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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 151 – 28 de Marzo del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El labrador descuidado

 

En cierta plantación de labranza extensa y bella, trabajaba un labrador. Los campos de trigo se extendían perdiéndose la vista.

Las lluvias, cayendo en la época apropiada, anunciaban una bella cosecha. Y el agricultor miraba los campos verdes con la satisfacción   muy   justa  de  quien  ve  sus

esfuerzos coronados de éxito.  

No obstante, confiado en el resultado de la cosecha, el dueño de las tierras pensó que no necesitaba estar más tiempo atendiendo a los cuidados con la plantación.

Soñando alto, pasó a levantarse tarde, descuidado, analizando la vida que llevaba y deseoso de un mayor bienestar, entró en ilusiones para gastar los recursos que le vendrían con la cosecha abundante, adquiriendo un coche nuevo, una televisión y una nevera.

De ese modo, con toda la comodidad, se quedaba en casa o salía a pasear con la familia exhibiendo el nuevo coche.
 

La mujer preocupada, le decía:

— ¿Hoy tú no vas a trabajar de nuevo, Juan? ¡Estás muy confiado y tienes abandonada la siembra!

— ¡Que no, mujer! Esta vez seremos ricos.  La  cosecha  será  grande y de

buena calidad. Y así, pasó el tiempo, entre sueños y esperanzas.

Creyendo que ya estaba cerca la época de la cosecha, el agricultor fue a verificar de cerca la plantación.

Se llevó un susto. Aproximándose, notó que la hierba invadía el terreno, amenazando sofocar el trigo.

Recorriendo la plantación, y tomando al azar algún grano, notó que algo muy serio estaba ocurriendo: la plaga invadió toda la plantación.

Desesperado, notó que sólo una pequeña parte de la cosecha se salvaría. Lo suficiente para pagar algunas cuentas; otras, él las debería.

Arrepentido, Juan lloró mucho, reconociendo que, por su propia culpa, perdería la oportunidad que Dios le concediera.

Bastaría que hubiese estado más dedicado y atento, y habría notado en su tiempo la plaga, destruyéndola. Con un poco de atención y trabajo, habría impedido que las hierbas dañinas invadiesen la plantación.

Llegando a su casa, triste y decepcionado, Juan contó a su esposa lo que ocurrió. Ella suspiró profundamente, mirándolo llena de compasión, y afirmó:

— Así, Juan, en la vida tenemos que saber valorar las oportunidades que el Señor nos concedió, ejecutando nuestra parte de la tarea. Las condiciones que Dios nos proporcionó fueron excelentes: humedad del suelo, con lluvia abundante en la época adecuada; luminosidad y calor del sol para crecer y madurar los granos, es tierra fértil. Sólo faltaron, así, los cuidados del labrador atento.

Viéndolo, sin embargo, entregado a un profundo desaliento, lo animó:

— No obstante, no te desanimes. Guarda la experiencia en el fondo del corazón y prepárate. Dios, que es un Padre amoroso y bueno, sabrá darte otras oportunidades. En la próxima siembra, ¿quién sabe si todo será diferente?

Más aliviado, Juan irguió la cabeza y una sonrisa tímida surgió en su rostro, mientras en sus ojos brillaba una nueva esperanza.

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita