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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 329 – 15 de Septiembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



Atraso providencial

 

Aunque no fuese verano, el sol brillaba y los días estaban calientes y agradables.

Aprovechando los festivos que se aproximaban y que la empresa en la cual Jorge trabajaba estaría cerrada por algunos días, él decidió visitar a sus padres, en una agradable ciudad litoral.

Cuando Jorge comunicó la decisión a la familia, fue alegría general. Todos vibraron con la novedad, ya pensando en las cosas que irían a llevar.

— Papá, ¿yo puedo llevar mi bicicleta? — preguntó Frederico, de tres años, con su vocecita infantil.

— Infelizmente no, mi hijo. Vamos en autobús. Sólo llevaremos lo que quepa en las maletas.

— ¡Ah! ¿Entonces qué voy yo a llevar? — preguntó nuevamente el pequeño.
 

— Frederico, tú puedes llevar las raquetas de tenis de playa y la pelotita — acordó Artur, de ocho años, completando — Por mi parte, voy a llevar mi balón de fútbol.

Helen, de cinco años, pensó...pensó…y decidió:

— Yo voy a llevar mi muñeca favorita y mi osito de peluche.

Delante de la novedad, la familia estaba animada ya pensando en la alegría de volver a ver a los abuelos y también en los baños de mar y en los paseos que irían a hacer.

Así, ellos arreglaron todo lo que iban a llevar. Hasta que el gran día llegó. Despertaron bien tempranito y tomaron el desayuno, eufóricos. Antes de salir, la madre preguntó:

— ¿No olvidásteis nada?

— ¡No!... — fue la respuesta general.

Pero Artur, estando pensativo por algunos instantes, recordó:

— Papá, creo que estamos olvidando una cosa importante.

— ¿Y qué es, mi hijo?

— ¡Es que no pedimos la bendición de Dios para nuestro viaje!

La madre se emocionó con el recuerdo del hijo. El padre balanceó la cabeza concordando:

— Tú tienes toda la razón, Artur. Muy bien recordado. Además de eso, tenemos tiempo — dijo mirando el reloj de pulsera.
 

Todos se acomodaron en la sala y el padre pidió que él hiciera la oración. Entonces, Arthur cerró los ojos y comenzó a orar:

— Señor Jesús, estamos contentos porque vamos a viajar para la casa del abuelo Olímpio y de la abuela Clara. Pido tus bendiciones para todos nosotros, que todo vaya bien y hagamos un buen viaje. Y que llegando allá, llevemos alegría a la casa del abuelo y de la abuela. Gracias.

Tras la oración ellos salieron. El taxi, que había

llegado con bastante anticipación, esperaba. Acomodando los equipajes en el coche, fueron para la Estación. Con los pasajes en la mano, llegaron al lugar de embarque. El operario cogió los pasajes, miró y dijo:

— ¡Señor, este autobús ya partió!

— ¿Cómo dijo? ¡No puede ser! ¡Estamos en el horario, llegamos hasta más pronto! ¡El horario es 7 horas y 15 minutos! ¡Y ahora no pasa de las 7 horas!...

— Entonces, su reloj está atrasado, señor. Vea allá en el reloj: 7 horas y 30 minutos.

Jorge miró al gran reloj de la Estación de Autobuses y confirmó. El operario tenía razón. Volvió a mirar a su muñeca y el reloj estaba realmente atrasado.

Perplejo, él se volvió para el operario de la empresa de autobús, sin saber qué hacer.

— ¿Y ahora, qué hago? ¡Mi familia está aquí, esperando viajar! — él dijo.

— Bien. El señor vaya hasta el mostrador de la empresa y explique la situación. Ellos lo colocarán en el primer autobús, si hubiera vacantes.

Jorge, muy molesto, sin entender cómo se había engañado, dejó a la esposa y los hijos con el equipaje y corrió para resolver la cuestión. La chica que lo atendió, muy gentil, le dijo que no se preocupara, pues en el próximo autobús había algunos lugares. Ella intercambió los pasajes y él volvió para junto a la familia más tranquilo.
 

Así, una hora después, ellos pudieron finalmente embarcar. El viaje corría sin problemas, cuando vieron un autobús de la misma empresa en el alcen de la carretera. El conductor paró y fue a ver lo que estaba ocurriendo; algunos pasajeros descendieron también, preocupados.
 

Entonces, pudieron saber que el autobús había tenido un accidente y muchos pasajeros heridos fueron encaminados al hospital más próximo.

Al oír el relato, Jorge inmediatamente se acordó de la plegaria de Artur pidiendo el amparo de Dios para el viaje de ellos. Volviendo para junto a la familia, con lágrimas en los ojos él contó lo que había ocurrido a la esposa y a los hijos, afirmando:

— Artur, mi hijo, tú nos salvaste la vida hoy. Acordándonos de orar, tú facilitaste el amparo de Dios para nosotros. Con certeza, algún Amigo Espiritual le sugirió la idea y, pidiendo las bendiciones divinas para nuestro viaje, quedamos amparados.

Y Jorge completó cambiando una mirada con la esposa:

— ¡No tiene otra explicación! ¡Cuando miré en mi reloj antes de salir de casa, el horario estaba correcto, y al llegar a la Estación de Autobuses, el estaba atrasado! ¿Como se justifica eso? ¡Sólo a través del amparo de Jesús!

Todos en el autobús oyeron y supieron de lo ocurrido, sorprendidos y maravillados.

En aquel momento, Jorge se irguió y pidió a todos los pasajeros que lo acompañaran en una oración de agradecimiento a Dios, para que continuara amparándolos y que también ayudara a los pasajeros del otro autobús, especialmente los heridos, para que se recuperaran inmediatamente.

La familia de Jorge pasó días muy agradables en la playa, junto con los abuelos, acordándose con gratitud de la ayuda del Alto que recibieron.

         
                                              
MEIMEI       


(Recebida por Célia X, de Camargo, em 12/8/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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