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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 483 - 18 de Septiembre de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El oso perezoso

 

La preocupación de la mamá de Cayo era poder educar a su hijo, volviéndolo alguien de buenos sentimientos, que le gustara estudiar y trabajar. Si lograba esos objetivos, sería muy bueno.

Sin embargo, Cayo era un chico al que le gustaba la buena vida, sin responsabilidades ni deberes. Perezoso, evitaba todo tipo de esfuerzo físico y mental. Le parecía un fastidio ser obligado a ir a la escuela y le gustaba mucho menos hacer cualquier servicio que su mamá le pidiera. Y ella bromeaba diciendo:

- ¡Pareces un oso perezoso!

Pero a Cayo no le importaba ser llamado así. Lo que realmente le gustaba era divertirse con sus amiguitos.

Un día, estaba jugando y su mamá lo llamó para que tomara un baño. Él fue al baño refunfuñando:

- ¡Ah, mamá! ¡Yo quiero jugar! ¿Por qué me obligas a tomar un baño?

La mamita respondió con paciencia:

- ¡Porque es necesario, hijo mío! ¿Alguna vez pensaste cómo sería si no tomaras un baño todos los días? En poco tiempo, estarías sucio, maloliente y nadie querría acercarse a ti.

- ¡Ah! ¿Y si, aun así, no quisiera bañarme? - respondió el niño rebelde.

- Estarías expuesto a enfermedades, por los microorganismos, las bacterias, que habitan en la suciedad. ¿Quieres correr el riesgo?

El niño bajó la cabeza, fastidiado, revolviendo el agua con las manos.

Después de observarlo por unos instantes, viendo que no estaba convencido, la mamá le dijo:

- ¡Cayo, mírate! ¿Alguna vez pensaste en lo maravilloso que es tu cuerpo?

- ¡¿Mi cuerpo?! - El chico levantó la cabeza, interesado.

- Sí, hijo mío. ¡Dios te dio un cuerpo perfecto! Todo funciona bien. Tú ves bien, oyes bien... Haz un esfuerzo: piensa en todo lo que recibiste de Dios.

El niño pensó por un momento y se acordó:

- Mis piernas son fuertes y me llevan a donde quiero ir. Mis brazos también son perfectos y tengo bastante fuerza, ¿no?

- Así es, hijo mío.

Disfrutando del juego, Cayo continuó pensando y descubriendo:

- Soy inteligente y aprendo con facilidad, cuando quiero. Escucho muy bien. Hablo bien, no como Heloísa, mi compañera, que tiene problemas para hablar.

- Sí, Cayo. El Padre en el Cielo te dio esas y muchas otras cosas buenas que podrás identificar. Pero, ¿alguna vez pensaste en la responsabilidad que tienes por todo lo que recibiste?

El niño abrió los ojos asombrado.

- ¿Responsabilidad?

- Sí, hijo mío. Es cuando tenemos que responder por los daños que causamos a algo o a alguien. Cuando te dan un regalo, ¿no te sientes responsable de cuidarlo? - dijo la madre.

-  Es verdad. Yo cuido bien de mis juguetes y no dejo que ninguno se rompa o se estropee.

- Así es, hijo mío. Y el juguete, si se rompe, podrá ser reparado y, si no hubiera solución, se conseguirá otro. Pero no sucede lo mismo con el cuerpo, que fue te dado por Dios como regalo para que pudieras usarlo para toda la vida. Entonces, ¿cómo crees que deberías tratar tu cuerpo?

- No había pensado en eso, mamá. Debo cuidarlo, lavarlo, limpiarlo muy bien para que no se eche a perder ni deje de funcionar, como una máquina rota.

- Exactamente, Cayo. Conservando tu cuerpo, siempre estará bien y tú podrás usarlo por mucho tiempo.

El niño pensó un poco y volvió a preguntar:

- ¡Vaya! ¡Pero no sé cómo hacer para lavarlo por dentro!

A la madre le pareció graciosa la idea del pequeño y aclaró:

- No te preocupes, Cayo. Dios hizo todo tan bien hecho que, en el interior de nuestro cuerpo, la limpieza es automática. Los mismos órganos se encargan de limpiar y eliminar lo que no necesitamos.

- ¡Ya sé! Esto es lo que sucede con las heces y la orina.

- Exactamente. Pero no sólo eso, hijo mío. Si nuestro cuerpo material, que es pasajero, necesita nuestra dedicación y cuidados, ¿que no necesitará el Espíritu, que es eterno?

- ¿Tengo que lavar el Espíritu también? – preguntó el niño asombrado.

- Claro que no, hijo mío. Pero, si deseamos ser mejores, seguir las enseñanzas de Jesús, tenemos que limpiar el alma. ¿Cómo haremos esto?

- Es difícil, mamá.

- No, no lo es. Basta con tener buena voluntad y perseverancia. Tenemos que limpiar nuestros pensamientos, eliminando las cosas negativas. Corregir los sentimientos, poniendo la bondad en nuestras actitudes. Renovar nuestros ideales y aspiraciones, deseando lo mejor, elevando los pensamientos para tener el apoyo de lo Alto. También debemos estar dispuestos a trabajar, aprender y crecer. Nunca quedarse parados, sin acción. ¿Sabes por qué?

- No.

- Porque existen microbios y bacterias también en el mundo espiritual, que atacan a las personas que no se preocupan por la limpieza interna.

El niño se calló, reflexionando sobre todo lo que había oído. Después concluyó, sonriendo:

- Tienes razón, mamá. No quiero ser un oso perezoso.

TIA CÉLIA


                                                   
 



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