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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 482 - 11 de Septiembre de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

La prueba

 

Un señor rico, dueño de una gran hacienda, necesitaba viajar. Pero para hacerlo, tenía que dejar a alguien de confianza a cargo de su propiedad. Entonces, pensaba él: ¿Cuál de mis empleados tiene condiciones para cuidar bien de mi hacienda?

Dudoso, analizó cuál de todos sería el mejor para la tarea y escogió a los dos que consideró mejores para el cargo. Así, el señor los llamó y les explicó que necesitaba viajar. Después les hizo una pregunta:  

- ¡Tomé y Jaime! ¿Serían capaces de cuidar bien de mi hacienda?

Ambos respondieron afirmativamente. Entonces, el patrón hizo otra pregunta:

- Si por casualidad alguien entrara en la hacienda y robara los frutos, ¿qué harían?

El primero en responder fue Tomé, que era muy severo:
 

- Patrón, si alguien quisiera robar frutos del huerto, yo buscaría tener pruebas del robo. Después, le daría una paliza para que aprenda que no debe tocar lo que no es suyo. Lo arrastraría hasta la puerta y lo echaría a la calle.

Jaime, escuchando a su colega, sentía mucho la actitud de Tomé respecto al infeliz que entrara en la hacienda y robara algunas frutas, respondiendo en seguida:

- ¡Señor! Reconozco que Tomé tiene razón al considerar que el invasor no debería tocar nada del huerto. Sin embargo, como soy un hombre pobre, tengo hijos y sé cuan doloroso es para un padre ver a su hijo pedir comida y

no tener nada para darle, yo actuaría diferente.

- ¿Y cómo actuarías, Jaime? – preguntó el patrón, curioso, deseando saber lo que él haría.
 

- Señor, le preguntaría la razón por la cual invadió la hacienda. Según su respuesta, le diría que no puede entrar en propiedad ajena, pero si fuera por falta de comida para su familia, yo le permitiría que se llevara algunas frutas. Después, pediría en la cocina panes fríos, pues sé que siempre sobra, para que los lleve a su casa.
 

Con el corazón más tranquilo, el señor volvió a preguntar:

- ¿Qué harían si uno de los empleados se enfermara durante mi ausencia?

Tomé respiró hondo, enojado, y respondió:

- Pues yo, señor, no dejaría que un empleado faltara al trabajo. Ellos son perezosos y, si se les permite, se pierde la autoridad. Por eso, sería duro con quien quisiera quedarse en casa en vez de trabajar. Yo tomaría un látigo y daría unos buenos latigazos al enfermo, de modo que se curara pronto. ¡Puede estar seguro, señor!

- Y tú, Jaime, ¿qué harías?

Jaime giró su viejo sombrero en las manos, con la cabeza agachada. Después, irguiendo la frente, respiró profundo, miró a su señor y respondió:

- Señor, yo actuaría diferente. Si alguien dijera que está enfermo, sería necesario verificar lo que está pasando, pues si fuera verdad y si estuviera realmente mal, exigirle que trabaje puede causar la pérdida de un empleado. ¡Sobretodo porque, si realmente estuviera enfermo, no podrá hacer nada en el campo, y hasta podría morir!...

El patrón escuchó las respuestas de Jaime y de Tomé, sus empleados más capaces, las analizó y después respondió:

- ¿Y si alguien de la calle les pidiera un vaso con agua para saciar su sed, y que lo dejase descansar un poco a la sombra de los árboles, por haber caminado tanto? ¿Qué harían?

Lleno de determinación, Tomé respondió como si estuviera enojado:

- Pues yo le daría un puntapié en el trasero, expulsándolo de la puerta. ¡Porque no hay lugar para vagabundos aquí, en esta hacienda, mi señor, donde todos trabajan!

En seguida fue el turno de Jaime para responder:

- ¡Señor! ¡Yo ya caminé mucho por estas calles antes de ser recibido aquí en esta hacienda, donde usted tuvo piedad de mí y de mi familia, me dio empleo, casa y comida, además de un salario, por lo cual quedé muy agradecido con usted! Entonces, ¿cómo actuaría expulsando a un infeliz que tiene sed y solo quiere descansar un poco? Si yo lo recibiese, le daría también un plato de comida, además de descanso. Después, vería si usted no necesitaría de un empleado más para la cosecha. ¡Siempre necesitamos!...

Satisfecho, el dueño de la haciendo sonrió y después respondió, dando su decisión:

- ¡Jaime y Tomé! Les hice estas preguntas porque deseaba saber cómo actuarían ante estas situaciones. Necesito viajar con mi esposa y quería dejar a alguien de toda confianza para que cuide de la hacienda.

Tomé levantó la cabeza, hinchó el pecho y dio una sonrisa de satisfacción, mirando hacia Jaime, quien mantenía el sombrero en la mano y la cabeza agachada.

El patrón miró a cada uno de ellos, después concluyó:

- Ambos son buenos empleados. Sin embargo, para ser el capataz de la hacienda escojo a Jaime, quien mostró más generosidad, preocupación con las personas y disposición para ayudar.

Ante la reacción de Tomé, que se puso rojo de rabia, el patrón prosiguió:
 

- Voy a contarles una historia. Hace mucho tiempo, yo caminaba por las calles con mi familia sin tener dónde recostar la cabeza. Fue en esta hacienda, cuyo patrón me acogió con gentileza, que pude tener un empleo. Como él no tenía hijos y su esposa ya había fallecido, al verse enfermo, él me escogió como heredero de esta hacienda. Aprendí mucho con él y siempre actué de acuerdo con lo que me enseñó con sus acciones. De este modo quiero, como mi capataz, a alguien que sea generoso y preocupado por las necesidades del prójimo.

Tomé bajo la cabeza y salió derrotado, mientras

Jaime, satisfecho, dijo:

- ¡Patrón! Le agradezco por la confianza que depositó en mí. Fui sincero, pero no creí que confiaría en mí. ¡Muchas gracias, señor! ¡Tenga por seguro que actuaré de acuerdo con mis principios de fraternidad y de amor al prójimo!

MEIMEI

(Página psicografiada por Célia X. de Camargo, el 18/04/2016.)


                                                   
 



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