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Año 3 148 – 7 de Marzo del 2010


 

Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
 

Al final, ¿quiénes somos?
 

La sociedad terrena se encuentra sumergida en una situación muy difícil.

A un sólo tiempo los órganos de comunicación nos muestran personas que mueren en la miseria en diversos países del planeta, multitudes víctimas por flagelos naturales incontables, niños sin acogida, jóvenes que parten de este mundo después de un aborto fracasado, políticos encontrados con el dinero de la corrupción, oculto hasta en los calcetines, y, por fin, la búsqueda de la legalización de la eutanasia en países como Holanda, como el lector pudo leer, la semana pasada, en la sección de Cartas de esta revista.

Si añadiéramos a eso las tribulaciones personales, veremos más: el drama de los que se encuentran desempleados, los jóvenes que buscan en las drogas o en el suicidio la solución para sus dilemas y la suspensión de pago moral de los tiempos modernos, que engendra el crimen, la violencia, la corrupción y la desesperación, incluso en un país como el nuestro, rico por naturaleza y donde el pueblo se llama garbosamente adepto del Cristianismo.

Al final, ¿quiénes somos?

Como Kardec dijo cierta vez, si la Humanidad fuera considerada solamente por el ángulo de la vida en el planeta Tierra, se podría concluir que la especie humana triste cosa es. Sería cómo si analizáramos la población de una gran ciudad teniéndose en cuenta solamente los enfermos de un hospital o los detenidos de una penitenciaria. Ahora, una ciudad no se limita a los que viven en los referidos lugares, sino es la reunión de todos los elementos que la componen: los enfermos, los criminales, las personas sanas, los pobres, los ricos, los viejos, los jóvenes y los niños.

De ese modo, así como en una penitenciaria no se encuentra toda la población de la ciudad, la Humanidad no se halla enteramente en la Tierra. Los Espíritus no pertenecen exclusivamente a nuestro orbe. Existen muchas moradas en la casa del Señor, conforme Jesús insistió en revelarnos, y todas ellas son necesarias para nuestro progreso.

En el mundo en que vivimos ocurre lo que muchos llaman como extraña paradoja. El avance científico extraordinario de los últimos cien años coincidió con la eclosión de dos guerras mundiales y con el estado de alerta permanente de los pueblos que temieron por mucho tiempo, con razón, el advenimiento de una tercera gran guerra, que ciertamente sería la última.

La contradicción apuntada por algunos es, sin embargo, falsa, porque el planeta siempre estuvo envuelto en guerras. Estas han marcado la historia de los pueblos. Como el progreso científico verificado en el globo no fue acompañado de un equivalente progreso moral, se tiene la impresión de que se verifica en la Tierra un proceso de involución o retroceso, cuando lo que ocurre es, efectivamente, una revolución, derivada de los siglos de tortura, persecuciones, explotación y muerte, cuya finalidad es limpiar el terreno para las futuras generaciones comprometidas con la paz y la justicia social.

En ese sentido, debemos tener siempre en mente estas palabras de Jesús: “Bien-aventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:5).

Nunca será demasiado repetir que la muerte y la reencarnación establecen un sistema de cambios entre el plano material y el plano espiritual.

La muerte se lleva de aquí, todos los días, las generaciones implicadas con el vieja orden. La reencarnación trae de nuevo a la escena a los seres que, habiendo por aquí pasado incontables veces, vuelven con nuevas ideas y ánimo redoblado en el sentido de establecer el reino de Dios en la Tierra.

Es necesario, con todo, que las ideas materialistas, fortalecidas por el materialismo de los que se llaman cristianos, no concursen para el efecto contrario, que sería la destrucción en vez de la preservación de esta morada acogedora que da el alimento y el amparo a todos los que la buscan con espíritu de tolerancia, trabajo y solidaridad.

El estado de hambre y penuria en que viven muchos pueblos es un fenómeno antes moral que económico, ya que nadie ignora que los recursos aplicados en el arte de la guerra son más que suficientes para erradicar la miseria e implantar las escuelas de que el mundo carece.

No debemos llegar, obviamente, al punto de solamente ver las cosas del cielo. En todo, el término medio es sinónimo de bueno sentido. Pero no dejemos que la visión estrecha de la vida, ese materialismo desenfrenado que nos consume, aniquile las posibilidades inmensas que se encuentran a nuestra disposición para nuestro crecimiento en el rumbo del infinito, el cual nos aguarda a todos, queramos o no, sea cuál sea la concepción que hayamos de la vida.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita