WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual
Capa desta edição
Edições Anteriores
Adicionar
aos Favoritos
Defina como sua Página Inicial
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Divaldo Franco
Site oficial
Raul Teixeira
Site oficial
Conselho
Espírita
Internacional
Federação
Espírita
Brasileira
Federação
Espírita
do Paraná
Associação de
Magistrados
Espíritas
Associação
Médico-Espírita
do Brasil
Associação de
Psicólogos
Espíritas
Cruzada dos
Militares
Espíritas
Outros
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco
 
 
Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 3 115 – 12 de Julio del 2009

 
                                                            
Traducción
ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

 

Dar de sí mismo
 

Laurita, aunque contase apenas ocho años de edad, tenía un corazón generoso y muy deseoso de ayudar a las otras personas.

Cierto día, en el aula de Evangelización Infantil que frecuentaba, hubo oído a la profesora, explicando el mensaje de Jesús, hablaba de la importancia de hacer caridad, y Laurita se puso a pensar en qué ella, aún tan pequeña, podría hacer de bueno para alguien.

Pensó... pensó... y decidió:

- ¡Ya sé! Voy a dar dinero a algún necesitado.
 

Satisfecha con su decisión, buscó entre las cosas de su madre y encontró una bonita moneda.

Viendo a Laurita con dinero en la mano y encaminándose para la puerta de la calle, la madre quiso saber adónde iba ella. Contenta por estar intentando hacer una buena acción, la niña respondió:

- ¡Voy a dar este dinero a un mendigo!

La madre, con todo, consideró:

– ¡Hija mía, esta moneda es mía y tú no puedes darla a nadie porque no te pertenece!

Sin gracia, la niña devolvió la moneda a la madre y fue para la sala, pensando...

- Bien, si no puedo dar dinero, ¿qué podré dar?

Meditando, miró distraída para el estante de los libros y una idea surgió:

- ¡Ya sé! La profesora siempre dice que el libro es un tesoro y que trae muchos beneficios para quien lo lee.

Eufórica por haberlo decidido, cogió en el estante un libro que le pareció interesante, y ya iba saliendo de la sala cuando el padre, que leía el periódico acomodado en la butaca preferida, la interrogó:

- ¿Qué vas a hacer con ese libro, hija mía?

Laurita infló el pecho e informó:

- ¡Voy a darlo a alguien!

Con serenidad, el padre cogió el libro de la hija, afirmando:

- Este libro no es tuyo, Laurita. Es mío, y tú no puedes darlo a nadie.

Tremendamente decepcionada, Laurita decidió dar una vuelta, estaba triste, sus intentos para hacer la caridad no habían tenido buen éxito y, caminando por la calle, contenía las lágrimas que se obstinaban en caer.

- ¡No es justo! – replicaba. - ¡Quiero hacer el bien y mis padres no me dejan!

En eso, ella vio una compañera de la escuela sentada en un banco de la placita. La niña parecía tan triste y desanimada que Laurita olvidó el problema que tanto la afligía.

Aproximándose, pregunto amable:

- ¿Qué es lo tienes, Raquel?

La otra, levantando la cabeza y viendo a Laurita a su lado, se desahogó:

– Estoy molesta, Laurita, porque mis notas son malas. No consigo aprender a hacer cuentas de dividir, no sé las tablas y he ido muy mal en las pruebas de matemática. De ese modo, voy a acabar perdiendo el año. Ya no bastan las dificultades que tenemos en casa, ahora mis padres van a quedarse preocupados conmigo también.

Laurita respiró, aliviada: 

– Ah! Bueno, si fuera por eso, no necesitas quedarte triste. En cuanto a los otros problemas, no sé. Pero, en relación a las matemáticas, felizmente, no tengo dificultades y puedo ayudarte. Vamos hasta tu casa e intentaré enseñarte lo que sé.

Más animada, Raquel condujo a Laurita hasta su casa, situada en un barrio distante y pobre. Quedaron toda la tarde estudiando.

Cuando terminaron satisfecha, Raquel no sabía como agradecérselo a la amiga.
 

– Laurita, yo aprendí muy bien lo que tú me enseñaste. No imaginas como fue bueno haberte encontrado en aquella hora y el bien que tú me hiciste hoy. Confieso que no tenía gran simpatía por ti. Te encontraba orgullosa, reservada, y veo que no es nada de eso. Eres muy buena y una gran amiga. Vale.

Sintiendo gran sensación de bienestar, Laurita comprendió la alegría de hacer el bien. Cuando menos esperaba, sin dar nada material, percibía que realmente había ayudado alguien.

Se despidieron, prometiéndose mutuamente continuar estudiando juntas.

Volviendo para la casa, Laurita contó a la madre lo que hizo, comentando:

– La casa de Raquel es muy pobre, mamá; creo que están necesitando de ayuda. Me gustaría poder hacer alguna cosa por ella. ¿Puedo darle algunas ropas que no me sirven más? – preguntó, algo temerosa, acordándose de las “broncas” que hubo tenido algunas horas antes.

La señora abrazó a la hija, satisfecha:

– Estoy muy orgullosa de ti, Laurita. Actuaste verdaderamente como cristiana, enseñando lo que sabías. En cuanto a la ropa, son “tuyas” y podrás hacer con ellas lo que creas mejor.

Laurita abrió los ojos, sonriendo feliz y, al final, comprendiendo el sentido de la caridad.

– Es verdad, mamá. ¡Son mías! Mañana aún la llevaré para Raquel. Y también algunos zapatos, un par de tenis y unos libros de historias que ya leí.

                                                                   Tía Célia 

 
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita