WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  167 – 18 de Julio del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El payazo

 

Alfredo era un chico muy inteligente y que vivía con libros en la mano, buscando siempre aprender cada vez más.

Él tenía un amigo de infancia, Mario, a quien despreciaba por no ser muy dado al estudio. De temperamento alegre y extrovertido, Mario vivía haciendo gracias y alegrando a la gente.

Por eso mismo, Alfredo reprendía al amigo, afirmando:
 

— ¡Tú necesitas estudiar más, Mario, y llevar la vida más en serio!

A lo que el otro replicaba:

— ¿Por qué? Yo estudio, pero me gusta también alegrar a las personas, de verlas felices. Y tú, ¿qué haces para los otros con tus conocimientos?

— ¿Yo? Nada. Para los otros, nada. ¡Me gusta aprender sólo para tener conocimientos!...

Y así proseguían, sin que uno consiguiese convencer a otro.

Cierta vez, algunos años después, Alfredo tuvo que ir a un hospital para visitar a su hermanita que estaba enferma, y se sorprendió.

Llegando al hospital, él vio a un hombre vestido de payazo que hacía juegos para alegrar a los niños y, caminando entre las camas, dirigía a cada uno de ellos palabras de ánimo y de esperanza.

— ¡Confíe en Dios! ¡Vas a ponerte bueno!

— No estes triste. Pronto vas a sanar. ¡Ten confianza!

— ¡Vamos a orar a Jesús que tus dolores van a pasar!

Alfredo quedó encantado con el trabajo de aquel hombre.

Cuando el payaso dejó la enfermería, después de jugar con los niños, el ambiente había cambiado por completo. Todos estaban alegres, con un nuevo brillo en la mirada y sonreían. Una ola de esperanza tomó  sus corazoncitos.

Alfredo fue detrás del payazo. Quería agradecerle por la sonrisa de satisfacción que hizo surgir en el rostro de su hermana y de todos los otros niños y acompañantes.

Lo encontró distribuyendo golosinas y juguetes en otra enfermería. Aproximándose, dijo al payaso:

— Deseo agradecerle por el trabajo y felicitarlo por la idea de alegrar a los niños de este hospital. ¡Notablemente es como, después de su paso, el ambiente se modifica para mejor!...

El payaso miró largamente a Alfredo, con un brillo diferente en los ojos y agradeció las palabras de ánimo, completando:

— ¿Pero tú no me reconoces? Soy Mario, ¡tu amigo!... Sabes, Alfredo, me gustaría mucho  ser inteligente como tú y aprender bastante. Sin embargo, como tengo dificultad, utilizo las posibilidades que poseo y lo que sé hacer para alegrar a las personas. Jesús nos enseñó que debemos repartir lo que tenemos con el prójimo. Entonces, yo reparto mi alegría!

Alfredo meditó por algunos instantes, avergonzado de sí mismo. Él, que sabía tanto, que tanto había leído y hubo aprendido, nunca había repartido nada con nadie. Y Mario, a quién él hubo despreciado por no tener mucho conocimiento, utilizaba lo que poseía a beneficio de los niños.     

Con los ojos húmedos, Alfredo puso la mano sobre el hombro de Mario y dijo, emocionado:

— Tú me diste una gran lección hoy, Mario. Quiero que me perdones el comportamiento pasado. Aprendí ahora que todo conocimiento que adquirí no tiene valor alguno si no servir para alguna cosa.  

Alfredo bajó la cabeza, con una sonrisa tímida, y añadió:

— Aún no sé como, pero, si tú lo permites, a mí me gustaría ayudarte en ese trabajo que realizas y que hace tan bien a la niños.

— Tú me haría muy feliz, ¡mi amigo! — dije Mario.  

Ellos se abrazaron como verdaderos amigos e, a partir de aquel día, comenzaron a trabajar juntos los fines de semana. Alfredo contaba historias y enseñaba pasajes del Evangelio.                          

Aquel que sabe mucho

Y no reparte lo que tiene

Es como el avariento

Que no agrada a nadie.  

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita