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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 477 - 7 de Agosto de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El conejito perezoso

 

Rogerio era un conejito  de buena familia y preocupada por su educación.

Vivía en un lugar muy bonito, cerca de la ciudad, con muchos otros animales.

Al darse cuenta de que a Rogerio no le gustaba trabajar, mamá Coneja lo orientaba diciendo:

- ¡Hijo mío! En esta vida todos tenemos que ser útiles de alguna manera. Todos nosotros tenemos que realizar alguna tarea. Dios no nos ha dado la vida para que seamos una carga para la Naturaleza.

Pero el conejito huía de todos los esfuerzos nobles.

Un día, él salió de su casa molesto porque su mamá le pidió que le ayudara en las tareas del

hogar barriendo la pequeña madriguera donde vivían.

Andando a saltos por un camino, Rogerio iba quejándose. Cansado, se sentó a la sombra de un árbol a la orilla de un arroyo.

Perezoso, suspiró y dijo:

- ¡Ah! ¡Me gustaría ser como este río que no hace nada!

Para su sorpresa, oyó una voz que decía:

- Puro engaño. Trabajo bastante. Llevo con mucho cuidado el agua que beneficiará a los cultivos y será utilizado por los seres humanos en diversos servicios, y las aves y los animales vienen a mí para calmar la sed. Además, sirvo de morada para muchos peces.

Asustado, Rogerio pensó un poco y, contemplando una vaca moteada que rumiaba en el pasto cerca de ahí, reflexionó:

- Bueno, entonces me gustaría ser como esa vaca que se pasa todo el día sin hacer nada. Solo come y duerme.

La vaquita, que había oído las palabras del conejito, se apoyó en la cerca y mugió:

- Muuuu… muuuu ... ¿Cómo que no hago nada? Yo doy la leche todas las mañanas. Sin mencionar que, muchas veces, hay hermanas nuestras que dan hasta la vida para que los hombres se puedan alimentar.

Decepcionado por la reacción del animal, el conejito miró a su alrededor buscando a alguien que no hiciera absolutamente nada.

El árbol, que se había mantenido callado hasta ese momento, entró en la conversación:

- ¡No me mires a mí! También trabajo. Doy flores y frutos que sirven  de alimento. Albergo a pájaros, pequeños animales e insectos en mis fuertes ramas. Además, a todos les gusta descansar bajo mi acogedora sombra. ¡Como tú, por ejemplo!

El carnero, que se había acercado para unirse

a la conversación, dijo que daba la lana para hacer ropa de abrigo; la gallina, que picoteaba cerca de ahí, dijo que daba sus huevos para la alimentación y hasta una araña, que tejía su red en una rama, tenía una tarea:

- ¡Si no fuera por mí, que me alimento de las moscas e insectos pequeños que existen en el aire, tu vida sería imposible! – dijo orgullosa.

El conejito estaba muy avergonzado. Solo a él no le gustaba hacer nada.

Pensativo, Rogerio volvió a su casa.

Encontró a su mamá atareada en hacer la comida para la familia. Sin decir nada, cogió la escoba y se puso a trabajar.

TIA CÉLIA

           
                                                   
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita