó todo limpio.

Al llegar, la madre no creyó lo que vio. El abuelo Bento explicó que una jovencita había venido y había hecho todo en la casa. Tomaron la sopa, acompañada del pan que había sobrado, y después hicieron una oración en agradecimiento por la ayuda recibida.

Carminha volvió a su hogar sintiéndose realizada. Nada comentó con la madre sobre lo que había hecho. Pero, a partir de ese día, todas las tardes, al volver de la escuela, ella corría para la casa del abuelo Bento, ayudando en el servicio doméstico y cuidando de los niños.  

En la escuela, Carminha explicó la situación de la familia para sus compañeros y todos se apuntaron a ayudar también. Así, aparecieron ollas, cobertores y todo lo demás que era necesario, inclusive una cama para el abuelo, pues la de él estaba rota.

Los padres de Carminha estaban preocupados con la constante desaparición de la hija. Un día, la madre llegó más pronto del trabajo y vio a la hija saliendo de casa con bolsas en las manos, y decidió seguirla. Al ver a Carminha entrar a una choza sin pedir permiso, ella entró también. Lo que vio hizo que sus ojos se llenasen de lágrimas.

La hija estaba entregando lo que había traído y decía para los niños con una linda sonrisa:

— ¡Hoy voy a hacer una sopa de legumbres con macarrones! Gracias a una amiga, esta noche vosotros tendréis una sopa mejor.

— ¡Oba! ¡Oba!... — gritaron los niños, tocando las palmas.

La madre de Carminha apareció en la cocina. Al verla, la jovencita se sonrojó:

— ¿Mamá? ¿Cómo llegaste hasta aquí?...

El abuelo Bento, que vio por la ventana a la señora llegando, se levantó con dificultad y fue hasta la cocina.

— ¿Por qué nunca me contaste lo que estabas haciendo, mi hija?

Carminha bajó la cabeza, y el abuelo Bento explicó, apoyándose en un bastón:

— Señora, su hija ha sido nuestro ángel bueno. Desde que entró en esta casa, jamás dejó de asistirnos. Como puede ver, somos muy pobres, y Carminha ha preparado comida para nosotros y leche para mi nietecita. Mi hija trabaja mucho, pero gana poco y llega tarde. Sin embargo, su hija no deja que nada nos falte. ¡Hasta cuida de la limpieza!

— ¿Por qué nunca me contaste, hija? — la madre volvió a preguntar, emocionada.

Carminha, sin gesto, explicó:

— Porque Jesús dijo que, para hacer el bien al prójimo, no podemos divulgar, es decir, que la mano izquierda no debe saber lo que hace la mano derecha, ¿no es? Y en  verdad, mamá, son mis amigos los que hacen la caridad, porque ellos son los que me dieron las cosas para distribuir.
 

Con lágrimas, la madre acogió a la hija al corazón, diciendo:

— Carminha, tú eres mucho mejor de lo que yo pensaba, mi hija.

— ¡Entonces, ayúdame mamá! Vamos a pedir a papá que vaya a visitar al padre de los niños en la prisión para tranquilizarlo. Él debe estar muy preocupado con su familia.
 

La madre estuvo de acuerdo y dijo:

— De aquí para adelante, yo también quiero ayudarte a hacer la caridad, mi hija. Somos pobres, pero siempre podemos ayudar a quién tiene menos que nosotros.
 

                                                        MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia, aos 19/9/2013.)
     

       
               
 
                                                                                   



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