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Año 7 323 – 4 de Agosto de 2013
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 


El perfeccionamiento del
alma lleva tiempo


El perfeccionamiento del alma es trabajo de largo tiempo. Como dice Abel Gomes en mensaje constante del libro “Hablando a la Tierra”, psicografado por el médium Chico Xavier, ni todos se retiran en la Tierra e ingresan en la patria espiritual en la posición de héroes. “La perfecta sublimación es obra de los siglos incesantes.” 

En la Tierra, dice Abel, notamos, en toda parte, hombres y mujeres de buena voluntad inequívoca en la aceptación de las verdades divinas, las cuales, sin embargo, no consiguen aplicarlas, de pronto o de todo, a la propia vida. Vemos compañeros que ya consiguen librarse de los lazos asfixiantes de la codicia, en la zona del dinero, viviendo en laudable desprendimiento de las posesiones materiales. No obstante, muchos de ellos aún se unen a la sexualidad, incapaces de romper las amarras que los marcan en ese dominio.  

Otros, aquietados en perfecta serenidad, extinguieron, en la profundidad anímica, los últimos resquicios de las ardientes pasiones carnales, pero se apegan a míseros centavos, convirtiendo la vida en un culto lamentable y exclusivo al oro que el suelo reclamará. Muchos enseñan el bien, con vigor y belleza en las palabras, pero adoptan actitudes y actos que los desprestigian, no obstante las intenciones respetables que los animan, demostrando incapacidad en regir los propios pensamientos y desintegrando con el verbo impulsivo las buenas obras que ejecutan con las manos.    

No son raros los que practican el bien, pero simplemente para con aquellos a quien se inclinan por la simpatía, negándose a ayudar cuantos les no penetran en los círculos del agrado personal. Innúmeras personas se reconfortan con la enseñanza religiosa de santificación en su campo interior, pero lo reniegan en la esfera de acción objetiva. 

Manoel Philomeno de Miranda se refiere a eso en el cap. 24 de su libro “Paneles de la Obsesión”, obra psicografada por el médium Divaldo Franco. 

Según él, en el retorno del Espíritu a la existencia corporal, cuando alguien se candidata a una acción meritoria, nunca debe esperar de los otros los ejemplos de virtudes, ni las lecciones de elevación, pero examinar sus propias disposiciones para averiguar lo que tiene y lo que puede, en nombre de Jesús, ofrecer. La simple candidatura al bien no torna bueno el individuo, tanto cuanto la incursión en el compromiso de la fe no hace nadie, de inmediato, renovado. 

Merecen respeto, sin embargo, no solamente los triunfadores, cuanto aquellos que persisten y actúen sin descanso, mismo cuando no ocurran prontamente los resultados felices. 

En las experiencias de elevación, entre otros obstáculos que surgen, la rutina es test grave a ser superado. En cuanto hay novedades en el trabajo, hay motivaciones y entusiasmos para realizarlo. Después, a medida que se hacen repetitivas, las acciones tienden a cansar, disminuyendo el ardor del candidato a la laboriosidad y llevándolo a la saturación, a la renuncia.   

En esos momentos de cansancio, surgen las tentaciones del reposo exagerado, de la acomodación, del tiempo excesivo sin utilización correcta, abriéndose campo a la censura indebida, que medra en forma de maledicencia y esparce acidez y reproche, destruyendo las hileras donde la esperanza siembra el amor y la ternura. Muchas Obras del bien no resisten a ese periodo, cuando las intenciones superiores dan lugar al enfado y a la comodidad, que propician la invasión de las fuerzas destructivas y la penetración de los vigilantes adversarios de la luz. 

Solamente la humildad, que da la dimensión de la pequeñez y fragilidad humana, ante la grandiosidad de la vida, faculta una visión legitima que lleva el individuo a recurrir a la Divinidad por la oración ungida de amor, antídoto eficaz para los disturbios obsesivos. La oración liberta la cabeza viciada de sus clichés perniciosos y abre la mente para la captación de las energías inspiradoras, que fomentan el entusiasmo por el bien y la conquista de la paz a través del amor. Mientras tanto, a fin de que se revista de fuerza desalentadora, necesita del combustible de la fe, sin la cual no pasa de palabras destituidas de compromiso emocional entre aquel que las enuncia y el Señor a quien son dirigidas.   

Madre de innúmeras virtudes, la humildad es también esencial al esfuerzo que llevará el alma al perfeccionamiento moral a que somos destinados, aunque tengamos en mente que se trata de una larga jornada  a desdoblarse a lo largo de muchos y muchos siglos.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita