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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 464 - 8 de Mayo de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

La lección del Evangelio

 

La familia estaba sentada en la sala haciendo el estudio del Evangelio en el Hogar. Todos escuchaban, interesados, el texto que era: “La Parábola del Buen Samaritano”.

Encantado con la historia, José se prometió a sí mismo que sería como el buen samaritano de la parábola. Así, al día siguiente, cuando salió para ir a la casa de Pablo, su vecino, pasó junto a él un pobre hombre sucio y andrajoso.

Al verlo, el hombre suplicó:
 

- Niño, ¿podrías ayudarme? Estoy hambriento y no tengo ni una moneda para comprar un pan. Estoy cansado también, pues nadie me ha ayudado hasta ahora – y diciendo esto, se sentó en el piso, desanimado.

José pensó que Jesús había encaminado a ese pobre hombre hacia él. Entonces, le pidió que lo esperara un momento, volvió corriendo a su casa y, tomando una jarra, la llenó de café con leche, después hizo un sánguche y volvió corriendo al lugar donde el mendigo estaba sentado. Al acercarse, le dijo:

- Aquí tiene su merienda. Espero que sea de su gusto, señor.

El hombre sonrió levemente y respondió:

- Con tanta bondad, muchacho, sin duda estará muy bueno y me calentará el corazón. ¡Que Jesús lo bendiga!

Mientras el mendigo comía, José vio que también necesitaba ropa limpia. Volvió a su casa y le contó a su mamá lo que estaba sucediendo y ella le dio una muda de ropa que su esposo ya no usaba. Regresando a la calle, José entrego a su nuevo amigo la ropa de su papá.

- ¡Oh, mi niño! ¡No necesitaba tanta bondad! Ya me ayudaste bastante hoy y te lo agradezco desde el fondo de mi corazón. ¡Que Jesús te bendiga por este nuevo gesto de bondad! Ahora necesito irme.

Sorprendido, José se dio cuenta que él había comido un pedazo del sánguche y había tomado una parte del café con leche, que agradeció. Tras preguntarle si no estaban buenos, el hombre respondió que los había guardado para llevarlo a sus hijos.

El muchacho bajó la cabeza, triste, al verlo enrumbar hacia su casa, con la impresión de que debía haber hecho más por el pobre hombre.

Ese mismo día, José fue a la bodega de la esquina a buscar tomates para su mamá y vio a un niño menor que él, lastimado, llorando, y le preguntó:
 

- ¿Qué pasó, Julio?

- Me caí y me lastimé, José. ¡Mira como estoy! ¡Me duele mucho!...

Lleno de piedad, José miró el moretón y se acordó que necesitaba limpiarlo bien, pues, en caso contrario, podría infectarse. Entonces, José miró a su alrededor y vio un grifo en la glorieta. Llevó al niño hasta allá y,

quitándole los zapatos, lavó con cuidado el moretón, mientras Julio lo observaba, sorprendido:

- José, ¿dónde aprendiste a curar los moretones?

- Con mamá, Julio. Ella me enseñó que la mejor manera de curar una herida es limpiarla bien, para que no empeore. ¡Después, enjuagar y poner un remedio!

- ¡Ah! ¡Qué bueno haberte encontrado en mi camino, José! ¡Si no fuera por ti, yo podría haber quedado pero con el golpe!...

- No te preocupes, Julio. Confía en Jesús y nada te pasará, puedes creerlo. Ahora voy a hacer una oración y te aplicaré un pase para que te pongas bien pronto.

Después de la oración y el pase, Julio agradeció a José y volvió a casa, contento, a pesar de la herida. Al verlo llegar con un moretón en la rodilla, la mamá le preguntó qué había pasado, y él le explico que no fue nada. ¡Él se había caído y José lo había cuidado tan bien que el dolor había pasado!...

Mientras tanto, José había corrido a la bodega, acordándose que su mamá necesitaba de los tomates, y volvió pronto a casa. Llegando, su mamá le dijo:

- ¡Te demoraste, hijo mío! ¡Pensé que te habías olvidado de mis tomates!

- ¡No, mamá! No me olvidé. ¡Es que tuve unos problemas antes de llegar hasta allá!

- ¿Cómo así, José? – preguntó la mamá, preocupada.

- No fue nada, mamá. Me detuve para ayudar a dos amigos míos, sólo eso.

- ¿Pero qué pasó, hijo?

- Nada importante. ¿Ahora puedo jugar un poco?

- Sí, puedes. Cuando esté listo el almuerzo, te llamo, José.

Más tarde, la mamá salió y se encontró con dos amigas. Una le contó cómo José había ayudado a su hijo que se había caído en la calzada. La otra le contó que vio a José cuidando de un hombre andrajoso en la plaza.

- ¡Es verdad! ¡Hasta me pidió ropa vieja de su papá para dársela a ese hombre! – se acordó.

Regresando a casa, la mamá de José le contó que sabía que había ayudado a personas en la calle, y el muchacho apenas asintió con la cabeza afirmando:

- ¡Mamá, yo solo traté de hacer lo que Jesús nos enseñó!... ¿Te acuerdas? ¡No quería que Jesús pensara que yo era como el sacerdote o como el levita, que no hicieron nada por el pobre samaritano de la parábola!...

La mamá, conmovida, entendió cómo la lección de la tarde anterior había conmovido a su hijo, llevándolo a actuar así como el Maestro había ensañado. Abrazó al pequeño, entre lágrimas, y elevó el pensamiento a Jesús, afirmando:

- ¡Jesús Amigo! ¡Te agradezco por las lecciones que nos dejaste, y por el hijo tan bueno que me concediste! ¡Gracias, Jesús!

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 28/12/2015.)

           
                                                   
 



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