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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 475 - 24 de Julio de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Ayuda mutua

 

Entre todos los niños de la clase, solo Octavio y Manuel no se llevaban bien.

Vivían pelándose, sin llegar a entenderse. Si uno quería jugar con la pelota, el otro quería correr; si uno invitaba a una partida de vóley, el otro quería fútbol. No se entendían nunca y, a menudo, recurrían a golpes y patadas.

La profesora, preocupada, no sabía qué más hacer para cambiar esa situación.

Un día decidió llevar a la clase a un paseo por un bosque muy bonito, cerca de la ciudad.

Para entrenar la orientación espacial y atención, dividió a los alumnos en grupos de dos, acordando que se encontrarían todos en un mismo lugar, previamente acordado, dentro de una hora.

Al dividir las parejas, colocó a Octavio y Manuel juntos, para acercarlos más uno del otro.

Dada la señal, tomando rumbos diferentes, los pequeños grupos se internaron en el bosque. Al retornar, tendrían que contar a los demás alumnos lo que habían observado y les parecía interesante en el recorrido hecho.

Octavio y Manuel iban profundamente molestos. De tantas personas, ¿por qué ellos tenían que terminar en el mismo grupo?

Caminaron bastante, peleando todo el tiempo. Si Octavio quería ir por un camino, Manuel deseaba ir por otro.

Así, acabaron alejándose del camino y se adentraron en medio del bosque. Por pelear, no prestaron la debida atención al suelo y, de repente, cayeron en un gran agujero medio escondido por el follaje.

Al principio, discutieron bastante, acusándose mutuamente por la situación en la que estaban, y acabaron luchando y rodando al fondo del agujero, entre golpes.

Después de mucho pelear, cansados, se sentaron en el piso para recuperar el aliento. Percibiendo que esa actitud no iría a ayudarlos, Octavio sugirió:

- No sirve de nada quedarnos aquí a pelear y discutir. Tenemos que unirnos para salir de esta situación. Vamos a gritar pidiendo ayuda.

Por primera vez, Manuel estuvo de acuerdo con su compañero, y se pusieron a gritar:

- ¡Socorro! ¡Socorro!... ¡Sáquenos de aquí! ¿Alguien puede oírnos?...

Gritaron... gritaron... gritaron hasta quedarse roncos. Pero todos estaban lejos y nadie podía oírlos. El agujero era profundo y la vegetación apagaba las voces.

Exhaustos, se sentaron para descansar.

- Bien,  ¿qué haremos ahora?

- No sé, pero creo que necesitamos buscar una forma de salir de aquí. No podemos quedarnos dependiendo de los demás – consideró Manuel.

- Es verdad. Tengo una idea – dijo Octavio.

- ¿Cuál es?

- El agujero es profundo, pero no tanto. Si trabajamos juntos, lograremos salir. Creo que puede funcionar – explicó Octavio.

- ¿Cómo? – preguntó Manuel.

- Vamos a hacer una escalera. Yo me quedo abajo y tú te subes en mi hombro y, con algo de esfuerzo, conseguirás saltar hacia afuera. Después, tú me ayudas a salir también de este agujero.

Así lo hicieron y, sin demorar mucho, Manuel estaba a salvo.

En seguida, agachándose, extendió la mano, pero no podía alcanzar la mano de Octavio. Tuvo una idea y avisó:

- Espera. Voy a buscar un pedazo de liana o una rama de árbol.

Así, en poco tiempo, encontró una rama fuerte y, usando todas sus fuerzas, consiguió sacar a Octavio del agujero.

Que alegría sintieron. Estaban cansados, pero aliviados y muy satisfechos.

Se abrazaron, agradeciéndose mutuamente por la ayuda recibida.

La profesora, que ya estaba preocupada por su demora, sorprendida vio llegar a Manuel y Octavio, sucios de tierra, exhaustos, pero abrazados. Asustada, quiso saber qué había sucedido y ellos contaron a sus compañeros la aventura que habían vivido.

Cuando terminaron de contar, Octavio miró a Manuel y dijo:

- Gracias a Manuel estoy aquí, ahora. Si no fuera por él, no sé qué sería de mí.

A lo que el otro respondió:

- Pero, si no fuera por ti, Octavio, yo todavía estaría allá, dentro de ese agujero.

La profesora, conmovida, reflexionó:

- La verdad es que sin la unión de ustedes no se habrían liberado. Estoy feliz al ver que, por fin, se entendieron.

Los dos niños se miraron, afirmando:

- A partir de hoy, profesora, seremos buenos amigos, porque nos dimos cuenta de que solo la unión hace la fuerza.

Tia Célia

           
                                                   
 



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