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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 322 – 28 de Julio de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 



Valorando lo que se tiene

 

 
Gabriel había sido invitado para ir a la casa de Renato, un compañero de la escuela, que vivía en una mansión en un barrio noble de la ciudad. Gabriel había quedado impresionado pensando: ¡Ah! ¡Como me gustaría vivir en una casa como esta!

Jugó bastante con Renato, que consideraba su mejor amigo. Conversaban bastante en la escuela, saltaban y jugaban en el mismo equipo de fútbol.

Al volver para casa, Gabriel contó a la madre, entusiasmado, lo que hicieron, como era la casa, las comidas y dulces deliciosos que hubo comido,

y terminó diciendo:  

— Fue todo muy bueno, mamá. Que pena que no puedo retribuir la invitación de Renato — completó con carita triste.

— ¿Y por qué, mi hijo? — extrañó la madre.

— Tú sabes madre. Esta casa es pobre, en un barrio distante. ¿Qué podemos ofrecer a él?

— Nuestra amistad, cariño y hospitalidad. ¿Necesita más? ¡Tú siempre elogias mi comida, Gabriel! Pues haré una comidita bien sabrosa para el almuerzo y un bizcocho de chocolate y palomitas para la merienda. ¿Qué tal?

El chico sonrió delante de esa propuesta tan buena. Después, preguntó serio:

— Mamá, ¿por qué tiene que ser así? ¿Algunos tan ricos y otros tan pobres? ¡Es injusto!

Elza, delante de la carita del hijo, lo abrazó al pecho con cariño y explicó:

— Mi hijo, no sea injustos con Dios, nuestro Padre, que nos ha dado una vida simple, pero muy buena. Existe una razón para todo; si somos pobres hoy es que con certeza, que en el pasado, en otra vida, no supimos aprovechar la dádiva de la riqueza. Es una prueba.  

— ¡Ah! ¿Cómo en la escuela? Eso yo hago siempre. Es cuando la gente hace prueba para saber si aprendió la lección. Entonces, la familia de Renato está siendo probada ahora?

— Sí. Como no es posible que todos tengan mucho dinero, Dios lo concentra en las manos de algunos para que sepan aprovechar la oportunidad y ayudar a los que nada poseen. Después, las posiciones se invierten. Así, la riqueza es la prueba de la caridad y de la abnegación, ¿entendiste?

— Más o menos. Qué es abnegación, mamá?

— Es sacrificarse en favor de otras personas, es dar de lo que se tiene para socorrer a los necesitados.

— ¡Ah! Entendí. Y nosotros que somos pobres, ¿cuál es nuestra prueba?

— Es la prueba de la paciencia y de la resignación.

— Paciencia yo sé lo que significa, porque tú siempre dices que debo tener con mi hermanita. ¿Y resignación?

— Resignación, hijo, es cuando tu te sometes a la voluntad de otra persona o a la voluntad de Dios; es aceptación delante de algo que tú no puedes cambiar.

El niño pensó un poco, e volvió:

— ¡¿Quiere decir que siempre vamos a ser pobres?!...

— No, Gabriel. Siempre podemos ejercer nuestra voluntad para cambiar lo que queremos. Por ejemplo: Somos pobres, porque tu padre no estudió y gana poco, teniendo que aceptar trabajos en consonancia con sus condiciones. Tú, sin embargo, vas a estudiar, tendrás oportunidad de hacer um curso superior y ganar um salário mejor.

— Entendí, mamá. Va a depender de mi esfuerzo y voluntad de estudiar. Volviendo a Renato, pensé mejor y resolví invitarlo para visitarnos mañana.  

La madre lo abrazó, contenta. En la mañana siguiente, Gabriel hizo la invitación y Renato aceptó. Así, después de las clases, Gabriel llegó a la casa con Renato y lo presentó para su madre.

— ¡Mucho placer, Doña Elza! Adoré la invitación y, más aún, por venir hasta aquí caminando. Me gusta andar, pero no puedo porque el chofer me va buscar con el coche a la escuela.

La madre intercambió una mirada con Gabriel cómo si dijera: ¿No le dijiste que a él le iba a gustar?
 

El almuerzo estaba bueno y todos comieron muy bien. Después, salieron para jugar en el patio. Viendo un bosque allí cerca, Renato quiso conocerlo y Gabriel lo llevó.

Andando en medio de una vereda, fueron hasta el bosque. Encantado con los árboles, con las flores y los pájaros, Renato caminaba respirando el aire puro. De repente, oyó el ruido de agua y Gabriel lo

llevó hasta un arroyo que corría sereno por entre las piedras.

Descalzos, entraron en el agua fría. ¡Que alegría para Renato que nunca había podido hacer eso! Tras mucho jugar en el agua y correr por el bosque, cansados, ellos volvieron para casa.
 

¡De la puerta ya dio para sentir el olor de bizcocho al horno y de palomitas! Alegres, los chicos fueron hasta la cocina donde la madre los esperaba con un vaso de café con leche, además de aquellas delicias que había hecho. Mientras comía, Renato iba contando a la dueña de la casa todo lo que había hecho aquella tarde, y completó:

— ¡Vi pececitos nadando en el riachuelo! ¡Tan rápidos y lindos! ¡Me encantó!

En la hora combinada, el coche llegó. Renato agradeció a la señora y al amigo:

— Muchas gracias. ¡Fue el mejor paseo que ya hice en toda mi vida! Me gustaría vivir en un lugar lindo así, lejos de la confusión de la ciudad, de las bocinas de los coches, de todo. Doña Elza, ¿yo puedo volver otra vez?

— ¡Claro que puedes, Renato! Tú serás siempre bienvenido a esta casa, que es simple y pobre, pero donde serás recibido con mucho cariño. ¡Tú eres un chico especial! Invita a  tus padres también. ¡Adoraría conocerlos!

Caminando hasta el coche, se despidieron con un abrazo. Al partir, Renato se despedía con la mano y sonreía feliz. Elza abrazó al hijo y miró para él, que entendió.

— Tú tenías razón, mamá. Renato adoró nuestra casa. Yo también comencé a verla con otros ojos. Aprendí a valorar todo lo bueno que tenemos aquí.          


                                                    MEIMEI

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 24/6/2013.)

       
               
 
                                                                                   



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