WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Editorial Português   Inglês    
Año 10 - N° 476 - 31 de Julio de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 


Constancia y fidelidad


“Todos sabrán que sois mis discípulos, si  amaos unos a los otros.” (Juan 13: 35.)

Esas palabras de Jesús se aplican a los hombres de fe, a los adeptos del Cristianismo. Parecen indicar, luego en el inicio de las labores apostólicas, que había divergencias entre los creyentes. La dificultad de amarnos unos a los otros persiste hasta los días de hoy. El personalismo está en la fuente de las discordancias, bien como el fanatismo de muchos.  ¿Cómo trabajar en conjunto en las federaciones, por ejemplo, si nosotros, los adeptos, nos devoramos para conseguir una parcela de poder, alimentando las políticas partidarias?

Si no amamos nuestros hermanos, ¿cómo amaremos nuestros enemigos? Una pregunta tan simple, casi inofensiva y casi sin sentido, captura nuestro comportamiento de manera exacta. Ella no es retórica, pero su respuesta es muda, porque acierta el ámago de la cuestión y nos coloca en el obvio. ¿Pero quién dudaría de su pertinencia? ¿Si somos discípulos del Cristo, por qué no nos amamos?

Los antiguos se encontraban entre los héroes. Un Cairbar Schutel, en São Paulo, Abel Gomes, Chico Xavier y Anita Borela, en Minas Gerais, Bezerra de Menezes, en Rio de Janeiro, y tantos otros que podrían ser listados, aprendieron a amar tiernamente sus perseguidores, sus enemigos.

“De modo que nos enorgullezcamos de vosotros, en las iglesias de Dios, por vuestra constancia y fidelidad en todas las persecuciones y aflicciones que sufráis.”  (2 Tesalonicenses 1:4.)

¿Por qué tanta animosidad entre nosotros, si creemos realmente en el mismo Cristo? ¿Pero será que creemos realmente en el mismo Cristo? ¿O cada uno de nosotros tiene una concepción diferente del Cristo, moldada al sabor de nuestros caprichos? ¿No leemos reiteradamente el  Evangelio? ¿Será que él es una carta cerrada?    

Hablamos mucho en sacrificio y abnegación. Nos gustaría seguir el Cristo, dar el ejemplo, transmitir el Evangelio a través de palabras y actos. Creemos que esto es posible. ¿Pero qué nos impide? El nuestro orgullo. No llevamos en serio la recomendación de aplicar las enseñanzas a nosotros mismos, de analizar nuestros deseos y ver si conseguimos saber más sobre quien somos.

“Porque os fue concedido no solamente creer en Cristo pero también sufrir por él.” (Filipenses 1:29.)

Hoy es fácil decirse espírita. Los médium reciben hasta las llaves de la ciudad. Pero es difícil ser espírita. Los enemigos encarnados sólo gritan y llaman de crédulos mistificados a los adeptos del Consolador. Sin embargo, los enemigos ocultos en la erraticidad continúan con su asedio implacable. Infelizmente, ellos, muchas veces, nos conocen más y mejor que nosotros mismos. Pero no pueden hacer nada sin nuestro permiso. Y el permiso está en nuestros deseos. Por eso se valen de nuestras flaquezas para atingir sus objetivos, cuáles sean: venganza personal o simple deseo de desajustar los centros espíritas, desarticulando el movimiento espírita.  

Sufrir por Jesús es sufrir con paciencia y resignación, siendo fiel y constante en el testimonio.

Sin abnegación, no hay amor; sin humildad, no hay fe.

La invitación del Evangelio para las asambleas es para que crezcamos en la renovación de nuestras mentes a través de la verdad y en el amor mutuo, a fin de que podamos decir a nosotros: “Hermanos, es nuestro deber dar gracias continuamente a Dios por vosotros, pues vuestra fe hizo grandes progresos, y el amor que tenéis unos a los otros va aumentando siempre más.” (2 Tesalonicenses 1:3.)




 


Volver a la página anterior


O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita