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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 147 – 28 de Febrero del 2010

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

El pastel de chocolate

 

Luisito, un niño amoroso e inteligente, estaba siempre feliz.

Jugaba todos los días con Carmina, su vecina. Ambos tenían seis años, les gustaba estar juntos, pero no siempre se entendían, pues pensaban de manera diferente.

En cuanto Luisito vivía alegre y en paz, Carmina se mostraba exigente, egoísta y malhumorada.

Cuando Carmina quería jugar a las casitas, Luisito estaba de acuerdo rápido, satisfecho. Pero cuando Luisito sugería un juego o jugar con la pelota,  Carmina  no  lo   aceptaba,   sintiéndose

enfadada. Siendo tranquilo y sensato, Luisito acababa estando de acuerdo con la amiga.

Cierto día, ellos estaban jugando en la casa de Carmina, cuando la madre de ella llamó:

— ¡Niños, entrad y lavaros las manos para tomar la merienda!

Obediente, inmediatamente Luisito paró lo que estaba haciendo y fue a atender la orden. Carmina, irritada, se levanto de mala gana:

— ¿Justo ahora que estamos jugando, mamá? ¡No quiero lavarme las manos y no quiero comer!

El niño cogió la mano de la amiguita y la llevó para la cocina. Delante de la mesa puesta, donde un lindo y apetitoso pastel los esperaba, Luisito dijo:

— Ves, Carmina, que merienda más buena preparó tu madre para nosotros. Vamos al aseo a lavarnos las manos.

Carmina fue casi a rastras. Después, ellos se sentaron alrededor de la pequeña mesa, mientras doña Diva servía la leche con café y cortaba el pastel, dando un trozo a los niños.

Luisito tomó la leche y comió el trozo de pastel con satisfacción, mientras Carmina se quejaba:

— Me gusta más aquel otro pastel, mamá. Aquel todo de chocolate cubierto por encima.

— ¡Carmina, el pastel que tú madre hizo está delicioso! ¿Doña Divina, puede darme un trozo más? – dijo el niño.
 

Con una sonrisa, la señora cortó el trozo de pastel y, cuando lo servía, dijo:

— Luisito, yo noto que tú eres muy diferente de mi hija. Estás siempre alegre, satisfecho, nunca te vi protestar por nada. ¿Por qué?

El niño pensó un poco e inclinando la cabecita, respondió:

— Es porque aprendí con mí madre que debemos siempre ser agradecidos a Dios por todo lo que él nos da.

Siempre en contra, Carmina replicó:

— ¡¿Ah, si?! ¿Y qué es lo que Dios nos ha dado?

— ¡Todo! – respondió el chico, con serenidad

— ¿Todo?...

Y, delante de Carmina, con la boca abierta, él explicó:

— Sí. ¿Quién fue que nos dio la vida? ¿Y nuestro cuerpecito que nos lleva donde deseamos? ¿Y nuestra familia? ¿El amor del papá y de la mamá? Y este día tan bonito, y este pastel tan bueno, y…

— ¡Pero yo siempre tuve todo eso! – respondió la otra.

— Siempre tuviste porque el Padre del Cielo te lo dio. Imagina tu vida sin todas esas cosas, Carmina.

Doña Diva estaba encantada. Notó que había mimado mucho a su hija, lo que la había impedido valorar las cosas buenas que recibía, considerándolas derecho suyo.

— Luisito tiene razón, hija mía. ¿Tú pensaste en los niños que nacen ciegos? ¿O que no pueden andar?

Carmina quedó pensativa. El niño estuvo de acuerdo con la señora

— Tú madre tiene razón, Carmina. ¿Te acuerdas de aquella vez que estuve en cama por algunos días y no pude jugar contigo ni ir a la escuela?

— Me acuerdo.

— Era porque yo estaba con hepatitis, una dolencia grave. Tenía ganas de levantarme de la cama, de jugar, de ir a la escuela, y no podía. Estuve rebelde, nervioso. Mamá, entonces, me explicó que después yo iba a mejorar, si hacía el tratamiento bien. Cuanto más colaborase yo, más deprisa estaría bueno yo. Que mis protestas, mi mal humor y mis lágrimas no iban a ayudar en nada; al contrario, sólo iban a empeorar mi estado.

Carmina estaba sorprendida. Luisito paró de hablar, después concluyó:

— Mamá me hizo ver todo lo bueno que Dios me había dado y que yo no apreciaba. Desde ese día en adelante empecé a valorar más la salud, nuestro cuerpo, la familia y un montón de otras cosas de las cuales no nos damos cuenta.

Carmina entendió que su amiguito tenía razón. Con una sonrisa en el rostro, miró para la madre y dijo:

— Mamá, he sido una hija muy tonta, ¿no? Voy a cambiar. Quiero ser como mi amigo Luisito. Tu pastel está delicioso. ¿Me puedes dar un trozo más? 

                                                                  
 
                                                                   Tía Célia 


 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita