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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 11 - N° 512 - 16 de Abril de 2017

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 


Lindo ejemplo de un caballito fiel
 

En un lugar muy agradable vivía un potrillo. Allí tenía todo lo que necesitaba: corría por los campos, donde tenía comida a su gusto y, cuando tenía sed, bebía agua de un arroyo cristalino. En la noche, se recogía en el establo y dormía tranquilo.

Cierto día murió el viejo caballo que tiraba de la carreta para llevar al dueño a la ciudad cuando necesitaba

transportar productos que recogía de la huerta, y el patrón decidió colocarlo en ese servicio. 


Mandó al empleado a buscarlo en el campo y atarlo a la carreta, y después dijo:

- Caballito mío, ya has crecido mucho y vas a comenzar a trabajar.

A pesar de ser un animal de raza, como era dócil, aceptó sin reclamar. Después de todo, nunca había salido del lugar y ahora iba a conocer otras personas, otros lugares, ¡tal vez más bonitos!

Pero luego se dio cuenta de que no era así.

Su vida cambió bastante. Ahora ya no podía correr por los campos, libre, bajo el sol que brillaba en lo alto del cielo. Se levantaba de madrugada, comía de un balde y bebía agua en una vasija sucia. El empleado le colocaba los arneses, atándolo a las barras de la carreta. Después de que todo estuviera listo, el dueño subía y, con modales rudos, gritaba órdenes golpeándolo con un látigo en su lomo, para que comenzara a caminar.

- ¡Ea!... ¡Vamos para allá, perezoso! ¡Andando!...

Cuando él tiraba de las riendas, los arneses le herían la boca, y las correas lastimaban su cuerpo. Sin embargo, el caballito no reaccionaba, poniéndose a caminar más rápido.  

Ahora sentía el peso de la carreta cargada. Después, al regresar, estaba bajo el peso de una carga aún pesada, transportado las compras hechas por el dueño.

Con el paso del tiempo, comenzó a ponerse triste. Sentía mucho dolor, pues su cuerpo ahora estaba siempre cubierto de heridas. Pero, a pesar de todo, del trato que recibía, él le tenía cariño a su jefe.  

Un día, fueron a la ciudad y el señor demoró mucho en regresar. Pacientemente el caballito esperaba a su amo en una calle, sin comida y sin agua.

Ya era muy tarde y el hombre no regresaba. De repente, el caballito vio a su dueño que se arrastraba por la calle, aparentemente en muy mal estado. Después, se cayó y no se levantó más.

El caballito comenzó a luchar para soltar los arneses que lo mantenían preso a un pequeño poste de madera. Hasta que, después de mucho esfuerzo, lo logró.

Corrió hasta estar cerca del amo, pero, por más que lamiera su rostro, que lo empujara con su hocico, él no se movía.

El caballito decidió llevarlo a casa. El sitio no quedaba lejos y, con buena voluntad, lo conseguiría. Entonces, lo sujetó con los dientes fuertes, jalándolo por la ropa. El esfuerzo era grande, pero el valiente caballito no desistió. Cuando estaba muy cansado, se detenía; después seguía; se detenía de nuevo y seguía…

Venciendo poco a poco la distancia, después de horas llegaron al lugar. Asustada, la mujer del dueño llegó corriendo queriendo saber lo que había pasado.

Al ver a su marido desmayado y el caballito preso a la carreta, con las piernas temblorosas de cansancio, entendió todo.

- Has estado bebiendo de nuevo, ¿no? ¿Cuándo vas a aprender que el licor solo hace mal? ¡Mira cómo estás!...

Acercándose al valiente animal, le dio una caricia y dijo:

- ¡Gracias, caballito! Demostraste que eres muy inteligente, valiente y fiel.

Después, ella le quitó los arneses, dejándolo libre.

Llamó al empleado y juntos llevaron al hombre a casa. Al llegar al cobertizo, el caballito cayó de tanto cansancio. El empleado le trajo comida y agua en grandes cantidades.

 

Cuando el amo se recuperó de la borrachera, fue hasta el cobertizo y, al ver a su caballito, que había sido un bello animal y ahora estaba todo lastimado, con el pelo sucio y sin brillo, se llenó de compasión.

- Caballito mío, fui muy injusto contigo, poniéndote a tirar de la carreta. Y tú me ayudaste, preocupándote por mí y trayén-
do te con mucha dificultad a ca-

sa. ¡Perdóname! A pesar de mis maltratos, probaste que me tienes cariño y te estaré eternamente agradecido por eso.


El amo abrazó al caballo, que lo escuchaba con la cabeza gacha, y concluyó:

- A partir de hoy eres libre. Y te prometo que no pondré a ningún otro animal a tirar de la carreta. Voy a comprar una camioneta para hacer ese trabajo.

El caballito, con los ojos húmedos, se acercó al amo y le lamió las manos, mostrando su agradecimiento.

                                                        MEIMEI
 

(Recibida por Célia X. de Camargo, Rolândia – PR, em 8/7/2011.)


  


 



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