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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 4  166 – 11 de Julio del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Pepe, el patito perezoso

 

A la vera de um lago de águas claras vivian doñaa Pata e ses patitos.

De la última nidada habían nacido seis hijitos que doña Pata cuidaba con mucho amor.

Luego que ellos nacieron, la madrecita amorosa les traía el alimento, colocándolo en sus bocas hambrientas. Con el pasar de los días, sin embargo, los llevó para enseñar cómo conseguir el alimento.

Había uno de ellos que se quedaba siempre atrás: era Pepe. La madre graznaba, llamándolo:

— ¡Pepe, despierta! Vamos a salir. Vosotros necesitáis aprender cómo encontrar el alimento.

— ¿Ahora, mamá?... Déjame dormir un poco más.

Otro día, ella volvía a invitarlo:

— Pepe, tus hermanos y yo vamos para el lago. Hoy voy a enseñaros a nadar.

— ¿Hoy después? ¡Estoy tan cansado!...
 

Doña Pata, después de varios intentos, decidió darle una lección. De aquel día en adelante cada uno cuidaría de sí.

Ese mismo día, Pepe extrañó que no le trajeran comida.

— ¡Estoy con hambre! ¿Qué voy a comer? – protestó.

La madre lo miró tranquila, agitó las alas y respondió:

— Nada. Si quieres comer, tendrás que conseguir el alimento, como tus hermanos.

Pepe miró muy irritado y descontento. Pero, delante del hambre, salió en busca de alguna cosa.

Como estaba acostumbrado a recibirlo todo, sin esfuerzo, no tenía noción de dónde buscar y cómo hacer para conseguir alimento.

Sintió sed y decidió ir hasta el lago. Él se cayó en el agua y, como no había recibido las lecciones de la madre, casi se ahoga.

En eso, doña Pata y los patitos, sus hermanos, que nadaban tranquilamente en el lago, aprovechando la bella mañana de sol, oyeron un grito de socorro:

— ¡Quac, quac! ¡Socorro!...

Oyendo aquel graznido, doña Pata reconoció la voz del hijo y se apresuró a ir a ayudarlo.

Los otros patitos se divertían, riéndose de sus apuros.

Humillado y lleno de vergüenza, Pepe entendió que sólo él era culpable por todo lo que estaba sufriendo.

Al final, nunca le faltaron oportunidades de aprender, él era quien las rechazaba por desinterés y pereza.

Arrepentido, él fue a acompañar a la madre y a los hermanos en todo, participando de la vida de la familia y aprendiendo las preciosas lecciones maternales.

Ahora  sabía  conseguir  el  alimento y nunca más pasó

hambre. Y daba gusto verlo pasear en el lago con la familia, nadando feliz y animado, consciente, en fin, de que todo aprendizaje depende de nuestro esfuerzo propio.     

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita