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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 487 - 16 de Octubre de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

La medicina

 

De todos los chicos del vecindario, Juqinha era el más travieso. Lleno de energía, él siempre estaba inventando algo que hacer.

Cuando no estaba en el tejado de su casa corriendo el riesgo de caerse, estaba sobre el muro del vecino. Otras veces, a escondidas, recogía frutos del huerto del señor José. Le gustaba, también, maltratar a los animales; se subía en los árboles y arrancaba los nidos de las pobres aves indefensas, por el simple placer de destruirlos.

Los chicos de la calle le temían. Muchos no jugaban con él para evitar problemas.

La mamá de Juquinha le daba siempre buenos consejos, pero él se reía y la dejaba, sin prestar atención a sus súplicas.

Doña Juana intentaba hacer que Juquinha se interesara en cambiar su comportamiento, explicándole que no debía actuar de esa manera, perjudicando a otras personas.

El día del Evangelio en el Hogar, doña Juana trataba atraerlo a la sencilla reunión, consciente de que las oraciones y las lecturas edificantes podrían ayudar poderosamente en el cambio de actitud de su hijo. ¡Pero nada!

Juquinha hablaba de obligaciones urgentes y huía de la convivencia cariñosa de la familia.

Triste, doña Juana elevaba el pensamiento en oración y, con el corazón lleno de amor, suplicaba la ayuda de Jesús. No deseaba que su hijo siguiera en el mal y temía, con justa razón, que con el pasar del tiempo él se volviera aún peor.

Sabía que si no lograba inculcar en él ideas más sanas de amor, respeto, trabajo, dedicación, compasión, etc. mientras todavía era niño, después sería mucho más difícil.

Y, atendiendo a las súplicas de su generoso corazón, la respuesta de lo Alto no se hizo esperar.

Un día, cuando huía del propietario de una chacra donde había ido a robar fruta, se cayó del muro rompiéndose un hueso de la pierna.

En consecuencia, Juquinha, que nunca estaba en casa y siempre inventaba alguna treta, fue obligado a quedarse preso a una silla, sin poder caminar por cuarenta días seguidos, escuchando las oraciones, participando en las lecciones del Evangelio en el Hogar, escuchando los consejos que su mamá le daba con inmenso cariño.

Y cuando Juquinha se quejaba de la inactividad forzada, doña Juana le respondía con una sonrisa:

- Ten paciencia, hijo mío. Este fue el remedio que Dios encontró para que tú pudieras cambiar tus actitudes, dándole un nuevo rumbo a tu vida.

Y, con una sonrisa aliviada, agregaba satisfecha:

- ¡Pudo ser peor!...

                                                        TIA CÉLIA
 



                                                   
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita