Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
Historia de un pan


Érase una vez un rey muy violento y malo. Su nombre era Barsabás.

Cuando su cuerpo murió, se quedó solo con su cuerpo espiritual, que su familia y las personas del reino no veían.

Él intentó mandar, dar órdenes, hacer todo lo que hacía antes, pero ya no podía.

Su esposa quiso vivir en otro lugar, lejos del palacio donde ellos habían vivido. También quiso deshacerse de los objetos caros que ellos tenían, y le traían muchos recuerdos, y comprar otros.

Barsabás vio, entonces, sus muebles y lámparas de araña, cuadros y alfombras, perfumes y joyas, reliquias y adornos preciosos siendo vendidos en una subasta.

Mientras tanto, sus hijos peleaban, disputando la mejor parte de la herencia. Ninguno se acordaba más de él. Mucho menos con cariño. Cuando se acordaban, era para reclamar por alguna maldad que él había hecho.

Eso lo dejó triste y Barsabás decidió buscar a otras personas, amigos más lejanos, pero pronto se dio cuenta de que ellos tampoco guardaban buenos recuerdos de él. Él, siempre con tanto poder y orgullo, no acostumbraba tratar bien a las personas.

Barsabás se quedó aún más triste y se entregó a las lágrimas, llorando. Se sentía mal y todo a su alrededor parecía oscuro. No podía ver bien, ni siquiera pensar con claridad. Todo parecía sombrío y confuso.

Se quedó así por mucho tiempo, andando perdido.

De vez en cuando escuchaba voces, pero eran violentas y él se escondía.

Un día, cansado, solo y con miedo, comenzó a llorar. Necesitaba ayuda. Con humildad, pidió que alguien lo ayudara, y así, sin siquiera saberlo, hizo una oración.

Con eso, Barsabás logró vislumbrar mejor y vio, delante de él, un lugar lleno de luces. En la entrada había un hombre con expresión bondadosa que le sonreía.

Barsabás, conmovido, se acercó y el buen amigo le explicó:

- Esta es la Casa de las Oraciones. Cada luz que tú ves es una oración de gratitud que alguien hizo allá en la Tierra y que subió en forma de luz hasta aquí.

Barsabas comprendió, pero respondió desanimado:

- ¡Qué pena! Nunca hice el bien. Nadie rezaría por mí.

- En verdad – le dijo el espíritu bienhechor – tenemos aquí una oración que han hecho para agradecerte.

Y continuando, explicó:

- Hace treinta y dos años atrás, tú le dije un pan a un niño, que lo agradeció en forma de oración, pidiendo a Dios por ti.

Llorando de alegría y consultando viejos recuerdos, Barsabás preguntó:

- ¿Jonakim, el rechazado? ¿Fue él?

- Sí, él mismo – confirmó el instructor. – Sigue la claridad de esa oración, por un pan que tú diste y saldrás de una vez de esa oscuridad y sufrimiento en el que estabas.

Y Barsabás acompañó ese hilo de luz, que venía de lejos, en la Tierra. Cuando se dio cuenta, estaba en una carpintería. Allí trabajaba un hombre manejando las herramientas. Era Jonakim, con cuarenta años de edad.

Barsabás, aun sin poder ser visto, abrazó a Jonakim, como quien vuelve a casa y encuentra a un amigo.

El tiempo pasó. Después de un año, Jonakim, el carpintero, cargaba, sonriente, en sus brazos, a un hijito más.

Con la caridad que Jesús nos enseñó, en forma de un pan, dado a un niño que pasaba hambre, Barsabás conquistó, por la Providencia Divina, la oportunidad de renacer para redimirse.(1) 

(1) Una adaptación del texto del Hermano X, psicografiado por Chico Xavier.


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com



 


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