WEB

BUSCA NO SITE

Edição Atual Edições Anteriores Adicione aos Favoritos Defina como página inicial

Indique para um amigo


O Evangelho com
busca aleatória

Capa desta edição
Biblioteca Virtual
 
Biografias
 
Filmes
Livros Espíritas em Português Libros Espíritas en Español  Spiritist Books in English    
Mensagens na voz
de Chico Xavier
Programação da
TV Espírita on-line
Rádio Espírita
On-line
Jornal
O Imortal
Estudos
Espíritas
Vocabulário
Espírita
Efemérides
do Espiritismo
Esperanto
sem mestre
Links de sites
Espíritas
Esclareça
suas dúvidas
Quem somos
Fale Conosco

Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 470 - 19 de Junio de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El hacendado avaro

 

Un día Horacio, muy avaro, propietario de la hacienda en esa región, caminaba por los alrededores y en el camino polvoriento observaba el paisaje y los campos por donde pasaba.

Desalentado, pensaba en cambiar de actividad. Su esposa, cansada, se había ido a la ciudad, deseando una vida mejor. La hacienda no rendía nada; todo lo que se plantaba se secaba por falta de agua o moría por las plagas, sin producir nada.
 

El caballo andaba lento. De pronto, se detuvo sorprendido. En una curva, vio un paisaje diferente; en la entrada de una hacienda, había un hermoso portón pintado de blanco, y dos hileras de hermosos árboles floridos que se perdían en la distancia, generando sombra y paz.

El hacendado quiso conocer la propiedad. Se bajó del caballo y se acercó al portón, pensando que estaba cerrada. Se quedó sorprendido, pues no tenía ni cadena ni

candado. La abrió y entró, pensando en la excusa que daría al propietario de la hacienda.

Sin embargo, después de caminar por la hilera de árboles encontró una casa bien construida, que debía ser la casa principal de la hacienda. Dio unas palmadas. De pronto apareció un hombre con expresión sonriente, que lo invitó a entrar. Horacio se disculpó:

- Perdóneme por invadir así su propiedad. Soy Horacio, propietario de unas tierras cerca de aquí y ¡me quede maravillado con su hacienda! No pude resistir y entré.

El dueño de la hacienda extendió la mano, saludándolo, y lo invitó:

- Gusto en conocerte, Horacio. Soy Manuel. ¡Si quieres conocerlo, tengo algo de tiempo y puedo mostrárselo con satisfacción!

El visitante aceptó agradecido, y salieron a caminar por la hacienda. En todo Horacio veía la mano del hombre ayudando. Cuando llegaron a la plantación, con asombro vio las plantas cultivadas crecidas, ya comenzando a producir, y preguntó:

- ¡Qué bella plantación, Manuel! Desde luego, no te falta agua. Allá en mi hacienda no hay agua y las plantitas se mueren, ¡incluso brotando!

- Entiendo. ¡Aquí también fue así!... Tuve que hacer trabajos de irrigación porque los manantiales de agua estaban lejos del terreno de la plantación. Para eso, abrí un pozo artesanal que ayuda mucho cuando no llueve. Canalizando el agua del pozo, el problema del agua se acabó. Además, la casa-hacienda también se benefició porque ahora tenemos agua en abundancia.

- ¡Ah!... ¿Pero y las plagas? En mi hacienda, hay plagas y enfermedades en los cultivos y termino perdiendo la plantación. ¡Estoy desalentado! ... ¿Aquí también pasa eso?

- ¡Sí! En esos casos, es necesario aplicar productos que ayudan al control de las plagas. Lo mejor es buscar en la ciudad a alguien que entienda el problema y ayude a acabar con las plagas.

- ¡Pero para esto se necesita mucho dinero! Además, ¡también necesitaría de hombres que trabajen! - exclamó Horacio, asustado por los gastos que tendría que hacer.

Manuel dio una risotada alegre y respondió:

- ¡Horacio, sin gastar, no haces nada! A veces existen recursos naturales y que cuestan poco. El cultivo necesita de cuidados que solo la atención y la dedicación podrán ayudar a que las plantas crezcan y produzcan bien. La tierra, mi amigo, es una compañera buena y dedicada, pero debe ser tratada con cariño y atención para dar sus frutos.

- ¡Manuel, yo siempre trabajé en la hacienda y nunca necesité de esos recursos que tú usas!...

- Pero tampoco tuviste producción y ganancias en tu tierra, ¿no es así?

- Bueno... Es verdad que he tenido bastante deterioro... Jamás conseguí una buena cosecha y la producción es siempre poca y fea.

Manuel golpeó la espalda del compañero y reflexionó:

- ¡Pues sí! Es que para recibir, Horacio, primero tenemos que aprender a dar de nosotros mismos. Recuerda esto, amigo mío. La tierra es generosa, pero necesita ser tratada con cariño. Si ponemos amor en todo lo que hacemos, seremos recompensados. ¡Piensa en eso! Si quieres, te puedo ayudar con mi experiencia.

Horacio bajó la cabeza, pensativo, y, quitándose el sombrero, estuvo de acuerdo con el otro. Antes de irse, Manuel murmuró suavemente:

- Perdóname, Horacio, lo que te voy a decir. Tenemos que pensar en los demás, incluso en los animales. ¡Mira! Cuántas horas has estado aquí en mi hacienda, y ni te acordaste de darle agua a tu caballo que, con tanta dedicación, te trajo hasta aquí.

Avergonzado, Horacio enrojeció de vergüenza y respondió:

- Tienes razón. Voy a pensar en todo lo que dijiste. ¡Gracias, amigo!

Y, montando su caballo, decidió que llevaría una vida diferente a partir de ese día. No sólo en relación a la hacienda, tan mal cuidada, sino que también se acordó de su esposa que se había ido a la ciudad por no soportar el tipo de vida que él le había dado hasta el momento. Decidió que iría a pedirle perdón y que la traería de regreso, con mucho amor.

MEIMEI

(Mensaje psicografiado por Célia X. de Camargo, el 02/05/2016.)

           
                                                   
 



O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita